jueves, 18 de diciembre de 2008

El Orden de la Soledad




La soledad es un espejo en el que nos miramos por días o por siempre. En silencio o en compañía. Nuestras vidas se esconden entre esas dos palabras para las que no encontré equivalente en español: loneliness y solitude. Tenemos, como la luna, un lado visible y el otro oculto: el solitario.

Así inicia el prefacio de mi primer libro de cuentos, El Orden de la Soledad (Revuelta Editores, 2008). Una colección grabada a pulso en éstos últimos 3 años.


El lanzamiento viene a coincidir en el mismo mes que se lanzó este blog hace dos años. En que la Medicina y la Literatura han logrado unirse en una amalgama. De acuerdo a lo que dijeron mis profesores y amigos, Alonso Cueto e Iván Thays, estos cuentos han nacido fruto de una observación privilegiada, cruda y sistemática, como la del médico.


Por mi parte no me queda mas que agradecerle a ellos por sus críticas constantes y apoyo incondicional, así como a mis compañeros de la Escuela de Escritura Creativa, feroces críticos. Nunca habrá vino suficiente para celebrar su amistad.

martes, 2 de diciembre de 2008

Sueños Reales



Un sueño es, en cierto modo, un relato que nos contamos a nosotros mismos. Partiendo de materiales seleccionados de la realidad, procesados por nuestras obsesiones inconscientes, soñamos cada noche dos o tres historias...

Así comienza Sueños Reales, el último libro de ensayos de Alonso Cueto (Seix Barral, 2008). Un conjunto de reflexiones sobre autores, obras y testimonios personales en las que Alonso con su habitual nervio literario descubre la trama que está detrás de cada monumento literario.

Sueños Reales, línea tras línea, confirma la norma que todo buen escritor es ante todo, un buen lector. Pero Alonso va más allá, al revelarnos que el acto de lectura es un vínculo entre lector y escritor, nos transmite el placer que siente él mismo al escarbar las ficciones de otros: nos muestra sus vinculos intensos con las obras, tantos que se convierten en un tejido tenaz, en un manto literario que finalmente nos atrapa. Alonso nos pone una celada inevitable caer en el noble vicio de la lectura.

Técnicamente hablando el libro tiene un sesgo, que en este caso es un mérito: las obras y autores comentados son los favoritos del autor o en algunos casos a los que conoció de cerca, mas que como escritores como seres humanos. Esa confrontacion entre persona y escritor, en algunos casos toma visos de redención: al enterarnos de aquellos detalles vitales uno llega a a entender y comprometerse mas con las obras de ficción reseñadas en el libro.

La prosa del libro es puro nervio, es un safari literario que para algunos lectores quizá sea un viaje de descubrimiento, pero para los entendidos no sólo es un placer sino además un racconto literario lleno de fascinación.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Marcas Indelebles

Fuente: www.avert.org

Sólo al terminar de redactar el post reparo que hoy es Primero de Diciembre, Día Mundial de lucha contra el SIDA. Una actividad a la que estoy ligado desde hace 16 años. La novela El Africano me ha hecho recordar la serie de textos, manuales e infinidad de trabajos científicos dedicados a la cara africana del SIDA.

Recuerdo además las decenas de médicos, enfermeras y activistas africanos que he conocido a lo largo de todos estos años. Comprometidos con su trabajo, el de rescatar y asistir a moribundos, al de una lucha sorda y constante contra la incomprensión y silencio de gobiernos, muchas veces corruptos o fratricidas, que incluso, en el caso del gobierno de Thabo Mbeki llegaron a negar la existencia del virus del SIDA y atribuir los males de la epidemia a la pobreza y la hambruna, acaso para ocultar su responsabilidad de asignar mejores presupuestos para detección, prevención y provisión de medicamentos.

Esto obligó a mas de 5000 personas, entre académicos y activistas, incluyendo 11 premios Nóbel y múltiples instituciones académicas de todo el mundo a firmar la Declaración de Durban ad portas de la Conferencia mundial del SIDA del 2000 para reconocer lo que la ciencia había descubierto a 17 años de la aparición de la epidemia. Una declaración que firmé en su momento y que pueden ver aquí http://www.aidstruth.org/the-durban-declaration.php

Todo ese agotamiento y esa frustración de acompañar moribundos del SIDA, en la época que el tratamiento no estaba disponible en Perú y mucho menos en Africa me ha regresado al leer:

"...La proximidad física con ese país, ese sentimiento que sólo lo procura el contacto con la humanidad en toda su realidad sufriente, el olor del miedo, el sudor, la sangre, el dolor, la esperanza, la pequeña llama de luz que a veces se enciende en la mirada de un enfermo, cuando la fiebre se aleja, o ese segundo infinito en el que el médico ve cómo se apaga la vida en la pupila de un agonizante..."

Aún recuerdo a aquellos pacientes, una vez jóvenes y llenos de proyectos de vida, convertidos en una copia ajada de si mismos, despedirse de mi consultorio con un hasta pronto, cuando ambos sabíamos que era la despedida final, cuando en una sonrisa, un apretón de manos o un abrazo intentaba borrar el desgarro que me provocaba la situación.

Cómo se dice en la novela: ¿qué hombre se es cuando se ha vivido algo así?


En la Foto: Versión sudafricana del listón rojo de la lucha contra el SIDA

La Vida Africana


En El Africano, el narrador intenta un acto de redención con su padre, que regresó luego de muchos años a su vida convertido en un extraño. Un hombre que tenía la dureza de la vida surcada en su piel y su comportamiento, que tenía la manía de lavarse las manos con alcohol y flamearlas con un fósforo.



Fuera de su aparato de radio, conectado con una antena colgada a través del jardín, no tenía ningún contacto con el resto del mundo y no leía libros ni periódicos.
Era un hombre fracturado por la guerra, imposibilitado de reencontrarse con su familia. Un hombre que de una manera u otra le fue negado el placer de criar hijos, de verlos crecer y de desarrollarse ambos, como padre e hijos. Incapacitado de amar a su esposa y como dice el autor no ver como transcurre la luz en el rostro de la persona que ama. Porque a la larga creo que uno aprende a ser hijo, esposo y padre sólo a través de la vivencia cercana con su familia, de sentir sus latidos, sus afectos y sus desencantos.

Y eso fue lo que recibió el narrador, un padre maltratado por el arco del tiempo, la soledad y la aridez afectiva en un continente efusivo y pletórico de vida. Un padre desadaptado a la vida europea por el trato hostil del aislamiento africano. Lo que tuvieron narrador y su padre no fue un encuentro sino una colisión: generacional, de costumbres y de cosmogonías. Por eso el título de la novela. El narrador tuvo un padre del que recuerda muy poco de niño, allá en África corriendo tras las colonias de termes con sus hermanos. Un padre que regresa a él, severo y autoritario, cargado de costumbres de un continente que los europeos ven extrañas, por decir lo menos. Es que la distancia de 22 años de colonialismo y ausencia entre padre e hijos produce fisuras muy profundas.


Su padre muere el año que aparece el SIDA, de una neumonía, cuando el continente era abandonado por las potencias que lo colonizaron, sumiéndolo en una pobreza tribal y endémica. Un ejemplo claro se anota en la novela: la hambruna de Biafra, que mostró al mundo la infamia del ser humano contra sus congéneres.


No se dice en la novela, pero uno puede imaginar todo lo que vendría en los años siguientes en África, como la zona subsahariana fue devastada por la epidemia del SIDA. Como el virus fue caminando, haciendo trocha enquistado en todos los humanos que viajan por todos los villorrios y ciudades de esas áreas hasta reducir la expectativa de vida de los africanos a 45 años de edad, cuando en América sobrepasa los 75. Cuántos años de vida perdidos en el continente que aparentemente vio nacer al ser humano.


Me queda una reflexión del final de la novela, la muerte del Africano: es que para los médicos la enfermedad es el momento en que uno se comienza a parecer a sus pacientes.