viernes, 14 de octubre de 2016

Ayer, el Nobel de Literatura 2016


Foto: Opinión caribe

Ayer, por una extraña coincidencia -horas después de haber conocido al ganador del premio Nobel de Literatura 2016- me encontraba fungiendo de maestro de ceremonias en la inauguración de la nueva librería de mi universidad. Casi al final de mi alocución y como una forma de romper el hielo, dirijo la mirada hacia mi jefe para decirle: “doctor, creo que después de conocer al Nobel de hoy, tendremos también que vender discos”.

Más temprano, despierto desde las 5:30 y con una taza de café en la mano, ingresé a la página web de la Academia Sueca, ansioso por conocer el nombre del ganador y saber cuáles serían mis lecturas y críticas de las siguientes semanas. Segundos luego de las 6 am lo primero que sentí fue una incierta sorpresa, el ganador no era narrador ni poeta. La decisión de la Academia desafiaba a la academia, al canon establecido de la palabra impresa, no tendría lecturas del nuevo Nobel, mi acostumbrada pesquisa por librerías consagradas y de viejo seguirían su cauce habitual, a responder “estoy buscando algo que me sorprenda” al ¿está buscando algo? del dependiente de la librería.

En lugar de ello, migré inmediatamente a Spotify para escuchar parte del enorme playlist de Dylan, luego a Instagram a buscar el sitio oficial del nuevo Nobel para finalmente caer en las páginas de los diarios del mundo a enterarme de los datos biográficos y musicales que recordaba de a pocos y que había atesorado en mi larga recorrido por el rock, pasando por el jazz y el blues.

Recordé una de las últimas escenas de la película de los hermanos Coen, Inside Llewyn Davis, cuando el protagonista, un talentoso músico pero con la nube del fracaso acosándolo permanentemente, sale del bar donde tocaba y ve fugazmente a un joven y despeinado Bob Dylan tocando un nuevo tipo de música, un híbrido de blues, rock y folk cantado con una voz nasal y distraída augurando, a decir de los productores de aquel show, un nuevo rumbo a la música. El eterno guiño de los Coen a la cultura popular norteamericana.

Pensé además en los inicios de la poesía griega, de los versos yámbicos y hexaméricos, del ritmo poético que era marcado con el golpe del pie sobre el suelo, conocimiento producto una investigación rápida que hice durante la lectura de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, esa sociedad adolescente de inexpertos poetas urbanos.

Todo aquello pasaba por mis recuerdos pero se me hacía tarde para ir a trabajar, mientras la música del buen Bob sonaba en casa. Busqué mi armónica perdida entre los libros, recuperarla para tocarla y tener el aura de los románticos y melancólicos solitarios pero ahora también la usaría para cortejar al amor.

Ya no me quedó tiempo en casa. Salí raudo al trabajo y me prometí recuperar en la noche un libro con la antología poética de Dylan Thomas, cuyo nombre fue la inspiración para que Robert Zimmerman tomara el nombre de Bob Dylan. Quedé también en buscar algo sobre Allen Ginsberg y la generación beat. Ginsberg fue quien propuso a Bob al Nobel de literatura. Por la noche, leí las letras de sus canciones, en el silencio posterior al simulacro nocturno de terremoto y tsunami. Así mientras mis afectos paseaban por el whatsapp, yo leía una especie de poesía musicalizada y le daba la razón a un tweet de Salman Rushdie:

From Orpheus to Faiz, song & poetry have been closely linked. Dylan is the brilliant inheritor of the bardic tradition. Great choice. #Nobel

Por eso, esta mañana miré un tanto nihilista todas aquellas rabietas y burlas sobre la decisión de la Academia, especulé acerca de la penalidad no declarada impuesta a la literatura norteamericana por los académicos suecos y su resistencia a premiar a Philp Roth. Así lo hicieron con Borges. Repasé mis últimas 24 horas y me convencí que a través de las rendijas del premio brillaba la literatura. Suficiente, me dije.

Por ello, hoy temprano cuando el editor de Acta Herediana me preguntó quién haría la reseña sobre el Nobel de Literatura, le respondí con total seguridad “yo, doctor”. Mi asertividad lo sorprendió y luego de unos minutos de duda, asintió, ya, tú te encargas, me dijo.

Me había lanzado a una aventura con la valla alta, pero así está hecha mi vida, de retos.

Nunca nada me fue fácil.

El camino puede parecer largo y polvoriento pero ya tengo la armónica, la compañía exacta y las canciones de Bob Dylan.

When you got nothing, you got nothing to lose 
You’re invisible now; you got no secrets to conceal  
How does it feel? 
How does it feel? 
To be on your own 
With no direction home 
Like a complete unknown  
Like a rolling stone?


Entonces a comenzar a vivir, digo, escribir…

lunes, 3 de octubre de 2016

Resumen para escritores del Premio Nobel 2016 de Medicina


Fuente: Nobelprize.org

En cierto sentido una célula puede verse como una fábrica. La analogía funciona si consideramos a la célula como un lugar de producción, esta dividida por funciones, requiere de fuentes de energía y posee lugares para el almacenamiento.

Como cualquier fábrica existen no solo productos de desecho sino productos defectuosos que deben ser eliminados. La célula posee compartimientos internos llamados organelas, uno de ellos tiene la forma de vesículas y se llama lisosoma, son pequeñas bolsas que contienen los materiales de desecho, lo que luego son destruidos en su interior por proteínas especializadas. Por otro lado, algunos lisosomas sirven como lugares de almacenamiento de los productos del metabolismo celular.

Estos lisosomas fueron descubiertos en 1950 por Christian de Duve que luego acuñó el término Autofagia (comerse a sí mismo) para referirse a aquellas vesículas que digerían productos de la misma célula. A estas vesículas se les llamó Autofagosomas. Este fenómeno puede ocurrir en respuesta a situaciones variadas. Por ejemplo, proteínas de conformación defectuosa, materiales en exceso cuando se produce una remodelación celular, como puede ser el caso del desarrollo de un embrión, así como también ser una forma de respuesta de la célula ante situaciones de estrés –en este caso se destruyen proteínas no vitales para obtener energía, como puede ser el caso de quemar parte del mobiliario para obtener calor ante el frío extremo-.

Para entonces quedaban sin responder muchas preguntas que explicaran cómo se inicia la autofagia, cuáles eran sus componentes,  quién comandaba el proceso, cuáles serían los beneficios celulares y si una distorsión de la autofagia traía consecuencias en la salud.

Yoshimiro Ohsumi, alrededor de 1990 en la Universidad de Tokyo se dedicó al estudio de la autofagia en la levadura de cerveza (Saccharomyces cerevisae) como ser modelo. Ohsumi pensó que obteniendo cepas mutantes que no tuvieran ciertas proteínas involucradas en la digestión de sustancias de desecho le darían una pista sobre el funcionamiento global del sistema. La deducción fue la siguiente: si en un proceso un factor esta ausente los productos previos en la cadena metabólica se acumularán. Y el tiempo de trabajo disciplinado le dio la razón. Modificando genéticamente a la levadura obtuvo cepas mutantes que fueron revelando poco a poco el proceso de autofagia. Descubrió que al menos son 15 genes esenciales los que dirigen el proceso a través de las proteínas que codifican. A estos genes los denominó ATG. El proceso es como sigue, ante una situación de estrés celular –ayuno prolongado, infección o ingreso de toxinas-, una proteína dispara una cascada de reacciones que llevan a la formación de una vesícula que engulle el material de desecho –o el necesario para un estímulo determinado- y lo digiere. Hasta allí todo bien estaba bien demostrado en las levaduras, el siguiente paso era conocer que algo similar ocurría en animales multicelulares y Ohsumi con su equipo lo lograron identificando los homólogos ATG en mamíferos, en este caso ratones genéticamente modificados en laboratorio.

La tecnología utilizada por Ohsumi y colaboradores disparó una serie de descubrimientos que demuestra que la autofagia es un proceso que ocurre en condiciones normales para mantener el equilibrio metabólico conocido como Homeostasis. Asimismo, la autofagia es útil en conseguir energía en periodos de escasez de nutrientes, para retirar proteínas anormales que son tóxicas (como en el caso de las enfermedades neurodegenerativas), en la limpieza de gérmenes intracelulares o en la eliminación de células cancerosas. La ausencia o defectos en la autofagia provocarán la aparición o empeoramiento de enfermedades.

Las nuevas técnicas de Ohsumi permitieron abrir una nueva línea de investigación y descubrimientos que nos sirven para entender mejor la forma cómo trabajan las células así como la génesis de enfermedades que aquejan a la humanidad.



lunes, 18 de julio de 2016

Le Clézio en Lima



A continuación y como parte de las actividades programadas durante la visita del premio Nobel de Literatura 2008 a la FIL 2016, se organizó una conversación entre escritores, ,  Jean Marie Le Clézio y Alonso Cueto.

Alonso repasó parte de la biografía de Jean Marie, nacido en Niza y llevado de niño a vivir a la isla Mauricio. Ambos coincidieron en señalar que la literatura es la ocasión de hablar de sí mismo, a su vez Jean Marie mencionó que proviene de una familia atípica, hasta cierto sentido surrealista, sus padres eran primos hermanos y tuvieron que solicitar autorización papal para casarse. Su padre fue médico y trabajó por más de diez años en la Guyana Británica luego en Nigeria y posteriormente en el Camerún Británico, debido a este trabajo sus padres se veían muy poco, por lo que Jean Marie cuando niño consideraba tal situación como normal.

Como era usual para quienes trabajaban en las colonias del Imperio británico la jubilación era temprana y su padre volvió a Niza, que era una ciudad donde no se sentía a gusto. En aquel entonces la pensión de jubilación era otorgada por el territorio donde se había trabajado, debido a la independencia de las colonias, esta pensión nunca se otorgó. Su padre emprendió una serie de viajes para instalarse en otras ciudades, pero lo tuvo que hacer solo –su nomadismo colisionaba con la estabilidad que significa criar y educar a los niños de la familia-, los proyectos no prosperaron y tuvo que regresar a Niza

El llegar al África a los 8 años conllevó un gran cambio en su vida, esa es la edad en que empieza a escribir sus historias, las que hacía en letra de imprenta para que se pareciera a los libros debido a que no contaba con máquina de escribir. Su madre, que era artista siempre fue muy comprensiva y cariñosa con su hábito de escribir, coleccionaba tales escritos y les daba forma de libro. En cambio, su padre consideraba como un “fruto seco” su afición a la escritura.

Alonso comentó luego el tema de la formación de los escritores a través de sus lecturas. Jean Marie respondió que su primera fuente de información fue una colección de libros llamados “Diccionarios de la conversación”, publicación dirigida a las mujeres en una época en que no se les permitía asistir a la educación formal, la lectura de estos diccionarios entregaban contenidos útiles para que las damas de sociedad pudieran mantener una conversación fluída sobre diversos temas.

Sin embargo, dos acontecimientos marcarían la formación literaria de Jean Marie: primero, descubrir la narrativa estadounidense moderna, la de Steinbeck, Hemingway, Dos Passos, Malamud, una literatura realista y moderna en un momento en que Francia vivía el Nouveau Roman. Sin embargo, el autor que más impacto le produjo fue J. D. Salinger con “El guardián entre el centeno”, que habla de un muchacho, Holden Caulfield, que ama a su gorra y decide escapar de la escuela a conocer el mundo, este tipo de literatura que habla de la dificultad de ser en un mundo moderno es la que marca su forma de escribir. Segundo, su viaje a México como parte de un servicio militar, donde fue comisionado a trabajar en el Instituto Francés de América Latina con la función de ordenar la biblioteca, lo que le dio la oportunidad de conocer a los cronistas de la conquista como Bernardino de Sahagún, Garcilaso de la Vega, Guamán Poma, entre otros, de quienes fue sorprendido por lo que Jean Marie llama, la narrativa de la urgencia capturada por “aquella fuerza trágica de salvar mundos que se desmoronan”. Este último acontecimiento orientó la mirada de Jean Marie a los pueblos indígenas quién identificó que las tribus aborígenes son distintas entre sí pero tienen un sentido común, su comunión con la naturaleza.

Alonso retoma el tema de las comunidades indígenas para mencionar que las historias son la conciencia y memoria de la comunidad, toma el ejemplo de José María Arguedas y Juan Rulfo, en quienes las palabras brotan como de una voz colectiva.

Jean Marie habla de su experiencia en el tapón del Daríen con los indios Emberá en Panamá diciendo que en los pueblos indígenas la narrativa se halla en su estado natural que da cuenta de su lucha contra los colonizadores y manifiesta que estos pueblos han dejado constancia de aquella lucha y su resiliencia para tolerar la invasión. Uno de los ejemplos, dice, fue la literatura de Arguedas.

Alonso comenta que Jean Marie estuvo en el Perú como mochilero en los años sesenta.

Jean Marie llegó al Perú en 1967, a un país que él conocía por haber sido una de las colonias más importantes de España. Menciona que al llegar encontró dos mundos: Lima, la capital que tenía una vida casi colonial, y la región rural e indígena para decir que hoy ambos mundos se han integrado.

Alonso habla del mestizaje, de un proceso largo y doloroso por el que ha pasado América Latina. Arguedas vuelve a ser evocado por el concepto de todas las sangres.

Jean Marie menciona a la “raza cósmica” de Vasconcelos en México y dice no creer en las razas y concuerda en que América es un laboratorio de integración cultural que Europa debe observar para intentar la integración de diversas culturas que llegan por las olas migratorias.

Dos temas quedan para el final: el cine, un arte reciente con poco más de cien años pero que ha pasado por diversos géneros en una forma más rápida que la literatura, menciona Jean Marie que intentó hacer una película que se frustró por no contar con una cadena de distribución; la soledad del escritor, en un mundo dividido por el optimismo estúpido y el pesimismo inteligente, un escritor es alguien que lleva una vida solitaria que lo lleva a la reflexión y por ende al pesimismo, sin embargo, la escritura tiene un lado creativo y ya que el acto de la creación conlleva una ilusión, ésta genera una forma de optimismo.

Jean Marie quiere terminar con un elogio a la historia, cuenta que durante su estancia en Michoacán descubrió una costumbre local: una vez al año un sacerdote indígena pasaba días sin comer contando la historia del pueblo a su comunidad desde los inicios de la misma y cada vez que repasaba ciertos pasajes los iba mejorando con su propia creatividad.


Esto me hizo repasar lo que dijo Jean Marie en su corta alocución de la inauguración de la FIL 2016, la literatura es un bien común que sirve para expresar el sentimiento de comunión entre los humanos, que escribir no es en vano sino que permite intercambiar nuestros sueños y esto de alguna forma es alcanzar la paz. 

miércoles, 13 de enero de 2016

Dos años, ocho meses y veintiocho noches




La entropia es la tendencia natural del universo hacia el desorden. Desde las partículas elementales a los conglomerados humanos. A pesar de ello, la naturaleza no nos luce desordenada sino ajustada a una cierta intención o a un orden predeterminado. Todos los fenómenos como el movimiento de los planetas, las estaciones del año, el desarrollo de nuestros cuerpos cumplen inexorables leyes físicas y químicas. Existe un cosmos entre el caos. Que provoca ese orden, es una pregunta para la cual no tenemos aún una respuesta definitiva. 
La cualidad humana de pensar nos ha llevado a hacernos una variedad de preguntas acerca de nuestra propia existencia, de porque y como ocurren los fenómenos de la naturaleza y cual es la real extensión del universo. Las respuestas a los fenómenos naturales vinieron primero como pensamientos disfrazados de fantasías y luego como ideas científicas. Esto se logró a través de un cerebro evolucionado que desarrollo también el lenguaje y las palabras que funcionan como eslabones que cohesionan los grupos humanos y su propia historia.Con la mente llegaron también los pensamientos, el manejo de las emociones, la razón, la lógica y la religión. La creencia acerca de una divinidad sobrehumana,que nos guía y transita con facilidad el mundo terrenal hacia otra dimensión, nos persigue a lo largo de la historia de la humanidad. 



En Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Salman Rushdie ha escrito una novela sobre el valor de aquellas fantasías e ideas que engendra la mente humana. Nos dice que a lo largo de la historia, así como se edificaron palacios y mausoleos, los humanos construyeron conceptos abstractos llamados constructos. A través de los constructos llegaron la magia, los dioses y los fenómenos sobrenaturales para los que no tenemos una explicación lógica. Con las fantasías llego la esperanza pero también el miedo y la censura.

La novela de Salman Rushdie cabalga sobre las fantasías de otras historias para criticar al mundo contemporáneo. La obra tiene dos ejes, las peripecias del filósofo andaluz Averroes (Ibn Rushdie) y la historia de los yinn,  seres sobrenaturales que habitan el Pais de las Hadas que transitan entre ambos mundos a través de los muy modernos agujeros de gusano y la singularidad de la física cuántica, atajos cósmicos que permiten atravesar miles de años en menos de un milisegundo. 

La historia del conocimiento humano ha tenido momentos de esplendor. Favorecidos por las condiciones políticas y económicas, hubo momentos que permitieron épocas como la de la Grecia antigua, el Renacimiento, la Ilustración o la Revolución Industrial. Durante la Edad Media, este péndulo de claridad racional se inclinó hacia el mundo árabe. Los califatos islámicos rescataron el conocimiento de los clásicos griegos denostados como pagamos por el avance de un Cristianismo oscurantista e intolerante. En el califato de Persia surgió Ibn Sinna (Avicena), un siglo después surgió Abu Al-Walid Muhammad Ibn Ahmad Ibn Rushd Al-Qurtubi (conocido como Averroes) en el califato de Córdoba, un filosofo y médico islamico que tradujo y comento casi la totalidad de trabajos de Aristóteles así como la República de Platón. Averroes en su obra Tahafut Al-Tahafut (La incoherencia de la incoherencia) menciona sobre la separación entre razón y fe, señalando la incompatibilidad acerca la teoría que el mundo fue creado por Dios, considerando tal afirmación como una metáfora, y que no existían pruebas de la existencia de tal divinidad. Cuando el totalitarismo religioso invadió el califato de Córdoba, Averroes cayo en desgracia y fue desterrado. Ese totalitarismo se alimento de las ideas expresadas por un antiguo pensador llamado Al Ghazzali, quién interpretando el Corán, afirmaba que todo en el mundo obedecía a la voluntad de Ala. Un conflicto que como se puede ver ha sido y es el protagonista de muchas desventuras en la humanidad.

En la novela, que inicia en el siglo XII, un Averroes ya maduro que aquí se llama Ibn Rushd, se enamora de una joven de dieciséis años, Dunia, quien en realidad es una yinnia que ha llegado a este mundo procedente del Pais de las Hadas, bajo forma humana. Ibn Rushdie y Dunia engendran una numerosa e inusual prole, la que está llamada a perdurar por siglos. Pero hay una clave, Dunia conoce el amor, un sentimiento humano impensable en el Peristan, la región surreal donde viven los yinn.Utilizando un enorme salto temporal el narrador muestra la vida de personas acaso contemporáneas como el jardinero Geronimo, la Dama Filosofa, Jimmy Kapoor -un dibujante de cómics-, Teresa Saca Cuartos, entre otros, quienes son testigos de una serie de fenómenos sobrenaturales, que destruyen parte de la naturaleza y que provoca que algunas personas leviten en el aire. Este periodo se conoce como la época de la Extrañeza que duró exactamente mil y una noches. 

En la parte final de la época de la Extrañeza sucede la Guerra de los Mundos, acaso un guiño a la obra de HG Wells. Los yinn perversos han invadido la Tierra y tienen como plan la destrucción de la humanidad. Estos seres de humo sin fuego han regresado a través de las ranuras del espacio-tiempo que se han vuelto a abrir. Pero tales rendijas, también sirvieron para que Dunia regrese transmutada en otras formas humanas, al llegar a la Tierra, Dunia recupera el amor que sentía por Ibn Rushdie, personificado en uno de los personajes contemporáneos, pero como tiene una misión que cumplir, desterrar y eliminar a los yinn malignos, se dedica a crear un ejército de humanos, cuyas historias se presentan en la novela, escogiendo líderes no se conocen entre sí pero que comparten una cualidad que no conocían. 

La edad de la Extrañeza dura mil y una noches, lo mismo que ese conglomerado de historias persas que se conoce como Noches Árabes (Hazar Afsani) o Las mil y una noches, conjunto de historias persas que contaba Sherezade a su consorte, el rey que decapitaba una doncella al amanecer de una noche de placer. Las historias contadas le permitieron a Sherezade sobrevivir a aquella maldición. Estas fantasías redimen al rey de su rencor y le permiten conocer el amor. Son las mismas historias que contadas de boca en boca por otros pueblos del mundo nos han llegado bajo la forma de mitos y epopeyas para explicar nuestra existencia, allí están el Gilgamesh, la Iliada y la Odisea, entre otras. En realidad todos vivimos atrapados en nuestras invenciones, en nuestras propias historias. 

La novela se vale de algunas fábulas como la de la lámpara de Aladino o las alfombras voladoras, sólo que ahora los espíritus se desplazan en urnas voladoras o a través de los agujeros del espacio-tiempo. Las historias que cuenta la novela, a modo de cajas chinas, se subdividen para mostrarnos, y criticar socarronamente, los males e incoherencias de la historia mundial reciente así como de la cultura pop. La lectura de estas historias y sus ramificaciones se burlan de personajes que podemos deducir son remedos de los talibanes, Kim Jong Um, Donald Trump, el narcotráfico, la venta ilegal de armas, Berlusconi, entre otros, haciéndonos ver que acaso la historia de la humanidad está salpicada de las incoherencias de la incoherencia. La guerra de los mundos es la suma de muchas batallas, que utilizan la astucia de los guerreros y el soporte de fuerzas sobrenaturales como relámpagos o tormentas. 

Asimismo esta es una novela sobre el trascender. Trascienden los grandes pensadores a través de sus ideas, trascienden los seres mitológicos a través de los agujeros de la irrealidad, trascienden las personas comunes a través del amor y el recuerdo que tenemos por ellos. Uno de los ejes de Dos años, ocho meses y veintiocho noches, es el inacabable conflicto entre ciertas dicotomías como fe y razón o entre cuerpo y alma. Doctrinas que han opuesto ideológicamente a Platón con Aristóteles, a Descartes con Spinoza. Es posible que la ciencia explique todos los fenómenos del universo? Tenemos un alma que se separa del cuerpo? Existe un Dios que todo lo puede? Somos eternos realmente?  Acaso fe y razón sean dos caras de la misma entidad que muta constantemente de estado el que es imposible de escrutar a cabalidad debido a lo impreciso y limitado de la comprensión humana. 

La novela además entrega otra reflexión subyacente, la de la maravilla de las palabras y la capacidad humana de crear historias. El soñar nos permite soportar las bajezas de la condición humana. Soñar es recreación, esperanza y también amor. Si la ficción salvo a Sherezade porque no puede salvarnos a nosotros o como menciona el epígrafe gráfico de la novela: "la fantasía abandonada de la razón, produce monstruos imposibles: unida con ella, es madre de las artes y el origen de sus marabillas (sic)". Salman Rushdie nos dice que los absolutos son incompatibles con la vida en la tierra y que necesitamos de aquellas rendijas que se abren en nuestras mentes con la ayuda de la ficción para escapar, al menos momentáneamente, de las angustias de vivir en este mundo, de aquella absurdidad de la existencia humana y nos alejan de la envidia, del rencor, de la venganza y el terrorismo. La ficción, o la capacidad de generar sueños, es como el amor, la primavera después del invierno, lo que nos hace perdonar los defectos, de hacernos susceptibles, de encontrar aquellos  sentimientos nobles, como se mencionaba en la Eneida, encontrar las lágrimas en las cosas. En resumen,  nos hace más humanos.