Foto: Opinión caribe
Ayer,
por una extraña coincidencia -horas después de haber conocido al ganador del
premio Nobel de Literatura 2016- me encontraba fungiendo de maestro de
ceremonias en la inauguración de la nueva librería de mi universidad. Casi al
final de mi alocución y como una forma de romper el hielo, dirijo la mirada
hacia mi jefe para decirle: “doctor, creo que después de conocer al Nobel de
hoy, tendremos también que vender discos”.
Más
temprano, despierto desde las 5:30 y con una taza de café en la mano, ingresé a
la página web de la Academia Sueca, ansioso por conocer el nombre del ganador y
saber cuáles serían mis lecturas y críticas de las siguientes semanas. Segundos
luego de las 6 am lo primero que sentí fue una incierta sorpresa, el ganador no
era narrador ni poeta. La decisión de la Academia desafiaba a la academia, al
canon establecido de la palabra impresa, no tendría lecturas del nuevo Nobel,
mi acostumbrada pesquisa por librerías consagradas y de viejo seguirían su
cauce habitual, a responder “estoy buscando algo que me sorprenda” al ¿está
buscando algo? del dependiente de la librería.
En
lugar de ello, migré inmediatamente a Spotify
para escuchar parte del enorme playlist
de Dylan, luego a Instagram a buscar el sitio oficial del nuevo Nobel para
finalmente caer en las páginas de los diarios del mundo a enterarme de los
datos biográficos y musicales que recordaba de a pocos y que había atesorado en
mi larga recorrido por el rock, pasando por el jazz y el blues.
Recordé
una de las últimas escenas de la película de los hermanos Coen, Inside Llewyn Davis, cuando el
protagonista, un talentoso músico pero con la nube del fracaso acosándolo permanentemente,
sale del bar donde tocaba y ve fugazmente a un joven y despeinado Bob Dylan
tocando un nuevo tipo de música, un híbrido de blues, rock y folk cantado con
una voz nasal y distraída augurando, a decir de los productores de aquel show,
un nuevo rumbo a la música. El eterno guiño de los Coen a la cultura popular norteamericana.
Pensé
además en los inicios de la poesía griega, de los versos yámbicos y
hexaméricos, del ritmo poético que era marcado con el golpe del pie sobre el
suelo, conocimiento producto una investigación rápida que hice durante la
lectura de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, esa sociedad adolescente
de inexpertos poetas urbanos.
Todo
aquello pasaba por mis recuerdos pero se me hacía tarde para ir a trabajar,
mientras la música del buen Bob sonaba en casa. Busqué mi armónica perdida
entre los libros, recuperarla para tocarla y tener el aura de los románticos y melancólicos
solitarios pero ahora también la usaría para cortejar al amor.
Ya
no me quedó tiempo en casa. Salí raudo al trabajo y me prometí recuperar en la
noche un libro con la antología poética de Dylan Thomas, cuyo nombre fue la
inspiración para que Robert Zimmerman tomara el nombre de Bob Dylan. Quedé
también en buscar algo sobre Allen Ginsberg y la generación beat. Ginsberg fue quien propuso a Bob
al Nobel de literatura. Por la noche, leí las letras de sus canciones, en el
silencio posterior al simulacro nocturno de terremoto y tsunami. Así mientras
mis afectos paseaban por el whatsapp,
yo leía una especie de poesía musicalizada y le daba la razón a un tweet de Salman Rushdie:
From Orpheus to Faiz, song & poetry have been closely linked. Dylan is the brilliant inheritor of the bardic tradition. Great choice. #Nobel
Por
eso, esta mañana miré un tanto nihilista todas aquellas rabietas y burlas sobre
la decisión de la Academia, especulé acerca de la penalidad no declarada impuesta
a la literatura norteamericana por los académicos suecos y su resistencia a
premiar a Philp Roth. Así lo hicieron con Borges. Repasé mis últimas 24 horas y
me convencí que a través de las rendijas del premio brillaba la literatura.
Suficiente, me dije.
Por
ello, hoy temprano cuando el editor de Acta Herediana me preguntó quién haría la
reseña sobre el Nobel de Literatura, le respondí con total seguridad “yo,
doctor”. Mi asertividad lo sorprendió y luego de unos minutos de duda, asintió,
ya, tú te encargas, me dijo.
Me
había lanzado a una aventura con la valla alta, pero así está hecha mi vida, de
retos.
Nunca
nada me fue fácil.
El
camino puede parecer largo y polvoriento pero ya tengo la armónica, la compañía
exacta y las canciones de Bob Dylan.
When you got nothing, you got nothing to lose
You’re invisible now; you got no secrets to conceal
How does it feel?
How does it feel?
To be on your own
With no direction home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?
Entonces
a comenzar a vivir, digo, escribir…
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