martes, 27 de mayo de 2008

Si la encuentran detrás de la puerta


En la historia María Teresa cree ver en la toma de distancia a la hora de formación una actitud libidinosa en uno de los alumnos. El dedo de uno de ellos toca indebidamente el hombro de una de las alumnas, le parece, lo intuye o acaso lo siente.

Porque para María Teresa, rehén de sus propias paranoias y obsesiones, todo lo que observa tiene diferentes lecturas, la mirada de un alumno, los juegos de los chicos y hasta el aroma de sus ropas. Con 20 años y sólo unos años mayor que los chicos, María Teresa parece no salir aun de la adolescencia o mejor dicho parece que la adolescencia no salió aún de ese cuerpo núbil e inmaculado.

Un día de esos, la preceptora de tercero décima cree advertir aroma de tabaco en la ropa de uno de sus alumnos. Lo cree pero sin rastros de certeza tiene que buscar las pruebas para ganarse puntos ante su jefe, el Señor Biasutto.

Solo un poco mas tarde consigue establecer, afectada por la asociación, que Baragli pasó junto a ella con un aroma idéntico al de aquellas noches perdidas, y ese aroma es el que tienen los cigarrillos de tabaco negro. Su padre fumaba esa clase de cigarrillos, unos que venían en paquetes de vetas doradas y verdes; ya no son tan frecuentes, pero todavía se consiguen.
En María Teresa, en quien todas las percepciones tienen un aire sensual, comienza un juego de análisis que la lleva a pensar que Baragli, solo o con amigos, fuma en el baño. Pero para confirmarlo debe entonces iniciar una labor de vigilancia que incluye infiltrarse en el baño de varones. Y allí inicia la primera transgresión, la física la de violentar la barrera natural que divide los baños de ambos sexos, la segunda es la moral, ha resquebrajado las normas del colegio.

Una vez pasado el umbral, su constancia de centinela se encarga de la última transgresión, la de sus deseos reprimidos. Primero son el temor de ser pillada, sus nervios y la ansiedad, María Teresa suda y tiembla, pero debe de permanecer quieta y callada, pero luego se siente liberada en ese micro claustro que forman las paredes del baño y los mingitorios.
Ya no teme que alguien pueda sorprender esa conducta. Una vez dentro, ni bien encierra en un cubículo determinado, se siente segura del todo. Los nervios no dejan de atacarla, sobre todo cuando un alumno entra en el baño, pero a la vez va ganando mayor confianza con la repetición y la costumbre, y hasta podría decirse que haciendo esto que hace, se siente bien.
María Teresa siente en su cuerpo los ruidos del baño, cuando en realidad son solo sus sensaciones, imagina cada chorro de orina que cae, el calor del líquido, la cosa que ella le llama saliendo de su encierro, ventilándose y sacudiéndose, para volver a guardarse. Uno de esos días siente una irrefrenable ganas de orinar, se sube la pollera y se quita la bombacha, rosada y con puntillas, para ella también orinar, algunas veces a la par que el alumno que orina tras el muro, en una especie de copula liquida y caliente, mezcla de alivio y placer.

La visita al baño ahora se ha convertido en un ritual, pleno de intuición y de goce de los sentidos, escucha la orina chorreando, huele el aroma de un fluido seminal y se atreve a ver, a descubrir esa cosa, que estuvo prohibida tantos años para ella. Entonces para María teresa, ingresar al baño se convierte en una pulsión.


Ni al baño de los preceptores ni al baño de las mujeres: va derecho al baño de varones de los alumnos. Entra como siempre, sin ser vista ni hacer ruido, y elige sin pensarlo el último de los cubículos. llega con ganas, por lo que procede sin demora a subirse la pollera y sacarse la bombacha.
Hasta que un día, en el baño de varones, mientras alguien orinaba, ella que está detras de la puerta del cubículo contiguo, siente un cosquilleo y termina limpiándose algo que precisamente no era orina.

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