Se acerca el solsticio de verano y aunque el sol no se atreve a salir de su encierro limeño, se siente un vaho que condensa todos los olores del mar.
Camino paralelo a la orilla, lejos de mí una bandada de gaviotas, piqueros y zarcillos se posan suavemente sobre la arena. Decido entrar al agua, uno a uno voy colocando mis dedos para acostumbrarme al frío del Pacífico Sur, y sentir como el rompiente de las olas va trepando lentamente por el cuerpo, hasta que comienzo a jugar con la música constante de las olas.
Cuando pienso en ello recuerdo cómo ingresé a la literatura.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario