miércoles, 31 de octubre de 2012

Autos de Fe


Fuente: Congreso de la República

Esta noche para algunos es noche de brujas, para otros una noche de homenaje a la canción criolla. Para combinar ambas tendencias he escogido un tema muy peruano: el Tribunal de la Santa Inquisición. Una entidad creada para enderezar creencias y voluntades, para alejar del vicio y la corrupción espiritual a la gente de estas tierras. Un tribunal que sembró el terror permanente en el oscurantismo colonial de Lima en la segunda mitad del siglo XVII

De este modo, y siguiendo las doctrinas puritanas del Malleus Maleficarum, que consideraban como herejía cualquier desviación de la fe cristiana, cualquier persona podía ser denunciada ante el Tribunal del Santo oficio, solo tomando en cuenta la opinión de un testigo. En una época en que la ciencia era casi inexistente y que las enfermedades de cualquier tipo eran atribuidas a la magia o al designio divino, espantosas coincidencias podían llevar a un inocente a ser torturado, colgado o quemado vivo.

Baste recordar que el primer condenado a muerte por el Tribunal fue un loco (un esquizofrénico de hoy en día) que tenía como territorio una huaca de la zona de Magdalena (la zona del distrito de Pueblo Libre actual). Locura o posesión demoniaca, que en esa época eran lo mismo, sumada a habitar un antiguo templo inca, ergo una idolatría hereje. Las alucinaciones de Mateo Salado, ciudadano francés, fueron tomadas por blasfemias y posesión demoniaca y fue condenado a la hoguera en el Auto de Fe del 15 de Noviembre de 1573. Hay que decir que el pobre Mateo defendió sus ideas hasta minutos antes de achicharrarse.

La mayoría de juicios fueron por blasfemias o comportamiento hereje, considerada la intolerancia a la profesión de otras religiones como los judíos o luteranos. Otro número importante fueron los delitos sexuales como bigamia o solicitudes indecorosas (con algunos frailes de por medio), pero un rubro que llamó la atención fue el de la hechicería, donde la mayoría de las acusadas fueron mujeres, de todas las condiciones sociales y raciales.

Lo que llamaba la atención era que las mujeres eran sobre todo menores de 40 años, contraviniendo el estereotipo de una bruja anciana. Las acusaciones en su mayoría versaban sobre la vida sexual de la hechicera y a la influencia que tenían o podían tener sobre la vida sexual o afectiva de terceras personas. La mayoría de denunciantes eran otras mujeres que acaso no habrían conseguido lo que solicitaban, ya que al parecer si algunas se conformaban con las plegarias para conseguir novio, otras recurrían a la magia negra.

Nuestras hechiceras entonces lanzaban conjuros a los espíritus oscuros mezclados con prácticas indígenas, como el siguiente relatado por una mulata de 27 años (reseñado en el libro Hechiceras, beatas y expósitas de María Emma Manarelli):

“Coca mía madre mía, hoy te masco para mi bien, no te masco así, si al corazón de (R) para que quiera a (M), tantos hilos tiene su camisa tantos diablos lo insistan a que me quiera, conjúrote coca mía con Satanás y Barrabás… con el diablo de la pescadería, con el de los mercaderes, coca mía has de hacer esto por la fe que tengo contigo...”


Ya sea utilizando ídolos incas o rezos al maligno, mujeres de distinto rango social intentaron recuperar o conquistar al ser amado, en una época en que la autonomía e independencia de la mujer espantaban a los hombres de la Colonia. Tema impensable en nuestros días. Sin embargo, de los 32 condenados a muerte en la historia del Tribunal sólo se encuentra una mujer, por lo que se infiere que los castigos fueron menores.

De los conjuros, encantamientos y otras insinuaciones carnales realizados por nuestras tapadas limeñas, blancas, mulatas, zambas o cuarteronas, hablaremos después de esta luna llena.

En la figura: Auto de Fe en la Plaza Mayor de Lima (dibujo)

lunes, 29 de octubre de 2012

Paseo por el Parque Kennedy: Los libros y los gatos





Movida de su calendario habitual de  cada diciembre la Feria del Libro Ricardo Palma abrió sus puertas la semana pasada. Con una afluencia asegurada por el alto tráfico de la zona el público ha comenzado a llenar sus instalaciones.
 
En esta feria no se esperan grandes novedades, es más un encuentro de amigos o una oportunidad para hacer las compras adelantadas de fin de año. Muchas ofertas, muchos saldos, los libreros quieren agotar sus stocks del año y los lectores complacidos de llevarse muchos libros.

En esta feria hay para todos los gustos. Se han programado algunos lanzamientos como CÍA Perú, 1985. Una novela de espías de Alejandro Neyra, Los Lemmings de Fabián Casas, ambos por Estruendomudo. Fuenzalida de Nona Fernández por Mondadori. Viaje de ida. Ensayos, notas, prosas de Fernando Ampuero por Lapix Editores y la última novela de Alonso Cueto, Cuerpos Secretos, lanzamiento de Planeta.

Sin embargo, la novedad editorial del año es el lanzamiento del segundo número del Buen Salvaje, una revista literaria con una numerosa recopilación de reseñas, que más que académicas  intentan encontrar libros con lectores, además hay entrevistas, cuentos y hasta una viñeta de comics. Es loable que con los bajos índices de lectoría aparezca una revista de este tipo que todos los interesados en la cultura debemos de apoyar.

En los stands como siempre hay de todo, libros viejos y muy viejos en Ideal, Casa del Libro Viejo y Casa de la Cultura Peruana. Hallazgos impensables entre cientos de libros comprados al peso como en Riguse y Ordecupe, hay que pasar unos buenos minutos explorando sus anaqueles.

Una buena noticia es el regreso de Océano a la Feria Ricardo Palma, tiene descuentos de 40% en los libros de Anagrama y 30% en otros sellos como Salamandra y Turner. A propósito recomiendo completar la colección de Pierre Michon, completar la colección de Auster, Nabokov, entre otros,   y si no lo tienen ha salido una edición de bolsillo de Purga de Sofi Oksanen.

Planeta esta vez ha llegado con novedades en libros de bolsillo: la colección Booklet con las reediciones de la obra de Paul Auster, así como ediciones de Austral de Platón, Herman Melville (Moby Dick), Oscar Wilde, Curson McCullers, Yasunari Kawabata, tienen que darse una vuelta por allí. En Planeta pueden comprar además de Cuerpos Secretos de Alonso Cueto.

Librerías La Familia traen nuevamente la colección de Alianza Editorial: Clásicos de Grecia y Roma, Bibliotecas de autor (Borges, Freud, Kadaré, Hammet, Bernhard, Proust, Nietzche, Schopenhauer, Proust, etc), Biblioteca Juvenil y muchos libros de arte, así como los autores de Ediciones Tusquets, entre ellos nuestro caserito Haruki Murakami.

Se va haciendo costumbre encontrar a los Heraldos Negro (de los hermanos Sanseviero) en las ferias, el plato fuerte de  esta temporada es parte de la colección de la Editorial de la Universidad Diego Portales de Chile con La Caza Sutil de nuestro Julio Ramón Rybeyro, No Leer de Alejandro Zambra y Los Malditos una recopilación de leila Guerrero. Pero como en Sur o el Virrey de Lima encontrará verdaderas joyas, sobre todo una colección de nuevas ediciones de manuscritos antiguos sobre el arte de coser, de la destilería, de la perfumería, de brujería, entre otros.

PEISA saca el baúl de la abuela y pone en venta el histórico de su colección, allí encontrarán obras de Mario Vargas Llosa, Alonso Cueto, Fernando Ampuero, Luis Jochamovitz, Alfredo Bryce. Poesía de Blanca Varela, Javier Heraud y Antonio Cisneros. Muchos de los libros a precios muy accesibles.

Librerías Ibero ha traído parte de su colección de ediciones de Cátedra en Clásicos universales e hispánicos. Además hay ediciones de bolsillo de Ediciones Valdemar, La nueva y mastodóntica novela de Stephen King 22/11/63,  también hay Ken Follet, un autor que no leo pero otros sí y
la colección del best seller de moda de E.L. James y sus Cincuentas sombras de….
 
Como siempre están presentes los stands de libros académicos en el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica (con un interesante libro sobre Leer Pensando de Juana Pinzás, Los incas y el poder de sus ancestros, de Francisco Hernández Astete,  o Paisaje sagrado e ideología inca, de Julián I. Santillana, Universidad Garcilaso de la Vega (con bellas ediciones de los Comentarios Reales y La Florida del Inca) , Universidad Ricardo Palma (que relanza La Francia que amamos de Ventura García Calderón) , Universidad del Pacífico, Universidad de Lima y Universidad Nacional Mayor de san Marcos, también están los stands de Fondo de Cultura Económica, el instituto de estudios Peruanos y el Instituto Francés de Estudios Andinos que relanza un Atlas Geográfico del Perú de Mariano Paz Soldán.

Esta feria está en el corazón de un gran centro comercial y de esparcimiento. No hay excusa para no ir. Allí nos vemos, pasaremos lista.
 
Si de algo me olvido, seguiré posteando desde la Feria…

miércoles, 17 de octubre de 2012

La Blancura de la Ballena


Creo que el libro que responde sin duda alguna a la pregunta  de “la novela que me hubiese gustado escribir” es Moby Dick,  escribió William Faulkner en una carta dirigida al Chicago Tribune en 1927.

Me he detenido a explorar la amplitud del capítulo 42 “La Blancura de la Ballena” y preguntarme si es el color blanco una construcción mental o tan sólo una combinación de longitudes de onda que nuestros conos de la retina se encargan de enviar al cerebro.

Creo que ambas cosas. La percepción del color no sólo es una compleja cadena de reacciones químicas y físicas en los órganos de la visión, sino además está ligada a la memoria que nuestro cerebro tiene de experiencias pasadas con objetos y colores. Una vez que percibimos un color a una luminosidad determinada, nuestro cerebro se encarga de reconstruir la imagen que vemos y no necesariamente lo que realmente es. Una imagen acaba siendo un constructo cromático y también un constructo mental.

Es lo que pretende explicarnos Melville en el capítulo 42, el aparente significado de pureza e inocencia que puede irradiar la blancura, se convierte para algunos seres humanos en el heraldo de un vacío, de algo terrorífico o de un ente ausente de color y de vida, es decir de la muerte.

El blanco viene a ser para Ismael el caos que la naturaleza le impone al ser humano, esa ausencia de color que a la larga es la no presencia de fluidos vitales, como la sangre, la melanina o la clorofila que confieren un significado a la vida. El blanco es el color de los muertos, el color de sus túnicas o de la neblina blanca que rodea a los aparecidos. Al tener los seres humanos una eterna incertidumbre frente al significado de la muerte asociamos el blanco a nuestros propios temores frente a lo  desconocido.

El blanco de la nieve de las cumbres, la asfixiante blancura del paisaje antártico, la espuma blanca del mar en una noche de navegación o los lancinantes fulgores blancos de las escenas del Apocalipsis cristiano, todos ellos configuran un sino triste y neurótico del ser humano sobre la insignificancia de nuestras vidas frente a la inmensidad del Cosmos y su eterno conflicto con el Caos. El Génesis y el Apocalipsis. El Alfa y el Omega.

Frente a ello, en medio de la inmensidad del mar Ismael filosofa y atribuye al color  blanco, y por ende al leviatán blanco, el vacío y fragilidad de su existencia.

De nuestra existencia.

sábado, 6 de octubre de 2012

Miguel Grau en altamar con Herman Melville



Tengo por costumbre intercalar lecturas paralelas cuando me embarco en una novela mayor, como es el caso de Moby Dick, cuya lectura es como ver un prisma con sus múltiples resplandores. No solo es un relato de aventuras en un barco ballenero sino también fuente de datos en diferentes actividades humanas: ciencias, geografía, literatura, antropología, filosofía, historia y religión. El siglo XIX aparece a través de esta novela, como la consolidación del racionalismo científico y la supremacía del comercio marítimo.

Uno de aquellos que se embarcaron en largas y agotadoras travesías fue Herman Melville, nacido en 1919, quien en su vida ejerció diversas actividades como marinero, profesor, granjero, inspector de aduanas y conferencista esto último entre 1858 y 1860. Melville fue un explorador ávido e incansable, cumpliendo una de las condiciones para ser un buen viajero, según lo escribió en el ensayo “Viajar”: ser "joven y despreocupado, dotado de talento e imaginación" permitiendo que "el viaje también abra nuestro espíritu a los detalles". Fruto de su experiencia en un barco ballenero primero y en la armada norteamericana  después publica Taipi y Omoo, libros de aventuras marítimas. Es a los 32 anos de edad cuando termina de escribir Moby Dick, mezclando sus experiencias con el fruto de sus impenitentes lecturas a bordo, un novela de aventuras llena de profundas reflexiones que no es bien recibida por la critica ni por el publico.

 La experiencia de Melville como marino y la presencia de balleneros norteamericanos en los Mares del Sur, es consecuencia de una actividad que se inicia a finales del siglo XVIII y se consolida en 1795. Casi la totalidad de barcos balleneros zarpan entonces de los puertos de Fairhaven, New Bedford, Edgartown y Nantucket en Nueva Inglaterra, recibiendo el sentido de pertenencia del puerto de donde salen, como el Pequod de Nantucket o el Acushnet de Fairhaven donde se embarco Melville en Enero de 1841, de ese mismo puerto partió en Junio de 1845, zarpa ballenero Oregon quien al atravesar el Cabo de Hornos enrumba hacia las costas del Perú, en cuyas costas logra su primera caza en Noviembre de 1845. Era costumbre entonces que los barcos hagan paradas esporádicas en algunos puertos para tomar provisiones, desembarazarse de la tripulación amotinada y contratar nuevos operarios.

Uno de aquellos puertos fue el de Paita, que cobró tal importancia a mediados del siglo XIX con los balleneros británicos y norteamericanos, que  fue uno de los pocos puntos de atraque de la flota ballenera en la costa sudamericana que contaba con una oficina del Consulado de los Estados Unidos. Llegaban centenares de embarcaciones, como lo hubiese hecho el Pequod del Capitán Ahab y donde acaso el mismo Melville haya pasado algunos días. Es en noviembre de 1846, durante el fondeado en Paita, que a los 12 años de edad, un púber Miguel Grau, es enrolado en el ballenero Oregon como ayudante y donde pasará los siguientes 22 meses en una larga travesía que lo lleva hasta Kamchatka (Rusia), las entonces Islas Sandwich (hoy Hawaii) y la costa peruana en busca de ballenas que en esa época proporcionaban insumos preciados como el aceite, principal combustible para el alumbrado público en los Estados Unidos. Miguel Grau se convierte a temprana edad en testigo de toda la actividad ballenera relata en Moby Dick, incluyendo los motines, las tormentas, los accidentes y el concurso de tatuados marineros polinesios.

La caza de ballenas era una importante actividad económica, sobre todo el aceite de ballena y, además en el caso de los cachalotes (sperm whales o Physeter macrocephalus) se obtenían dos productos: el espermaceti (sustancia alojada en una cavidad cefálica), grasa que a temperatura corporal es líquida y al enfriarse se solidifica, por lo que erróneamente se confundió con el esperma reproductivo-, este producto que era muy usado en la producción de perfumes; y, el ámbar gris, una sustancia grasosa que se forma en el intestino del cachalote para proteger su mucosa del daño de algunos alimentos como son los huesos de las presas ingeridas.

Grau, como Melville y el imaginario Ismael, fueron tripulantes de un ballenero, testigos de los vigías oteando el horizonte en busca de su presa, la que al ser avistada era perseguida por los botes donde los arponeros intentaban dar en el blanco. Si ensartaban la ballena debían luchar contra la resistencia del animal hasta que desfalleciera. Con las mismas sogas, la ballena muerta era remolcada hacia el barco, donde era decapitada y luego trozada en pocas horas para evitar que los restos sobre el mar fueran comidos por los tiburones. La carne era hervida para obtener la sustancia grasa que luego se almacenaba en barriles. Durante las largas travesías del barco, una pequeña parte de la mercancía era intercambiada por comida y agua en los puertos del Pacifico.

Un barco ballenero se convertía no solo en un medio de producción sino en un micro mundo donde confluían hombres de distintas culturas y temperamentos, una reproducción a escala del mundo continental, con sus virtudes, coraje y miserias. Un tripulante solo tenía la certeza de que si bien se poseía una porción de la riqueza del ballenero, esta podría ser perdida completamente, a veces con la vida,  en una epidemia, un motín, una tempestad o un furioso ataque de una ballena.

Tal incertidumbre podría devenir en actuar como si la vida no importara al día siguiente o podría dar lugar a las más profundas reflexiones acerca del inconcluso significado de la vida y de la muerte, que es lo que se lee en Moby Dick.