martes, 31 de mayo de 2011

Las Fosforescencias de Murakami





A pesar de que trato de llevar una lectura ordenada, es decir leer una novela a la vez y de principio a fin antes de comenzar una nueva, me gana el desorden o en este caso el apetito e ingreso en un binge literario: salto de una novela a otra o bien a un libro de ensayos o a obras de otras disciplinas, teniendo entre mis favoritas a las de ciencias naturales, historia y filosofía; y, como en un juego de hilos quedo enredado en cada una de las tramas que me propone cada uno de los libros, enredado pero satisfecho.

Acabo de terminar la lectura 1Q84 (Haruki Murakami) el pasado domingo y aún con la resaca de las más de 700 páginas de los libros 1 y 2, disfrutando con las decenas de ramificaciones del texto, tanto en términos de conceptos como de interpretación literaria, y me propongo recuperar las historias clínicas subyacentes en el texto primario, en uno de mis saltos literarios tomé por curiosidad Cazadores de Microbios de Paul de Kruif: donde se narran las peripecias de algunos microbiólogos famosos. Al azar leí el capítulo referente a Paul Ehrlich, que como estudiante de medicina se interesó en la coloración de los tejidos corporales, quien utilizando el concepto de las reacciones químicas que producen los colorantes se acercó a la naturaleza de las reacciones del sistema inmunitario. Ehrlich buscó además incesantemente un químico que pudiera combatir algunas de las enfermedades infecciosas que en ese entonces diezmaban al ser humano sin la oposición de los medicamentos. En sus innumerables intentos de utilizar colorantes contra los microbios, encontró su Bala Mágica, como él la llamaba: la primera cura contra la Sífilis, el Salvarsán o compuesto 606.

La concurrencia de lecturas múltiples a veces genera coincidencias felices: una de las frases expresadas por Ehrlich calzaba con una de mis divagaciones acerca de la novela Murakami, la ficción acerca del mundo 1Q84 y sus dos lunas. Ehrlich, obsesionado por las reacciones químicas y el hallazgo de un compuesto que destruyera los microbios dentro de un cuerpo enfermo, le dijo un día a uno de sus colaboradores:



La vida está basada en oxidaciones normales. Los sueños son una función del cerebro y las funciones cerebrales son meras oxidaciones. Los sueños son algo así como una fosforescencia del cerebro.

Casi como copiado de 1Q84: iluminaciones de dos lunas, tormentas eléctricas que marcan la transición imperceptible entre dos mundos. Pasé del mundo de fantasías científicas de Ehrlich, en un libro editado en 1942, antes del descubrimiento de la penicilina al mundo de fantasías literarias de Murakami en el presente siglo

En 1Q84 además tales fosforescencias me evocan la eclosión de millones de vesículas presinápticas liberando neurotransmisores y como Ehrlich aproximó hace muchos años: provocando pequeñas explosiones químicas que dan lugar a los sueños, como espejismos del subconsciente y, a su vez, en el estado de vigilia, el de crear las ficciones que pacientemente se convertirán algún día en la matriz de una obra literaria.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Las Máximas de Loeb




Confieso que no todos los días ir a trabajar se convierte en un placer, por más que me guste lo que hago. Hay días en que preferiría quedarme en casa, terminar de leer mis pendientes y escribir los textos que mis demonios literarios obligan. Ayer fue uno de tales días. Sin excusa para llamar a mi jefe y decirle que no iría a trabajar llegué temprano al hospital. Sabía que mi jornada sería corta para cumplir con lo planificado, obligado a ir a una reunión sobre Telemedicina, le avisé a mi Interno que disponga de todo para iniciar la primera visita de la mañana (Interno: estudiante del último año de Medicina que realiza sus prácticas pre profesionales).

La visita de la mañana es crítica pues recapitula lo que ha pasado durante la tarde y la noche previas, se revisa el cumplimiento de las metas trazadas en el manejo del paciente y se planifica lo que se actuará en las siguientes horas. Yo esperaba una mañana prolija en hallazgos.

Pero no sucedió así. Para variar, al comunicarle sobre la visita, el Interno tomó la misma cara de sorpresa que pone desde el momento que llegó, hace ya 45 días. El día previo le había dado todas las explicaciones posibles para gestionar el drenaje de un paciente con absceso hepático: le expliqué los fundamentos del tratamiento, a quién debería buscar -al radiólogo intervencionista-, que instrumental necesitaría y los procedimientos administrativos para conseguirlo.

- Eduardo ¿qué dijo el radiólogo?
- ¿Cuál radiólogo?
- El que iba a hacer la punción hepática.
- No sé. Pero vino el cirujano
- ¿Quién te autorizó a llamarlo?
- Yo lo hice
- ¿Para qué?
- Para que evalúe al paciente

Revisé las notas del cirujano, quien sugería continuar con el tratamiento, decía que el paciente no necesitaba cirugía y que…debería de llamar al radiólogo intervencionista. En ese momento, la sangre alcanzó su punto de ebullición, pues al no haber registrado el Interno en las notas de Evolución clínica (lo que acordamos el día previo) aparecía en la historia como que el cirujano era el autor de la idea. No solo yo quedaba como un tonto sino que el Interno me había hecho romper la 4ta máxima de la Medicina Interna.

Más aún, al revisar el archivo del paciente encontré los mismos errores administrativos de todos los días y que el Interno se niega, consciente o inconscientemente, a resolver a pesar de haber probado toda suerte de herramientas de persuasión educativa, como por ejemplo explicarle los niveles cognitivos de la Taxonomía de Bloom (Conocimiento, Comprensión, Aplicación, Análisis, Síntesis y Evaluación) hasta las infinitas recomendaciones sobre que es mejor aprender haciendo. Pero mi Interno imprime a las cosas su propia velocidad y filosofía de aprendizaje, no importando si las circunstancias apremian. Revisando un poco más encontré un par de resultados de laboratorio, so sugeridos por mí:

- ¿Qué significa esto?
- Ah, es el lactato
- ¿Y para qué lo pediste?
- Es que el primero salió alto y el segundo lo tomé después para ver si bajaba.
- Pero va a seguir alto pues no has drenado el absceso. Además ¿le has tomado la presión y la temperatura?
- No
- Entonces que esperas para ahcerlo

De nada me sirvió machacar que la Clínica tiene principios fundamentales, uno de ellos es la superioridad de los hallazgos físicos sobre las pruebas de laboratorio, ya que éstos últimos pueden fallar, pero como diría House, mientras todos mienten, los signos clínicos quedan como la única verdad.

De allí en adelante fui descubriendo más perlas sobre el mismo paciente, como el hallazgo de trombos en las venas suprahepáticas, que él no podía explicarse, a lo que recurrí a una perorata sobre fisiopatología y las reacciones que tiene el endotelio ante una inflamación severa, lo que explicaba este hallazgo y desautorizaba dialécticamente el nuevo set de pruebas que había pedido sin autorización para explicar lo inexplicable.

Hasta que decidí aplicar la táctica del Convidado de Piedra. Es decir, ignorarlo y continuar la visita con la Residente (médico graduado en entrenamiento de post grado). De nada serviría que en los siguientes minutos intentará justificar sus omisiones aludiendo que no recordaba haber escuchado mis instrucciones, a lo que repliqué a modo de coda que si necesitaba se las podría dejar escritas y que si persistía en pedir pruebas para ver como oscilaban las constantes biológicas podría dedicarse a las matemáticas con más éxito. Minutos más tarde, lo vi presuroso por el servicio de Radiología y completando el resto de tareas pendientes.

Siempre es interesante y gratificante trabajar con estudiantes, sobre todo por que uno se puede contagiar de su entusiasmo por aprender y empujan a estar siempre bien informado, además te abrevian de muchas tareas y permiten que uno pueda profundizar, y en mi caso filosofar sobre las diversas enfermedades, para darles un enfoque que permita sobrellevar el hecho de trabajar con personas seriamente enfermas y retornar los conocimientos a los estudiantes con el fin de cerrar el círculo de enseñanza – aprendizaje.

Infinitos son los ejemplos de la relación entre profesores y discípulos, con resultados tan dispares como la vida misma. Y como de toda experiencia se peude sacar una enseñanza, a pesar de que ésta me haya malogrado la mañana, paso a revisar las Máximas de Loeb en Medicina Interna (Matz R: Principles of Medicine. NY State J Med 77:99-101, 1977) y que constituyen uno de los cimientos de mi práctica diaria:


1. Si lo que estás haciendo funciona, entonces continúa haciéndolo.
2. Si lo que haces no funciona, entonces deja de hacerlo.
3. Si no sabes que hacer, entonces no hagas nada.
4. Pero sobre todo, nunca le dejes tu paciente a un cirujano

miércoles, 11 de mayo de 2011

Personal e Intransferible








Cuantas historias interiores que contar dentro del Estadio Monumental,cuantas razones distintas para estar allí.





No recuerdo bien cuando escuché por primera vez a los Beatles, acaso por rebote de los mayores. En una época donde la televisión no era omnipresente aún, la radio llenaba los espacios que los juegos y el colegio dejaban libres. Por azar del dial caí en Beatlemania, un programa de sábados por la noche que marcó mi relación con la radio, al punto de terminar años después trabajando como DJ en una de ellas. Una historia que contaré mas adelante.


Esperar los sábados a escuchar el programa, a ir a los estudios de la radio y comprar mi primer disco de vinilo (long play) eran consecuencias esperadas pero que tomaron cierto tiempo entre una y otra etapa.




La más complicada fue la última, ya que viviendo de propinas, comprar un disco fue el evento crítico. Cómo no me alcanzaba la plata compré una recopilación con 2 long plays, la tapa era roja, se abría como un libro y dentro de las fundas había un encarte con las letras de las canciones. The Beatles 1962-1966 utilizaba una fota del álbum Please Please Me, creo que tomada desde los estudios de grabación.


Desde entonces, gané varias cosas: mejoré mi oído musical, exploré la discografía y la historia de los Beatles, aprendí a presentar canciones como en la radio y me interesé en el inglés, un idioma que me iba de patadas en el colegio. A partir de ese momento, un diezmo de mis propinas iba al fondo pro compra del siguiente álbum, el Azul: The Beatles 1967-1970.


En tal álbum el diseño era el mismo y el estilo de la foto también, pero con los Fab Four de barba y pelo largo. Una vez más un disco marcaba una transición, la música y el look eran distintos y al parecer mas elaborados (ahora diría que crearon una vanguardia) y me inspiraron, entre otros factores, a usar el pelo largo, aunque esto pueda parecer inversimil a los que me conocen.


Y hace 2 noches, estaba allí esperando el concierto y viendo una a una las figuras que desfilaban sin cesar, por las gigantescas pantallas 30 minutos antes del concierto, el collage de fotos y videos que contaban la historia de The Beatles y de Wings, la banda que crearon Paul y Linda McCartney. Solo para rebobinar los miles de momentos ligados a mi propia historia musical, la recolección de los discos 45 rpm o long plays de McCartney, y de aquellos que no pude comprar pero me deleitaba de ver, tocar y oír en la cabina de radio, como el Wings over America.


Hasta que por fin se apagaron las luces, y de entre el griterio general: Paul que comienza el concierto cantando Hello Goodbye y me transporta al viejo radio a tubos, al equilibrio manual en colocar la aguja sobre el surco preciso del disco, a la psicodelia y a las ganas que aún tengo de ver Magical Mystery Tour.



Si Hello Goodbye me sonó a himno, luego las siguientes canciones me dejaron paralizado pues no imaginaba hasta entonces tener al frente a una persona con tanta historia detrás, la de ellos, la del mundo, la mía, hasta que en The Long and Winding Road me quebró las fibras más sensibles y creo que nadie se dió cuenta de las lágrimas que salían en silencio.






The long and winding road that leads to your door,


Will never disappear, I've seen that road before


It always leads me here, leads me to your door.

Una y otra vez las canciones, imagino, nos llevaron de un modo u otro a todos a territorios escondidos en nuestra memoria, que en mi caso me refrescaron a las cajas de parlantes hechas por papá y a la cena de mamá cuando estudiaba hasta muy tarde escuchando música. Tonadas que unen distancias temporales, como cuando al ver a Sting en el Festival de Viña mis padres recordaron cuando lo escuchaba por la radio.




Han pasado dos días y el concierto aún rebota en mi memoria, asaltando aquellas rendijas de pensamiento que me quedan luego de resolver las tareas cotidianas. Allí escuché y vi del mismo Paul ese clásico One, two, three, four... que abré muchas de las canciones de The Beatles, en especial Sgt. Pepper Lonely Hearts Club Band, aquella canción que abría el programa que era más importante de no perder que la misa de cada semana: Beatlemania


Gracias Paul...y John, George y Ringo, por dejar (Let´em in) entrar mis recuerdos una vez mas.



Esta historia continuará...