Una
de las cosas que más me impactó al llegar al laboratorio de radiología por
primera vez fue una foto colgada en la pared. En ella, un profesor proyectaba
la imagen de una calavera sobre la pantalla en un salón a oscuras, lo que
convertía la imagen en tétrica pero a la vez interesante.
La
calavera simulaba un espectro dando información a atentos estudiantes, como las
apariciones del padre de Hamlet. Durante las siguientes semanas, me la pasé
viendo estos espectros proyectados en la pared. Las clases se hacían en una
sala oscura donde teníamos que hacer malabares para tomar notas y registrar
aquellos trucos de radiólogo que permitían distinguir un hallazgo normal de una
enfermedad. Ante nosotros desfilaban huesos, cráneos, sillas turcas, árboles
bronquiales y complejas redes arteriales. Estas sesiones nocturnas tenían algo
de surrealista por la oscuridad superpuesta a la arquitectura de un edificio
antiguo y a esas horas silencioso.
Actualmente
los habitantes de una ciudad estamos poco acostumbrados a la oscuridad y
silencio casi absolutos. El alumbrado público y los automóviles le confieren
una ausencia de quietud a las grandes ciudades. Distintas eran las épocas en
que las ciudades dormían y al amparo de una noche cerrada, unánime como diría
Borges, se tejían historias de espectros.
Cerca
de la medianoche del 8 de noviembre de 1895, Wilhelm
Conrad Röntgen continuaba aplicando corriente eléctrica a tubos al vacío. Solo
en su laboratorio en una oscuridad casi absoluta vio destellos en el aire y en
las paredes. Un fenómeno reportado también por sus pares en Inglaterra, que
bajo la era victoriana albergaba historias sobre el ectoplasma, masa etérea
informa que divagaba en el ambiente y era convocada por médiums. Arthur Conan
Doyle los describe en su Historia sobre el Espiritualismo.
Imagino que las primeras “apariciones” habrán sorprendido y
asustado a Röntgen, pero él no era un médium sino un científico. Así que
continuó disparando sus cargas eléctricas especulando sobre la presencia de
unos rayos invisibles que trató de detener infructuosamente con láminas de
cartón, cobre y aluminio. Finalmente se decidió por una lámina de plomo. Al
poner la mano entre la placa y el tubo el vacío electrificado vio los huesos de
su mano proyectados sobre la lámina de plomo. No se le ocurrió mejor idea de
poner sobre aquella lámina un trozo de papel fotográfico obteniendo la primera
radiografía de la historia.
En ese momento Röntgen no conocía la naturaleza de aquellos
rayos que proyectaban espectros óseos sobre las placas de plomo o el papel
fotográfico, así que les llamó rayos X.
Era 1895, la electricidad había realizado otro de sus trucos. Ya
había pasado la época del mesmerismo y los escritores románticos. El siglo XX
estaba cerca esperando los trabajos de Edison y la genialidad de Tesla.
Pero las historias de espectros en la literatura y pronto en el
cine que recién comenzaba no tendrían fin.
En la foto: la mano de la esposa de Röntgen, Ana bertha Ludwig, con el aro matrimonial
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