jueves, 28 de noviembre de 2013

Se ruega no insistir


Participo en un círculo de lectura. Desde hace algunas semanas el ciclo está dedicado a obras hechas por escritoras o novelas que tienen como tema central el universo femenino. Ya pasaron Las Vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides y están en cola unas tres más. Obviamente se han repasado someramente las obras de Jane Austen, Virginia Woolf, Alice Munro, Lorrie Moore, Ann Beattie, Simone de Beauvoir y hasta Sor Juana Inés de la Cruz.

La naturaleza de lo femenino es inconmensurable y hasta cierto punto insondable por los limitados sentidos masculinos. A pesar de que cada género se rige por patrones generales, me resulta muy complicado encasillar los mundos interiores de tanto escritoras como lectoras.

Los temas relativos a lo femenino se entrelazan, se enredan, se oscurecen y aclaran según el momento y e punto de vista. De tanto comentar y leer sobre el tema, al punto de haber colaborado en la redacción de un artículo para una revista universitaria, me queda claro que las aristas son múltiples, algunas tan agudas que generan urticaria.

No deja de sorprenderme sin embargo, anotar un rasgo fundamental, a mi parecer no importa la época, pero algunas mujeres, en mayor o menor medida impusieron sus condiciones  en sociedades patriarcales y agobiantes, algunas tuvieron éxito, otras terminaron en el ostracismo o peor en la hoguera.

Durante mis paseos ocasionales por las librerías de viejo, me encontré con el Librito “Vida romántica de Simón Bolívar- manuela Sáenz – La Libertadora del Libertador” de Evaristo San Cristóbal (Edición en Lima, 1958).

En el libro, entre otras cosas, se habla del importante rol de las mujeres en la gesta emancipadora, para agradecer este sacrificio el Protector Don José de san Martín expidió decretos para rendir honores al mérito: una banda de seda blanca y encarnada desde donde pendería una medalla de oro, con el escudo de armas en el anverso y en el reverso una inscripción que diría: “al patriotismo de las más sensibles”. Una de las 137 damas distinguidas era Manuela Sáenz, entonces esposa del taciturno y flemático médico británico, James Thorne., de quien se separó por la continuas desavenencias, aunque el doctor siempre insistía que ella volviera a su lado.

Manuela regresó a Ecuador, donde conoce a Simón Bolívar en las celebraciones por la victoria de la Batalla de Pichincha. Allí prende el romance y lo demás es historia conocida. Bolívar rendido ante la belleza y carácter de Manuela y ella depositaria de su confianza absoluta y conocedora de todos los secretos de Estado. Un amor apasionado, digno de Venus y Marte.

Pero lo interesante aquí son las cartas que intercambia Manuela con su ex esposo, el calmado Thorne, quien le suplica volver. Ella se irrita y desespera ante la propuesta:

“No, no, no más, hombre por Dios ¿por qué hacerme escribir faltando a mi resolución? Vamos ¿Qué adelanta Usted, sino hacerme pasar por el dolor de decir a usted mil veces, no? Señor usted es excelente, es inimitable, jamás diré otra cosa sino lo que es Usted; pero, mi amigo, dejar a Usted por el General Bolívar es algo; dejar otro marido sin las cualidades de Usted sería nada… ¿Y Usted cree que yo, después de ser la predilecta de este General por siete años y con la seguridad de poseer su corazón, prefiera ser la mujer del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? Yo sé que nada puede unirme a él bajo los auspicios de lo que Usted llama honor ¿Me cree Usted menos honrada por ser él mi amante y no mi marido? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente”

 Sin comentarios, solo me pregunto cuántas cartas similares se habrán escrito en la humanidad y cuantas quisieran escribir una parecida.

¿quién quiere responder?

sábado, 9 de noviembre de 2013

La Oscuridad de los Rayos X


Una de las cosas que más me impactó al llegar al laboratorio de radiología por primera vez fue una foto colgada en la pared. En ella, un profesor proyectaba la imagen de una calavera sobre la pantalla en un salón a oscuras, lo que convertía la imagen en tétrica pero a la vez interesante.

La calavera simulaba un espectro dando información a atentos estudiantes, como las apariciones del padre de Hamlet. Durante las siguientes semanas, me la pasé viendo estos espectros proyectados en la pared. Las clases se hacían en una sala oscura donde teníamos que hacer malabares para tomar notas y registrar aquellos trucos de radiólogo que permitían distinguir un hallazgo normal de una enfermedad. Ante nosotros desfilaban huesos, cráneos, sillas turcas, árboles bronquiales y complejas redes arteriales. Estas sesiones nocturnas tenían algo de surrealista por la oscuridad superpuesta a la arquitectura de un edificio antiguo y a esas horas silencioso.

Actualmente los habitantes de una ciudad estamos poco acostumbrados a la oscuridad y silencio casi absolutos. El alumbrado público y los automóviles le confieren una ausencia de quietud a las grandes ciudades. Distintas eran las épocas en que las ciudades dormían y al amparo de una noche cerrada, unánime como diría Borges, se tejían historias de espectros.

Cerca de la medianoche del 8 de noviembre de 1895, Wilhelm Conrad Röntgen continuaba aplicando corriente eléctrica a tubos al vacío. Solo en su laboratorio en una oscuridad casi absoluta vio destellos en el aire y en las paredes. Un fenómeno reportado también por sus pares en Inglaterra, que bajo la era victoriana albergaba historias sobre el ectoplasma, masa etérea informa que divagaba en el ambiente y era convocada por médiums. Arthur Conan Doyle los describe en su Historia sobre el Espiritualismo.

Imagino que las primeras “apariciones” habrán sorprendido y asustado a Röntgen, pero él no era un médium sino un científico. Así que continuó disparando sus cargas eléctricas especulando sobre la presencia de unos rayos invisibles que trató de detener infructuosamente con láminas de cartón, cobre y aluminio. Finalmente se decidió por una lámina de plomo. Al poner la mano entre la placa y el tubo el vacío electrificado vio los huesos de su mano proyectados sobre la lámina de plomo. No se le ocurrió mejor idea de poner sobre aquella lámina un trozo de papel fotográfico obteniendo la primera radiografía de la historia.

En ese momento Röntgen no conocía la naturaleza de aquellos rayos que proyectaban espectros óseos sobre las placas de plomo o el papel fotográfico, así que les llamó rayos X.

Era 1895, la electricidad había realizado otro de sus trucos. Ya había pasado la época del mesmerismo y los escritores románticos. El siglo XX estaba cerca esperando los trabajos de Edison y la genialidad de Tesla.

Pero las historias de espectros en la literatura y pronto en el cine que recién comenzaba no tendrían fin.
 
En la foto: la mano de la esposa de Röntgen, Ana bertha Ludwig,  con el aro matrimonial

jueves, 7 de noviembre de 2013

Los Cien Años de Albert Camus


Desde hace unos años llevo a todo lado una pequeña libreta para anotar mis ideas. En realidad, son varias pues con el tiempo he adquirido la manía de la organización, entonces llevo una para los cursos que dicto, otra para notas sobre mis lecturas en medicina, hay otras tantas para clases recibidas o congresos. Pero hay una que es mi favorita. La llevo a todo sitio adherida al bolsillo de la camisa o del saco y tiene anotadas las ideas, frases o palabras que me servirán luego para mis textos.

Como toda libreta contiene ideas dispersas. Un lector accidental y extraño no le encontraría ninguna coherencia, ya que las frases o las listas son fogonazos del pensamiento, pequeñas epifanías diarias.

En uno de aquellos tantos remates de libros viejos con los que tropiezo en el año, encontré hace un par de años, un librito pequeño llamado Carnets,1 escrito por Albert Camus. Este volumen reproduce los cuadernos de trabajo del escritor argelino-francés. Allí se mezclan con una aparente incoherencia los pensamientos y juicios morales del escritor, así como pequeñas victorias:

24 de febrero de 1941

Terminé Sísifo. Los tres Absurdos acabados.
Comienzos de la libertad

 
También está la génesis de sus obras, aquellos requiebros de argumentos que fueron planteados originalmente pero una vez colocados dentro del río de la novela terminaron como cantos rodados en la orilla, como por ejemplo este párrafo escrito en Abril del 41:

La peste liberadora

Ciudad feliz. Se vive de acuerdo a sistemas diferentes. La peste: reduce todos los sistemas. Pero lo mismo mueren. Doblemente inútil. Un filólogo escribió allí “una antología de los actos insignificantes”. Llevará, desde otro ángulo, el diario de la peste... Un cura joven pierde la fe ante el pus negro que se escapa de las llagas. Trae sus óleos. “Si me salvo de ésta…” Pero no se salva. Todo debe pagarse.

Llevan los cuerpos en los tranvías. Largos convoyes llenos de flores y de muertos costean el mar. Pronto licencian a los guardas, los viajeros ya no pagan…

…Cierran las puertas de la ciudad

… Mueren encerrados y en el hacinamiento. Un señor que no pierde, sin embargo, sus costumbres. Sigue vistiéndose para la cena. Uno a uno, los miembros de la familia desaparecen de la mesa. El muere delante de su asiento, siempre vestido. Como dice la criada: “Siempre algo se gana. No habrá necesidad de vestirlo”. Ya no los entierran, los arrojan al mar. Pero son demasiados, es omo una espuma monstruosa sobre el mar azul.

 
Allí está Orán y los que han leído La peste pueden reconocer atisbos de la novela. Todo Carnets, 1 son fragmentos de historia, de literatura, de filosofía, de juicios morales.
 

Abril del 38

Melville corre la aventura y termina en una oficina. Muere desconocido y pobre. A fuerza de soledad y aislamiento (no es lo mismo), se termina incluso por hacer uso de la maldad y las calumnias. Pero en todo instante hay que prevenir en sí la maldad y la calumnia.

 
Hoy se cumple el centenario del nacimiento de Albert Camus. Escritor. Existencialista. Premio Nobel.

Este es mi breve homenaje. Escrito en mi libreta