jueves, 13 de septiembre de 2012

Moby Dick o La Ballena... o el Leviatán?

 
Esta vez si he comenzado a leer en serio Moby Dick, con lápiz y fichas, con referencias cruzadas. Hasta he conseguido algunas obas de Emerson, un artículo de Prescott sobre "Lima y los Limeños" y la oportunidad siempre latente de leer el Libro de Job. Con tales lecturas espero avanzar en  la educación literaria y filosófica que, compulsivo de mí, me impongo no solo para entender una obra monumental, sino para tener la fibra y el nervio necesarios para acometer mis aventuras narrativas.
 
En esta mañana fría y brumosa de setiembre, cuando no solo cae una tenue llovizna sino además una tonalidad gris sobre mi ánimo, me decidí a contrarrestar los aleteos de la tristeza traduciendo el primer párrafo de Moby Dick:
 
Pueden llamarme Ismael. Algunos años atrás –no importa con precisión cuantos- con apenas algo de dinero o quizá la billetera vacía, y con nada de particular interés para mí en tierra, pensé que podría salir a navegar para ver el lado acuático del mundo. Es la manera que tengo para quitarme la melancolía y regular la circulación. Cada vez que percibo en mí una mueca de disgusto; cada vez que hay un húmedo y brumoso Noviembre en mi alma; cada vez que me detengo involuntariamente ante un velatorio; cada vez que me pongo detrás de la fila en cada funeral que encuentro; y, especialmente cada vez que la tristeza se apodera de mí, es que necesito de un fuerte principio moral que evite que con toda deliberación salga a la calle y metódicamente comience a quitar de un golpe uno a uno los sombreros de la gente – entonces, me doy cuenta que es el mejor momento para salir al mar tan rápido como se pueda. Ese es mi sustituto a las balas y a la pistola. Con un ostentoso y filosófico movimiento Cato se arroja decidido sobre su espada, en cambio yo tranquilamente me lanzo al mar. No hay nada sorprendente en esto. Si lo supieran, casi todos los hombres en algún grado, en algún u otro momento, cobijan muy cercanamente  los mismos sentimientos que tengo yo hacia el mar.

Como un presagio temprano, al llegar hoy al hospital, inusuales graznidos de gaviotas me anunciaron un mar lejano.  

1 comentario:

Martín Iron dijo...

Pues buena suerte en tu lectura. Yo lo he intentado pero me quedé en el capítulo LIV. Sería interesante que vayas comentando tu avance en algunos post siguientes, así contagia.
Con respecto a tu interesante traducción, en mi ejemplar de Ed, Planeta de la colección Clásicos Universales Planeta, confrontándolo con lo escrito, el traductor habla de una "tienda de ataúdes" y no de un velatorio, algo que me llamó la atención al leerlo. Y no es Cato, sino Catón que se arrojó sobre su espada antes de leer el Fedón de Platón y no convertirse en esclavo. Esto te lo digo a título informativo, no con ánimo de crítica ya que aprovecho para felicitarte por tu blog literario.
Saludos.