El amanecer lentamente despega mis pensamientos, una ducha, un café y un vaso de yogurt me ayudan a despertar. Con los pensamientos de anoche aún a cuestas, que se mezclan con la agenda del día, mis oídos cambian los sonidos de los pajarillos de los jardines vecinos con los autos que poco a poco comienzan a destrozar la tranquilidad de las calles. Una avenida se junta con otra. Así como una hormiga que avanza desde una de las hojas mas tiernas, recorriendo rama tras rama hacia el centro áspero del tronco viejo, atravesando así las calles llego a mi hospital, a mi krankenhaus, a la casa del dolor.
Ya me habían dicho en los talleres que mis cuentos de hospital eran oscuros.
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