Participo
en un círculo de lectura. Desde hace algunas semanas el ciclo está dedicado a
obras hechas por escritoras o novelas que tienen como tema central el universo
femenino. Ya pasaron Las Vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides y están en cola
unas tres más. Obviamente se han repasado someramente las obras de Jane Austen,
Virginia Woolf, Alice Munro, Lorrie Moore, Ann Beattie, Simone de Beauvoir y
hasta Sor Juana Inés de la Cruz.
La
naturaleza de lo femenino es inconmensurable y hasta cierto punto insondable
por los limitados sentidos masculinos. A pesar de que cada género se rige por
patrones generales, me resulta muy complicado encasillar los mundos interiores
de tanto escritoras como lectoras.
Los temas relativos a lo femenino se entrelazan, se enredan, se oscurecen y aclaran según el momento y e punto de vista. De tanto comentar y leer sobre el tema, al punto de haber colaborado en la redacción de un artículo para una revista universitaria, me queda claro que las aristas son múltiples, algunas tan agudas que generan urticaria.
No
deja de sorprenderme sin embargo, anotar un rasgo fundamental, a mi parecer no
importa la época, pero algunas mujeres, en mayor o menor medida impusieron sus
condiciones en sociedades patriarcales y
agobiantes, algunas tuvieron éxito, otras terminaron en el ostracismo o peor en
la hoguera.
Durante
mis paseos ocasionales por las librerías de viejo, me encontré con el Librito “Vida
romántica de Simón Bolívar- manuela Sáenz – La Libertadora del Libertador” de
Evaristo San Cristóbal (Edición en Lima, 1958).
En
el libro, entre otras cosas, se habla del importante rol de las mujeres en la
gesta emancipadora, para agradecer este sacrificio el Protector Don José de san
Martín expidió decretos para rendir honores al mérito: una banda de seda blanca
y encarnada desde donde pendería una medalla de oro, con el escudo de armas en
el anverso y en el reverso una inscripción que diría: “al patriotismo de las
más sensibles”. Una de las 137 damas distinguidas era Manuela Sáenz, entonces
esposa del taciturno y flemático médico británico, James Thorne., de quien se
separó por la continuas desavenencias, aunque el doctor siempre insistía que
ella volviera a su lado.
Manuela
regresó a Ecuador, donde conoce a Simón Bolívar en las celebraciones por la
victoria de la Batalla de Pichincha. Allí prende el romance y lo demás es
historia conocida. Bolívar rendido ante la belleza y carácter de Manuela y ella
depositaria de su confianza absoluta y conocedora de todos los secretos de
Estado. Un amor apasionado, digno de Venus y Marte.
Pero
lo interesante aquí son las cartas que intercambia Manuela con su ex esposo, el
calmado Thorne, quien le suplica volver. Ella se irrita y desespera ante la
propuesta:
“No, no, no más, hombre por Dios
¿por qué hacerme escribir faltando a mi resolución? Vamos ¿Qué adelanta Usted,
sino hacerme pasar por el dolor de decir a usted mil veces, no? Señor usted es
excelente, es inimitable, jamás diré otra cosa sino lo que es Usted; pero, mi
amigo, dejar a Usted por el General Bolívar es algo; dejar otro marido sin las
cualidades de Usted sería nada… ¿Y Usted cree que yo, después de ser la
predilecta de este General por siete años y con la seguridad de poseer su
corazón, prefiera ser la mujer del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? Yo sé
que nada puede unirme a él bajo los auspicios de lo que Usted llama honor ¿Me
cree Usted menos honrada por ser él mi amante y no mi marido? ¡Ah! Yo no vivo
de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente”
Sin comentarios, solo me pregunto cuántas
cartas similares se habrán escrito en la humanidad y cuantas quisieran escribir
una parecida.
¿quién
quiere responder?
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