Creo
que el libro que responde sin duda alguna a la pregunta de “la novela que me hubiese gustado escribir”
es Moby Dick, escribió William Faulkner
en una carta dirigida al Chicago Tribune en 1927.
Me
he detenido a explorar la amplitud del capítulo 42 “La Blancura de la Ballena”
y preguntarme si es el color blanco una construcción mental o tan sólo una
combinación de longitudes de onda que nuestros conos de la retina se encargan
de enviar al cerebro.
Creo
que ambas cosas. La percepción del color no sólo es una compleja
cadena de reacciones químicas y físicas en los órganos de la visión, sino además
está ligada a la memoria que nuestro cerebro tiene de experiencias pasadas con
objetos y colores. Una vez que percibimos un color a una luminosidad
determinada, nuestro cerebro se encarga de reconstruir la imagen que vemos y no
necesariamente lo que realmente es. Una imagen acaba siendo un constructo
cromático y también un constructo mental.
Es
lo que pretende explicarnos Melville en el capítulo 42, el aparente significado
de pureza e inocencia que puede irradiar la blancura, se convierte para algunos
seres humanos en el heraldo de un vacío, de algo terrorífico o de un ente
ausente de color y de vida, es decir de la muerte.
El
blanco viene a ser para Ismael el caos que la naturaleza le impone al ser
humano, esa ausencia de color que a la larga es la no presencia de fluidos
vitales, como la sangre, la melanina o la clorofila que confieren un
significado a la vida. El blanco es el color de los muertos, el color de sus
túnicas o de la neblina blanca que rodea a los aparecidos. Al tener los seres
humanos una eterna incertidumbre frente al significado de la muerte asociamos
el blanco a nuestros propios temores frente a lo desconocido.
El
blanco de la nieve de las cumbres, la asfixiante blancura del paisaje
antártico, la espuma blanca del mar en una noche de navegación o los lancinantes
fulgores blancos de las escenas del Apocalipsis cristiano, todos ellos
configuran un sino triste y neurótico del ser humano sobre la insignificancia
de nuestras vidas frente a la inmensidad del Cosmos y su eterno conflicto con
el Caos. El Génesis y el Apocalipsis. El Alfa y el Omega.
Frente
a ello, en medio de la inmensidad del mar Ismael filosofa y atribuye al color blanco, y por ende al leviatán blanco, el
vacío y fragilidad de su existencia.
De
nuestra existencia.
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