Henrik, ahora General en retiro, licenciado del ejército y confinado en una ala apartada del palacio que lo vio nacer. Cuarenta y un años mas cuarenta y tres días después del día de cacería recibió un recado del correo. Reconoció la letra, cogió la carta y la guardó en el bolsillo. A causa del mensaje dispuso de todo lo necesario para recibir a Konrád, quien volvía para recuperar parte de su pasado.
Esta noticia además provoca un gran cambio en la mansión, como a un mecanismo al que hubiesen dado cuerda. De este modo recobran vida y aire fresco, los sillones, las alfombras, y los candelabros, entre otros, las paredes se vuelven a llenar de luz, en una de ellas resalta un hueco blanco de bordes grises, donde otrora estaba el cuadro de Kriztina, la esposa de Henrik. Nini, la nodriza de noventa y un años, que aún domina las labores cotidianas de la mansión, coloca el cuadro en su lugar original. De este modo, el tiempo detenido en un minuto dado, vuelve a caminar. Krisztina, muerta de anemia perniciosa ocho años después del día de la cacería, impone su presencia en la mansión.
Es agosto, donde el calor puede llegar a aplastar hasta la mejor de las intenciones. Llega Konrád a la mansión, y luego de un minucioso estudio de la vejez de ambos, que frisa los setentaicinco años, se inicia el dialogo. Konrád ha vivido en el trópico, en Singapur, Henrik ha permanecido encerrado en su casa todos estos años, incluso alejado dentro de la misma casa de su esposa Krisztina, que murió ocho años después del día de la cacería.
Luego de ese día Konrád se fue del ejército, a trabajar en los cenagales tropicales, desde allí vivió de oídas la Revolución Rusa, la descomposición de Polonia, su patria, y la Primera Guerra Mundial. Allí también adoptó la nacionalidad británica.
Henrik, se quedó en Viena, luchando en la guerra y tratando de explicar, al inicio , el porqué de la abrupta partida de su amigo, de la actitud de su esposa, y luego, incubó todos sus recuerdos, los rumió día a día del encierro voluntario al que se sometió. Añejó sus iras, resentimientos y frustraciones que salían como el aroma del vino que tomaron en el reencuentro.
En un monólogo impresionante, Henrik, habla de como pensó su venganza, de su pasión por matar, del odio que sintió de Konrád por no poseer lo que era suyo. Es la mayor tragedia con que el destino puede castigar a una personas. El deseo de ser diferentes de quienes somos: no puede latir deseo mas doloroso en el ser humano. Hasta que llegó a la cacería:
La situación me lo aclaraba todo, la posición geométrica del cazador y de sus blancos me avisaba de lo que estaba ocurriendo, unos pasos mas atrás, e el corazón de un hombre. Estuviste apuntandome durante medio minuto...
Pero no disparó, a pesar de no haber testigos, en el momento que el cervatillo se escapó, Konrad bajo el rifle. Regresaron en silencio y quedaron para cenar en la noche. Henrik, ya en casa, encuentra a Krisztina, quien lee un libro sobre el trópico, queda paralizada al ver a su esposo, como si no lo quisiera ver vivo.
Esa noche en la cena, la cacería pasó a un segundo plano, para conversar sobre la vida en el trópico. Henrik, Konrád y Krisztina, juntos, sentados en sus sitios de siempre, como siempre. En la mesa se respiraba la ciénaga de la traición.
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