Desde hace unos años llevo a todo lado una pequeña
libreta para anotar mis ideas. En realidad, son varias pues con el tiempo he
adquirido la manía de la organización, entonces llevo una para los cursos que
dicto, otra para notas sobre mis lecturas en medicina, hay otras tantas para
clases recibidas o congresos. Pero hay una que es mi favorita. La llevo a todo
sitio adherida al bolsillo de la camisa o del saco y tiene anotadas las ideas,
frases o palabras que me servirán luego para mis textos.
Como toda libreta contiene ideas dispersas. Un lector accidental
y extraño no le encontraría ninguna coherencia, ya que las frases o las listas
son fogonazos del pensamiento, pequeñas epifanías diarias.
En uno de aquellos tantos remates de libros viejos con
los que tropiezo en el año, encontré hace un par de años, un librito pequeño
llamado Carnets,1 escrito por Albert Camus. Este volumen reproduce los
cuadernos de trabajo del escritor argelino-francés. Allí se mezclan con una
aparente incoherencia los pensamientos y juicios morales del escritor, así como
pequeñas victorias:
24
de febrero de 1941
Terminé
Sísifo. Los tres Absurdos acabados.
Comienzos
de la libertad
La
peste liberadora
Ciudad feliz. Se vive de acuerdo a sistemas diferentes. La peste: reduce todos los sistemas. Pero lo mismo mueren. Doblemente inútil. Un filólogo escribió allí “una antología de los actos insignificantes”. Llevará, desde otro ángulo, el diario de la peste... Un cura joven pierde la fe ante el pus negro que se escapa de las llagas. Trae sus óleos. “Si me salvo de ésta…” Pero no se salva. Todo debe pagarse.
Llevan
los cuerpos en los tranvías. Largos convoyes llenos de flores y de muertos
costean el mar. Pronto licencian a los guardas, los viajeros ya no pagan…
…Cierran
las puertas de la ciudad
…
Mueren encerrados y en el hacinamiento. Un señor que no pierde, sin embargo,
sus costumbres. Sigue vistiéndose para la cena. Uno a uno, los miembros de la
familia desaparecen de la mesa. El muere delante de su asiento, siempre vestido.
Como dice la criada: “Siempre algo se gana. No habrá necesidad de vestirlo”. Ya
no los entierran, los arrojan al mar. Pero son demasiados, es omo una espuma
monstruosa sobre el mar azul.
Abril
del 38
Melville
corre la aventura y termina en una oficina. Muere desconocido y pobre. A fuerza
de soledad y aislamiento (no es lo mismo), se termina incluso por hacer uso de
la maldad y las calumnias. Pero en todo instante hay que prevenir en sí la
maldad y la calumnia.
Este es mi breve homenaje. Escrito en mi libreta
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