Estamos ya llegando a Mei Tan Fu. Entre los caminos flanqueados por arrozales, Kitty pasea su mirada ausente, sofocada por los recuerdos y el calor húmedo.
Le habían arrebatado todas sus razones para vivir. Que horrible, terminar con la vida a los veintisiete años.
Una vez en la zona de emergencia, que vemos a través de los ojos de Kitty, Walter se entrega al control de ese miasma pernicioso llamado cólera, introduciéndose en él, buceando microscópicamente en el agua contaminada, inhumando cadáveres y promoviendo la higiene.
A su vez, Kitty, desprovista de un ambiente frívolo, se ve confrontada a la naturaleza exuberante del lugar, que contrasta la presencia de la muerte, que camina, juega y descansa. En un cadáver abandonado, en una ensalada mal preparada, en los huérfanos del monasterio.
Kitty, inicia a su modo una pesquisa. En sus encuentros con las monjas, con Waddington y con el propio Walter, se descubre a si misma y descubre en los demás su verdadera naturaleza. La ternura de Walter camuflada de dureza, las contradicciones humanas de las religiosas, el temor y la esperanza escondidos dentro del cinismo de Waddington.
Pero sobre toda esa experiencia conmovedora había planeado una sombra (un velo oscuro sobre la nube plateada), pertinaz y patente, que la desconcertaba...había percibido una actitud distante que la inquietaba...
por primera vez, Kitty encuentra una ternura real y sentida basada en las relaciones humanas que se enlazan en la adversidad. La epidemia del cólera no resaltaba solo los vicios o los oscuros temores, la muerte en sus diversos matices, sino permitía al ser humano aflorar una fuerza interior, tenaz y redentora.
Y son todas esas experiencias las que acercan a Kitty y a Walter, viviendo juntos pero a una distancia espiritual mas larga de la que separa Londres de Hong Kong. Pero como en toda tragedia, el destino regresa para tocar el aura de sus personajes.
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