sábado, 6 de octubre de 2012

Miguel Grau en altamar con Herman Melville



Tengo por costumbre intercalar lecturas paralelas cuando me embarco en una novela mayor, como es el caso de Moby Dick, cuya lectura es como ver un prisma con sus múltiples resplandores. No solo es un relato de aventuras en un barco ballenero sino también fuente de datos en diferentes actividades humanas: ciencias, geografía, literatura, antropología, filosofía, historia y religión. El siglo XIX aparece a través de esta novela, como la consolidación del racionalismo científico y la supremacía del comercio marítimo.

Uno de aquellos que se embarcaron en largas y agotadoras travesías fue Herman Melville, nacido en 1919, quien en su vida ejerció diversas actividades como marinero, profesor, granjero, inspector de aduanas y conferencista esto último entre 1858 y 1860. Melville fue un explorador ávido e incansable, cumpliendo una de las condiciones para ser un buen viajero, según lo escribió en el ensayo “Viajar”: ser "joven y despreocupado, dotado de talento e imaginación" permitiendo que "el viaje también abra nuestro espíritu a los detalles". Fruto de su experiencia en un barco ballenero primero y en la armada norteamericana  después publica Taipi y Omoo, libros de aventuras marítimas. Es a los 32 anos de edad cuando termina de escribir Moby Dick, mezclando sus experiencias con el fruto de sus impenitentes lecturas a bordo, un novela de aventuras llena de profundas reflexiones que no es bien recibida por la critica ni por el publico.

 La experiencia de Melville como marino y la presencia de balleneros norteamericanos en los Mares del Sur, es consecuencia de una actividad que se inicia a finales del siglo XVIII y se consolida en 1795. Casi la totalidad de barcos balleneros zarpan entonces de los puertos de Fairhaven, New Bedford, Edgartown y Nantucket en Nueva Inglaterra, recibiendo el sentido de pertenencia del puerto de donde salen, como el Pequod de Nantucket o el Acushnet de Fairhaven donde se embarco Melville en Enero de 1841, de ese mismo puerto partió en Junio de 1845, zarpa ballenero Oregon quien al atravesar el Cabo de Hornos enrumba hacia las costas del Perú, en cuyas costas logra su primera caza en Noviembre de 1845. Era costumbre entonces que los barcos hagan paradas esporádicas en algunos puertos para tomar provisiones, desembarazarse de la tripulación amotinada y contratar nuevos operarios.

Uno de aquellos puertos fue el de Paita, que cobró tal importancia a mediados del siglo XIX con los balleneros británicos y norteamericanos, que  fue uno de los pocos puntos de atraque de la flota ballenera en la costa sudamericana que contaba con una oficina del Consulado de los Estados Unidos. Llegaban centenares de embarcaciones, como lo hubiese hecho el Pequod del Capitán Ahab y donde acaso el mismo Melville haya pasado algunos días. Es en noviembre de 1846, durante el fondeado en Paita, que a los 12 años de edad, un púber Miguel Grau, es enrolado en el ballenero Oregon como ayudante y donde pasará los siguientes 22 meses en una larga travesía que lo lleva hasta Kamchatka (Rusia), las entonces Islas Sandwich (hoy Hawaii) y la costa peruana en busca de ballenas que en esa época proporcionaban insumos preciados como el aceite, principal combustible para el alumbrado público en los Estados Unidos. Miguel Grau se convierte a temprana edad en testigo de toda la actividad ballenera relata en Moby Dick, incluyendo los motines, las tormentas, los accidentes y el concurso de tatuados marineros polinesios.

La caza de ballenas era una importante actividad económica, sobre todo el aceite de ballena y, además en el caso de los cachalotes (sperm whales o Physeter macrocephalus) se obtenían dos productos: el espermaceti (sustancia alojada en una cavidad cefálica), grasa que a temperatura corporal es líquida y al enfriarse se solidifica, por lo que erróneamente se confundió con el esperma reproductivo-, este producto que era muy usado en la producción de perfumes; y, el ámbar gris, una sustancia grasosa que se forma en el intestino del cachalote para proteger su mucosa del daño de algunos alimentos como son los huesos de las presas ingeridas.

Grau, como Melville y el imaginario Ismael, fueron tripulantes de un ballenero, testigos de los vigías oteando el horizonte en busca de su presa, la que al ser avistada era perseguida por los botes donde los arponeros intentaban dar en el blanco. Si ensartaban la ballena debían luchar contra la resistencia del animal hasta que desfalleciera. Con las mismas sogas, la ballena muerta era remolcada hacia el barco, donde era decapitada y luego trozada en pocas horas para evitar que los restos sobre el mar fueran comidos por los tiburones. La carne era hervida para obtener la sustancia grasa que luego se almacenaba en barriles. Durante las largas travesías del barco, una pequeña parte de la mercancía era intercambiada por comida y agua en los puertos del Pacifico.

Un barco ballenero se convertía no solo en un medio de producción sino en un micro mundo donde confluían hombres de distintas culturas y temperamentos, una reproducción a escala del mundo continental, con sus virtudes, coraje y miserias. Un tripulante solo tenía la certeza de que si bien se poseía una porción de la riqueza del ballenero, esta podría ser perdida completamente, a veces con la vida,  en una epidemia, un motín, una tempestad o un furioso ataque de una ballena.

Tal incertidumbre podría devenir en actuar como si la vida no importara al día siguiente o podría dar lugar a las más profundas reflexiones acerca del inconcluso significado de la vida y de la muerte, que es lo que se lee en Moby Dick.

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