domingo, 24 de diciembre de 2006

Tronco viejo

El amanecer lentamente despega mis pensamientos, una ducha, un café y un vaso de yogurt me ayudan a despertar. Con los pensamientos de anoche aún a cuestas, que se mezclan con la agenda del día, mis oídos cambian los sonidos de los pajarillos de los jardines vecinos con los autos que poco a poco comienzan a destrozar la tranquilidad de las calles. Una avenida se junta con otra. Así como una hormiga que avanza desde una de las hojas mas tiernas, recorriendo rama tras rama hacia el centro áspero del tronco viejo, atravesando así las calles llego a mi hospital, a mi krankenhaus, a la casa del dolor.

Ya me habían dicho en los talleres que mis cuentos de hospital eran oscuros.

El análisis de Poe

En las últimas semanas he utilizado, en las prácticas clínicas con mis alumnos, un texto de Edgar Allan Poe, el primer párrafo de "Los Crímenes de la Calle Morgue:

"Las características mentales que suelen considerarse analíticas son, en sí
mismas, de dificil análisis. Sólo las apreciamos a través de sus resultados. De ellas conocemos,entre otras cosas, que son siempre, para el que las posee en grado extraordinario, una fuente del mas vivo placer. Del mismo modo que el hombre robusto disfruta con su habilidad física,deleitándose en aquellos ejercicios que ponen en actividad sus musculos, el analista goza con esa actividdad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar.

Consigue satisfacion incluso en las mas triviales ocupaciones que ponen en juego su talento. le encantan los enigmas, los acertijos y los jeroglíficos, y, al solucionarlos, muestra un grado de perspicacia que, para la gente normal, parece sobrenatural. Los resultados, fruto del método en su forma mas esencial y profunda, tienen todo el aire de una intuicion..."


Desde que lo leí me pareció interesante aproximarme al texto de este cuento policial al momento de desentrañar las dolencias de las personas, ya que eso es lo que somos, detectives de enfermedades.

Acariciar el detalle, el divino detalle


A propósito de mis amigos que piensan que la literatura es solo una afición, estuve revisando nuevamente el ensayo sobre Nabokov en el libro "I Have Landed" de Stephen Jay Gould. En el ensayo Gould trata de explicar la excelencia de Nabokov en dos disciplinas aparentemente disímiles, la ciencia y la literatura. Nabokov fue Investigador en Zoología en la Universidad de Harvard y publicó artículos sobre taxonomia de mariposas, llegando a describir un nuevo género Lycaenidae. Fue conocido por sus alumnos y colegas por su apego al detalle y la exactitud en la descripción de especies, una cualidad siempre admirada en la investigación científica.

Nabokov fue trilingüe, y por ese motivo fue muy escrupuloso en el tema de las traducciones de sus textos literarios. Es conocido además su amor por el detalle en el estilo y la estructura en sus obras literarias.

Es muy díficil establecer que disciplina influyó en la otra, ya que a lo largo de su obra hay referencias cruzadas. Sin embargo, hay algo común a la ciencia y la literatura: la observación sistemática, esa pasión por la contemplación de los detalles de los eventos naturales y de la vida humana. Esa mirada aparentemente fría y descarnada que se imputa muchas veces a los científicos, pero que esconden la alegría y emoción por los descubrimientos de la naturaleza. Una especie de sorpresa infantil.

Un ejemplo de ello se puede encontrar en un pasaje de Ada (tomado del ensayo de Gould y traducido por el suscrito): "Si pudiera escribir -musitó Demon- describiría en muchas palabras sin duda, cuán apasionadamente, cuan incandescentemente, cuan incestuosamente -cést le mot- el arte y la ciencia se hallan en un insecto".

Una mirada de niño, una pasión por el descubrimiento y la observación madura de la naturaleza y del comportamiento humano, me quedo con eso para seguir escribiendo. Y para seguir investigando

En la foto: Mariposas del género Lycaenidae, descubiertas por Nabokov

miércoles, 13 de diciembre de 2006

Filiación

Se acerca el solsticio de verano y aunque el sol no se atreve a salir de su encierro limeño, se siente un vaho que condensa todos los olores del mar.

Camino paralelo a la orilla, lejos de mí una bandada de gaviotas, piqueros y zarcillos se posan suavemente sobre la arena. Decido entrar al agua, uno a uno voy colocando mis dedos para acostumbrarme al frío del Pacífico Sur, y sentir como el rompiente de las olas va trepando lentamente por el cuerpo, hasta que comienzo a jugar con la música constante de las olas.

Cuando pienso en ello recuerdo cómo ingresé a la literatura.