lunes, 3 de octubre de 2016

Resumen para escritores del Premio Nobel 2016 de Medicina


Fuente: Nobelprize.org

En cierto sentido una célula puede verse como una fábrica. La analogía funciona si consideramos a la célula como un lugar de producción, esta dividida por funciones, requiere de fuentes de energía y posee lugares para el almacenamiento.

Como cualquier fábrica existen no solo productos de desecho sino productos defectuosos que deben ser eliminados. La célula posee compartimientos internos llamados organelas, uno de ellos tiene la forma de vesículas y se llama lisosoma, son pequeñas bolsas que contienen los materiales de desecho, lo que luego son destruidos en su interior por proteínas especializadas. Por otro lado, algunos lisosomas sirven como lugares de almacenamiento de los productos del metabolismo celular.

Estos lisosomas fueron descubiertos en 1950 por Christian de Duve que luego acuñó el término Autofagia (comerse a sí mismo) para referirse a aquellas vesículas que digerían productos de la misma célula. A estas vesículas se les llamó Autofagosomas. Este fenómeno puede ocurrir en respuesta a situaciones variadas. Por ejemplo, proteínas de conformación defectuosa, materiales en exceso cuando se produce una remodelación celular, como puede ser el caso del desarrollo de un embrión, así como también ser una forma de respuesta de la célula ante situaciones de estrés –en este caso se destruyen proteínas no vitales para obtener energía, como puede ser el caso de quemar parte del mobiliario para obtener calor ante el frío extremo-.

Para entonces quedaban sin responder muchas preguntas que explicaran cómo se inicia la autofagia, cuáles eran sus componentes,  quién comandaba el proceso, cuáles serían los beneficios celulares y si una distorsión de la autofagia traía consecuencias en la salud.

Yoshimiro Ohsumi, alrededor de 1990 en la Universidad de Tokyo se dedicó al estudio de la autofagia en la levadura de cerveza (Saccharomyces cerevisae) como ser modelo. Ohsumi pensó que obteniendo cepas mutantes que no tuvieran ciertas proteínas involucradas en la digestión de sustancias de desecho le darían una pista sobre el funcionamiento global del sistema. La deducción fue la siguiente: si en un proceso un factor esta ausente los productos previos en la cadena metabólica se acumularán. Y el tiempo de trabajo disciplinado le dio la razón. Modificando genéticamente a la levadura obtuvo cepas mutantes que fueron revelando poco a poco el proceso de autofagia. Descubrió que al menos son 15 genes esenciales los que dirigen el proceso a través de las proteínas que codifican. A estos genes los denominó ATG. El proceso es como sigue, ante una situación de estrés celular –ayuno prolongado, infección o ingreso de toxinas-, una proteína dispara una cascada de reacciones que llevan a la formación de una vesícula que engulle el material de desecho –o el necesario para un estímulo determinado- y lo digiere. Hasta allí todo bien estaba bien demostrado en las levaduras, el siguiente paso era conocer que algo similar ocurría en animales multicelulares y Ohsumi con su equipo lo lograron identificando los homólogos ATG en mamíferos, en este caso ratones genéticamente modificados en laboratorio.

La tecnología utilizada por Ohsumi y colaboradores disparó una serie de descubrimientos que demuestra que la autofagia es un proceso que ocurre en condiciones normales para mantener el equilibrio metabólico conocido como Homeostasis. Asimismo, la autofagia es útil en conseguir energía en periodos de escasez de nutrientes, para retirar proteínas anormales que son tóxicas (como en el caso de las enfermedades neurodegenerativas), en la limpieza de gérmenes intracelulares o en la eliminación de células cancerosas. La ausencia o defectos en la autofagia provocarán la aparición o empeoramiento de enfermedades.

Las nuevas técnicas de Ohsumi permitieron abrir una nueva línea de investigación y descubrimientos que nos sirven para entender mejor la forma cómo trabajan las células así como la génesis de enfermedades que aquejan a la humanidad.



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