miércoles, 29 de mayo de 2013

Sobre los servidores hospitalarios


 
Leyendo el libro Mi Hospital de Víctor Alzamora Castro, uno de los profesores que vivieron la crisis que provocó el cisma de la Facultad de Medicina de San Fernando en 1961. El Dr. Alzamora fue uno de los ideólogos de la Unión Médica de Docentes Cayetano Heredia que luego dio lugar a la universidad del mismo nombre. Murió prematuramente de un infarto cardiaco a los 47 años justo la noche que se firmaba el acta de fundación de la entonces nueva asociación docente. Fue cardiólogo y en sus últimos años se dedicó a investigar en los archivos de la Beneficencia Pública de Lima. De esos archivos y la experiencia personal salió Mi Hospital, con datos relevantes como el que a continuación describo:

Los cuidadores de enfermos de mayor jerarquía, aunque no eran los mejor pagados, fueron los “topiqueros”, llamados así porque aplicaban tópicos. A éstos les seguían los “barchilones”, trabajadores anónimos que prestaban a los enfermos los servicios más humildes. Vale la pena mencionar el origen del apelativo “barchilón”. En el siglo XVI vivió en el Perú don Pedro Hernández Barchilón, español caritativo que dedicó su vida al cuidado de los enfermos. La palabra “barchilón” no debería ser nunca olvidada ni olvidada de nuestro léxico hospitalario y de ella podemos estar justamente orgullosos…

Se cuenta además que nuestro San Martín de Porras era un “barchilón” que trabajaba en el Convento de Santo Domingo y asiduo visitante del Real Hospital san Andrés. “Martín fue empleado de botica, barbero y experto sacamuelas; aprendió el arte de colocar sanguijuelas para hacer sangrías y llegó a ser hábil flebotomista”

Como en todo orden de cosas los barchilones podían ser buenos o malos y fueron dejándose de lado con la aparición de la Escuela mixta de Nurses y enfermeros en 1915. Sin embargo, el apelativo continuó por muchos años.

Lamentablemente esta palabra con los años adquirió una connotación peyorativa y dejó de ser usada. Aún persiste el vocablo en la memoria y dicción de nuestros padres pero hoy casi ni se escucha en los hospitales. A “barchilón” siguió “auxiliar” que rápidamente se convirtió en “técnico”, que es la palabra de uso común actualmente.

Un apelativo peruano que se extendió por toda la América hispana y hasta se menciona en las Tradiciones Peruanas de don Ricardo Palma.

Un ejemplo sobre el nacimiento y caída de algunas palabras.

lunes, 27 de mayo de 2013

Bibliotecas Peculiares



Fuente: CIPER

Las bibliotecas personales siempre son una caja de sorpresas. Las hay pequeñas y literalmente voluminosas. Pero no importa el tamaño que tengan, siempre revelan la mano propia de su dueño.  El mejor destino cuando fallece el titular de la colección es quew terminen donadas a una institución que continúe su legado. Algunas terminan canibalizadas por los herederos, otras dilapidadas por la viuda para terminar en ese inmenso hueco negro que son los comercializadores de libros viejos.

Esta semana concurren dos noticias, una la apertura de la muestra de la biblioteca de Carlos Iván Degregori, antropólogo falleciso hace dos años y estudioso entre muchas cosas de la violencia política provocada por Sendero Luminoso y la corrupción del gobierno de Fujimori. La exposición de su colección y archivo personal va hasta el 5 de Junio.

La otra noticia es un tanto más truculenta. Revisando las listas de libros más vendidos en Chile, un título llamó mi atención: “La secreta vida literaria de Augusto Pinochet”, el nuevo libro del periodista Juan Cristóbal Peña, editado en el sello Debate. El libro parte por una investigación del Centro de Investigación Periodística (CIPER) en el 2007 y muestra la descomunal colección de libros de Augusto Pinochet valorizada en aproximadamente US$ 2.840.000.

De acuerdo a la publicación de CIPER se sabe lo siguiente:

El informe establece que los libros adquiridos por el general Pinochet son cerca de 55 mil, cuyo valor global fue estimado en US$ 2.560.000. A este monto se suman los valores del mobiliario, encuadernación y transporte de publicaciones editadas en el extranjero, todo lo cual fue tasado en US$ 52.000, US$ 75.000 y US$ 153.000, respectivamente. El estudio trasciende las consideraciones económicas.

Tras dar cuenta de la existencia de piezas únicas, primeras ediciones, antigüedades y rarezas, algunas que ni siquiera se encuentran en la Biblioteca Nacional, el informe concluye que las bibliotecas objeto del peritaje contienen obras y colecciones de altísimo valor patrimonial”.
Entre las muchas obras antiguas que atesoró Pinochet y que aún conserva su familia, aunque sujetas a embargo judicial, se cuenta una primera edición de la Histórica Relación del Reino de Chile, fechada en 1646; dos ejemplares de La Araucana que datan de 1733 y 1776, respectivamente; un Compendio de Geografía Natural y otro de Historia Civil, impresos en 1788 y 1795; un Ensayo Cronológico para La Historia General de La Florida, de 1722; una Relación del Último Viaje de Magallanes de la Fragata S.M. Santa María de la Cabeza, de 1788; y un libro de viajes a los mares del sur y a las costas de Chile y Perú, publicado en 1788 .

Además, el general se hizo de una parte de la biblioteca privada de José Manuel Balmaceda, incluida una edición a las honras fúnebres del ex Presidente chileno, en cuyo interior se encuentra una tarjeta de la viuda de éste; una carta original de Bernardo O’Higgins y una particular edición sobre Manuel Rodríguez que lleva el timbre de la biblioteca del Instituto Nacional.

Entre otros libros hay una colección extensa de libros referidos a Napoleón Bonaparte publicados en el siglo XIX, el Arte de la Guerra de Sun Tzu., tratados sobre marxismo en francés y sobre la Unión Soviética, una edición de La Araucana de Alonso de Ercilla de 1733 y otra de la Florida del Inca de Hernando de Soto que data de 1723.

Pinochet sentía un particular aprecio por los libros y era muy conocido en los círculos de las librerías de viejo desde sus primeros años en el Ejército chileno. En una declaración jurada de setiembre de 1973, luego del golpe militar, Pinochet refiere que su biblioteca personal asciende a un costo aproximado de US$ 12,000.  Cifra que asxcendió exponencialmente en los años siguientes.

De acuerdo a las reseñas, el libro de Juan Cristóbal Peña relataría además una historia espeluznante y da los rastros para esbozar una teoría. Pinochet era una persona muy reservada y nunca mostró en público una pizca de erudición, sin embargo era un coleccionista compulsivo de libros. Al parecer tenía un resentimiento perpetuo hacia aquellos que admiraba y no podía superar. Se cuenta de una historia de plagio a un profesor de la escuela militar y de los detalles del asesinato de Prats, un general sobresaliente que siempre estuvo intelectualmente y militarmente por encima de Pinochet, que fue asesinado por una bomba detonada a distancia cuando el general y su esposa estaban en el exilio luego del golpe militar.

Un general coleccionista de libros, una dictadura feroz. Historias de resentimientos y plagios. Ingredientes suficientes para un libro que espero conseguir en los siguientes meses. Pinochet tenía la costumbre de sellar todos sus libros con una imagen de una mujer alada y el lema ex libris. Las lecturas de una persona, su afán de coleccionar ejemplares muestran detalles de la personalidad que muchas investigaciones pueden soslayar

Mientras tanto, es bueno reflexionar en la importancia no solo de coleccionar libros sino de saber cómo usarlos, pues el conocimiento es una arma de varios filos, que se puede usar de acuerdo a la ética del lector.

Y uno tiene que tratar siempre de ser un buen lector.

 

 

viernes, 24 de mayo de 2013

Correspondencia recibida

Pascal se escribe con Fermat, Euler con Goldbach, Kepler con Galileo, Theodor Adorno con Walter Benjamin, Goethe con Schiller. Por otro lado Flaubert se escribe con Louise Colet, Chejov con Gorki, Kawabata con Mishima. La lista puede ser interminable.
 
El intercambio epistolar entre científicos o escritores revela confidencias, conocimientos científicos o secretos literarios.  Es un reflejo del tiempo que les tocó vivir. Una amistad epistolar revela también las grandezas y fisuras del alma humana. Es una buena oportunidad para conocer un poco más de la introspección de mentes que destacan.
 
Este fin de semana pienso abrir las cartas de dos de mis escritores favoritos, Paul Auster y John Maxwell Coetzee. Una caja de sorpresas.
 
Y a ver si me da pie para iniciar mi propia aventura postal.

De conjeturas y números primos



En la foto: fácsimil de la carta Goldbach-Euler

Una conjetura es definida por la Real Academia como “Juicio que se forma de las cosas o acaecimientos por indicios y observaciones”. De acuerdo a ello podemos decir que nuestras vidas están hechas de conjeturas. Algunas simples, otras complejas. Usualmente las planteamos para resolver un problema cotidiano como encontrar una calle o arreglar la plomería. En otro orden de cosas, las conjeturas se plantean para resolver un caso clínico o un problema científico. En estos casos, una conjetura lleva a la búsqueda implacable de nuevos indicios que demuestren nuestras sospechas. En matemáticas es donde alcanzan su cenit con aquellas famosas conjeturas que intentan explicar problemas sobre temas abstractos como los números primos o los números imaginarios. 

Una de las personas que dedicaron su vida a la resolución de conjeturas matemáticas fue Srinivasa Ramanujan (1887-1920),  sin formación académica tuvo una intuición y talento excepcionales. La novela El Contable Hindú, de David Leavitt es una obra que narra el paso de Ramanujan su paso por Trinty College en Oxford. Patrocinado por el también matemático G.H. Hardy, este matemático hindú fue aceptado en el difícil círculo académico británico, siendo incorporado a la Royal Society de Londres en 1918, luego de una serie de publicaciones

El Contable Hindú es una novela de vasos comunicantes entre las matemáticas y temas anexos como la religión, la historia y la medicina. Esta novela fue una de mis lecturas preferidas el año pasado y a pesar de no ser un fanático de las matemáticas disfruté con las fórmulas de series de números primos y las pequeñas viñetas de la vida de Oxford, así como, para variar, me adentró en las conjeturas acerca de la enfermedad que afectó a Ramanujan y que finalmente terminó por llevarlo a la muerte.

Esta semana, me regresaron los recuerdos de El Contable Hindú. La noticia de que Harald Helfgott, un matemático peruano que trabaja en el Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia  ha resuelto la Conjetura ternaria de Goldbach enunciada en 1742 en una carta dirigida a Euler, refería que todo número impar mayor que 5 puede ser expresado como la suma de tres números primos. El documento de Helfgott tiene 133 páginas plenas de fórmulas de integrales y derivadas que recuerdan mis angustias universitarias. Pero se remite además a los trabajos de viejos conocidos como G.H. Hardy, Littlewood y Ramanujan. Durante mucho tiempo esta conjetura fue una meta inalcanzable y Hardy la consideró en su momento como uno de los problemas que nunca se resolverían.

Como todos los grandes logros en ciencia, Helfgott se apoya en trabajos previos, como el de Hardy y Littlewood que probaron que cada número impar más grande que la constante C es la suma de tres primos, condicionados en la Hipótesis de Riemman, a los que Helfgott añade su propia abstracción y creatividad.

Abstracción que es la base de la creación de grandes obras y de hitos científicos. Abstracción que es la esquina común del arte y la ciencia que ahora parece ser un bien escaso. Abstracción que me sirve ahora para resolver mis propias conjeturas.

l.q.q.d. ( lo que quise demostrar)

miércoles, 22 de mayo de 2013

Aren´t you, old sport?



El jazz fue en los locos años 20 lo que el hip hop es en los años adolescentes del siglo XXI. La nueva adaptación de El Gran Gatsby realizada por Baz Luhrman logra trasladar la turbulencia de los años opulentos de la bonanza de Wall Street y la generación de riquezas ilícitas por la prohibición del alcohol a la sociedad del hiperconsumo de hoy. Nada parece haber cambiado en esta elipsis de casi 100 años, la ostentación, la superficialidad y la diversión desenfrenada. Luego de la Primera Guerra Mundial, en  los locos años 20 los Estados Unidos expandían su economía y sus ciudades, se convirtió en potencia, creciendo por la inspiración de sus visionarios y el empuje de una clase obrera heredada en parte de la esclavitud negra, mientras sus millonarios languidecían de aburrimiento, disfrutando de los inventos post revolución industrial. Esta abulia era combatida en interminables fiestas o en oscuros gambitos, estos últimos donde se hacían negocios o se solidificaba la corrupción, con sus vasos comunicantes entre el poder institucional y los poderes subalternos.

Esa es la figura que cuenta Nick Carraway a su siquiatra, o más bien escribe como forma de terapia, la historia de su relación con Jay Gatsby, un nuevo rico llegado de la nada, sin familia o antecedentes conocidos pero que vive solo en un mansión del East Egg  (el lugar de los nuevos ricos) y que cada noche desde su pequeño muelle divisa a lo lejos la luz verde, justo frente a él,  al otro lado de la bahía, una de las mansiones del West Egg –el sitio de la aristocracia-.

El solitario Gatsby se hace conocido en sociedad  por sus descomunales fiestas, de vestidos elegantes, de bailes interminables, atendidas por decenas de mozos con un flujo ilimitado de licor. Una trompeta con sordina abre la fiesta y la cierra un piano incansable. Pero en esta versión de Gatsby la música es una mezcla de hip hop y jazz con una percusión contagiosa. Y la sucesión rápida de planos fotográficos traduce el desenfreno de la época.

Pero en medio de las fiestas transcurre la vena de la trama, una historia de amor y de apariencias. Gatsby ha creado un mundo artificial de lujo y esplendor, pero también de una postiza sofisticación, por ejemplo una biblioteca enorme con libros de verdad, como lo atestigua un visitante de una de las fiestas, que borracho decide sumergirse en los libros en lugar que el baile y la conversación. Detrás de esta construcción de glamour está la verdadera intención de Gatsby, recuperar al amor de su vida.

Gatsby ha congelado por años la imagen de Daisy, quien lo deslumbró antes de irse a la guerra y con quien tuvo un fugaz encuentro. Pero Daisy era de la aristocracia y Jay un don nadie. El correo de la guerra jugó una mala pasada y Daisy terminó casándose con un exitoso aristócrata, Tom Buchanan, quien alimenta su ego con amores furtivos.

Así tenemos a Nick Carraway, el puente entre Jay y Daisy que re descubren su amor, mientras Tom siente que su aparente tranquilidad se desmorona cuando su esposa y su amante salen del control férreo que ha impuesto. Un bienestar postizo propio a sus conveniencias.

El Gran Gatsby es una versión muy pegada a la novela de Fitzgerald, sobre todo en los diálogos, es muy visual con guiños permanentes al siglo XXI, con carrera de autos –a 60 km/h- incluida.  Es la historia de un amor que se congeló en el tiempo y la de una obsesión, la de crear un mundo artificial para satisfacer a la persona amada. Un mundo que sólo tiene vida cuando Daisy pasa horas en la mansión, cuando el tiempo se detiene. Cuando Jay realmente es feliz, una personalidad solitaria de pocos amigos -a quienes llama con un eufemismo, old sport- y un solo gran amor.

Pero la crisis se desencadena cuando caen las caretas y la burbuja revienta, llevando consigo consecuencias trágicas.

Lurhman se permite unas licencias para dar coherencia a la película y aquellos hermosos diálogos y monólogos literarios de la novela original son compensados con artificios visuales.

La era del jazz a ritmo de hip hop, la nueva adaptación de El Gran Gatsby en el siglo XXI.