Confieso que no todos los días ir a trabajar se convierte en un placer, por más que me guste lo que hago. Hay días en que preferiría quedarme en casa, terminar de leer mis pendientes y escribir los textos que mis demonios literarios obligan. Ayer fue uno de tales días. Sin excusa para llamar a mi jefe y decirle que no iría a trabajar llegué temprano al hospital. Sabía que mi jornada sería corta para cumplir con lo planificado, obligado a ir a una reunión sobre Telemedicina, le avisé a mi Interno que disponga de todo para iniciar la primera visita de la mañana (Interno: estudiante del último año de Medicina que realiza sus prácticas pre profesionales).
La visita de la mañana es crítica pues recapitula lo que ha pasado durante la tarde y la noche previas, se revisa el cumplimiento de las metas trazadas en el manejo del paciente y se planifica lo que se actuará en las siguientes horas. Yo esperaba una mañana prolija en hallazgos.
Pero no sucedió así. Para variar, al comunicarle sobre la visita, el Interno tomó la misma cara de sorpresa que pone desde el momento que llegó, hace ya 45 días. El día previo le había dado todas las explicaciones posibles para gestionar el drenaje de un paciente con absceso hepático: le expliqué los fundamentos del tratamiento, a quién debería buscar -al radiólogo intervencionista-, que instrumental necesitaría y los procedimientos administrativos para conseguirlo.
- Eduardo ¿qué dijo el radiólogo?
- ¿Cuál radiólogo?
- El que iba a hacer la punción hepática.
- No sé. Pero vino el cirujano
- ¿Quién te autorizó a llamarlo?
- Yo lo hice
- ¿Para qué?
- Para que evalúe al paciente
Revisé las notas del cirujano, quien sugería continuar con el tratamiento, decía que el paciente no necesitaba cirugía y que…debería de llamar al radiólogo intervencionista. En ese momento, la sangre alcanzó su punto de ebullición, pues al no haber registrado el Interno en las notas de Evolución clínica (lo que acordamos el día previo) aparecía en la historia como que el cirujano era el autor de la idea. No solo yo quedaba como un tonto sino que el Interno me había hecho romper la 4ta máxima de la Medicina Interna.
Más aún, al revisar el archivo del paciente encontré los mismos errores administrativos de todos los días y que el Interno se niega, consciente o inconscientemente, a resolver a pesar de haber probado toda suerte de herramientas de persuasión educativa, como por ejemplo explicarle los niveles cognitivos de la Taxonomía de Bloom (Conocimiento, Comprensión, Aplicación, Análisis, Síntesis y Evaluación) hasta las infinitas recomendaciones sobre que es mejor aprender haciendo. Pero mi Interno imprime a las cosas su propia velocidad y filosofía de aprendizaje, no importando si las circunstancias apremian. Revisando un poco más encontré un par de resultados de laboratorio, so sugeridos por mí:
- ¿Qué significa esto?
- Ah, es el lactato
- ¿Y para qué lo pediste?
- Es que el primero salió alto y el segundo lo tomé después para ver si bajaba.
- Pero va a seguir alto pues no has drenado el absceso. Además ¿le has tomado la presión y la temperatura?
- No
- Entonces que esperas para ahcerlo
De nada me sirvió machacar que la Clínica tiene principios fundamentales, uno de ellos es la superioridad de los hallazgos físicos sobre las pruebas de laboratorio, ya que éstos últimos pueden fallar, pero como diría House, mientras todos mienten, los signos clínicos quedan como la única verdad.
De allí en adelante fui descubriendo más perlas sobre el mismo paciente, como el hallazgo de trombos en las venas suprahepáticas, que él no podía explicarse, a lo que recurrí a una perorata sobre fisiopatología y las reacciones que tiene el endotelio ante una inflamación severa, lo que explicaba este hallazgo y desautorizaba dialécticamente el nuevo set de pruebas que había pedido sin autorización para explicar lo inexplicable.
Hasta que decidí aplicar la táctica del Convidado de Piedra. Es decir, ignorarlo y continuar la visita con la Residente (médico graduado en entrenamiento de post grado). De nada serviría que en los siguientes minutos intentará justificar sus omisiones aludiendo que no recordaba haber escuchado mis instrucciones, a lo que repliqué a modo de coda que si necesitaba se las podría dejar escritas y que si persistía en pedir pruebas para ver como oscilaban las constantes biológicas podría dedicarse a las matemáticas con más éxito. Minutos más tarde, lo vi presuroso por el servicio de Radiología y completando el resto de tareas pendientes.
Siempre es interesante y gratificante trabajar con estudiantes, sobre todo por que uno se puede contagiar de su entusiasmo por aprender y empujan a estar siempre bien informado, además te abrevian de muchas tareas y permiten que uno pueda profundizar, y en mi caso filosofar sobre las diversas enfermedades, para darles un enfoque que permita sobrellevar el hecho de trabajar con personas seriamente enfermas y retornar los conocimientos a los estudiantes con el fin de cerrar el círculo de enseñanza – aprendizaje.
Infinitos son los ejemplos de la relación entre profesores y discípulos, con resultados tan dispares como la vida misma. Y como de toda experiencia se peude sacar una enseñanza, a pesar de que ésta me haya malogrado la mañana, paso a revisar las Máximas de Loeb en Medicina Interna (Matz R: Principles of Medicine. NY State J Med 77:99-101, 1977) y que constituyen uno de los cimientos de mi práctica diaria:
La visita de la mañana es crítica pues recapitula lo que ha pasado durante la tarde y la noche previas, se revisa el cumplimiento de las metas trazadas en el manejo del paciente y se planifica lo que se actuará en las siguientes horas. Yo esperaba una mañana prolija en hallazgos.
Pero no sucedió así. Para variar, al comunicarle sobre la visita, el Interno tomó la misma cara de sorpresa que pone desde el momento que llegó, hace ya 45 días. El día previo le había dado todas las explicaciones posibles para gestionar el drenaje de un paciente con absceso hepático: le expliqué los fundamentos del tratamiento, a quién debería buscar -al radiólogo intervencionista-, que instrumental necesitaría y los procedimientos administrativos para conseguirlo.
- Eduardo ¿qué dijo el radiólogo?
- ¿Cuál radiólogo?
- El que iba a hacer la punción hepática.
- No sé. Pero vino el cirujano
- ¿Quién te autorizó a llamarlo?
- Yo lo hice
- ¿Para qué?
- Para que evalúe al paciente
Revisé las notas del cirujano, quien sugería continuar con el tratamiento, decía que el paciente no necesitaba cirugía y que…debería de llamar al radiólogo intervencionista. En ese momento, la sangre alcanzó su punto de ebullición, pues al no haber registrado el Interno en las notas de Evolución clínica (lo que acordamos el día previo) aparecía en la historia como que el cirujano era el autor de la idea. No solo yo quedaba como un tonto sino que el Interno me había hecho romper la 4ta máxima de la Medicina Interna.
Más aún, al revisar el archivo del paciente encontré los mismos errores administrativos de todos los días y que el Interno se niega, consciente o inconscientemente, a resolver a pesar de haber probado toda suerte de herramientas de persuasión educativa, como por ejemplo explicarle los niveles cognitivos de la Taxonomía de Bloom (Conocimiento, Comprensión, Aplicación, Análisis, Síntesis y Evaluación) hasta las infinitas recomendaciones sobre que es mejor aprender haciendo. Pero mi Interno imprime a las cosas su propia velocidad y filosofía de aprendizaje, no importando si las circunstancias apremian. Revisando un poco más encontré un par de resultados de laboratorio, so sugeridos por mí:
- ¿Qué significa esto?
- Ah, es el lactato
- ¿Y para qué lo pediste?
- Es que el primero salió alto y el segundo lo tomé después para ver si bajaba.
- Pero va a seguir alto pues no has drenado el absceso. Además ¿le has tomado la presión y la temperatura?
- No
- Entonces que esperas para ahcerlo
De nada me sirvió machacar que la Clínica tiene principios fundamentales, uno de ellos es la superioridad de los hallazgos físicos sobre las pruebas de laboratorio, ya que éstos últimos pueden fallar, pero como diría House, mientras todos mienten, los signos clínicos quedan como la única verdad.
De allí en adelante fui descubriendo más perlas sobre el mismo paciente, como el hallazgo de trombos en las venas suprahepáticas, que él no podía explicarse, a lo que recurrí a una perorata sobre fisiopatología y las reacciones que tiene el endotelio ante una inflamación severa, lo que explicaba este hallazgo y desautorizaba dialécticamente el nuevo set de pruebas que había pedido sin autorización para explicar lo inexplicable.
Hasta que decidí aplicar la táctica del Convidado de Piedra. Es decir, ignorarlo y continuar la visita con la Residente (médico graduado en entrenamiento de post grado). De nada serviría que en los siguientes minutos intentará justificar sus omisiones aludiendo que no recordaba haber escuchado mis instrucciones, a lo que repliqué a modo de coda que si necesitaba se las podría dejar escritas y que si persistía en pedir pruebas para ver como oscilaban las constantes biológicas podría dedicarse a las matemáticas con más éxito. Minutos más tarde, lo vi presuroso por el servicio de Radiología y completando el resto de tareas pendientes.
Siempre es interesante y gratificante trabajar con estudiantes, sobre todo por que uno se puede contagiar de su entusiasmo por aprender y empujan a estar siempre bien informado, además te abrevian de muchas tareas y permiten que uno pueda profundizar, y en mi caso filosofar sobre las diversas enfermedades, para darles un enfoque que permita sobrellevar el hecho de trabajar con personas seriamente enfermas y retornar los conocimientos a los estudiantes con el fin de cerrar el círculo de enseñanza – aprendizaje.
Infinitos son los ejemplos de la relación entre profesores y discípulos, con resultados tan dispares como la vida misma. Y como de toda experiencia se peude sacar una enseñanza, a pesar de que ésta me haya malogrado la mañana, paso a revisar las Máximas de Loeb en Medicina Interna (Matz R: Principles of Medicine. NY State J Med 77:99-101, 1977) y que constituyen uno de los cimientos de mi práctica diaria:
1. Si lo que estás haciendo funciona, entonces continúa haciéndolo.
2. Si lo que haces no funciona, entonces deja de hacerlo.
3. Si no sabes que hacer, entonces no hagas nada.
4. Pero sobre todo, nunca le dejes tu paciente a un cirujano
3 comentarios:
Jajajaja me he reido mucho con el post. He tenido residentes! asi como tu interno. Yo soy de rama qx (traumato) pero siempre me dijeron q tenia alma de internista. Y de hecho recuerdo con nostalgia el pabellon 4 del Loayza donde hice mi internado.
Se aplican a absolutamente todo en la vida:)
holla amigos su espacio online es muy trabajado,esto es la tercera vez que hay visitado su pagina, muy informativo!
abrazo
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