No
suelo salir del hospital pero aquella mañana los trámites se convertían en
impostergables. El cielo estaba despejado y corría una brisa fresca. Felizmente
todo se resolvió pronto y tomé el taxi de regreso. En esta ciudad, los taxis
circulan continuamente por las calles y los precios se pactan en una rápida
negociación. Paró un taxi amarillo, su chofer usaba unos anteojos llamativos.
Acordamos el precio.
Tengo
la costumbre de sentarme en el asiento posterior y abrir toda la ventana. Ya
era casi mediodía y el calor había aumentado. En el camino pensaba lo polvorienta
que es la ciudad, acaso por comenzar a sentir un cosquilleo en la garganta, así
como lo extendidas que están las construcciones, como aquella edificación nueva
que veía pasar rápido. A la sensación de la garganta se sumó la nariz, pero me
distraje sacando el dinero para pagar, ya que estaba por llegar a la puerta
posterior del hospital.
Llegué,
pagué y bajé. Una vez parado en la pista sentí de pronto un vahído. Sentía como
si una fuerza interior me jalara con todas sus fuerza hacia el suelo. Miré al
costado, no pasaban carros y crucé la pista. Al caminar sentía como si lo hiciera
sobre algodones, mareado con algo de visión borrosa. Me dije “continúa, ya
pasará”, mientras avanzaba sentía que mis latidos se aceleraban. Hice un par de llamadas pero no obtuve respuesta. Me
detuve unos segundos para tomarme el pulso, tenía taquicardia. ¿Será por el
susto? pensé y apuré la marcha. En el camino me crucé con un par de amigos,
intercambiamos unas palabras y seguí caminando. Mi destino era la emergencia. No debo estar tan mal ya que no se han dado
cuenta, me dije
Bajé
la rampa y ya estaba en medio del tópico de medicina. No tenía claro que tenía,
pero seguía el mareo y la sensación de vahído. Acaso el alfajor que compré
estaba contaminado. ¿Sería con insecticida? Entre al baño, abrí la boca frente
al espejo buscando las fasciculaciones de la lengua, propias del envenenamiento
con insecticidas. Nada, mi lengua estaba normal. Intenté ver mis pupilas y me
parecieron de tamaño normal.
Salí
del baño. El tópico de emergencia era un caos, enfermos en camillas, en sillas
de rueda, en la banca. Todos peores que yo. No intenté buscar ayuda allí.
Ingresé a las salas de observación y encontré a uno de mis residentes haciendo
tranquilamente unas notas. Le pedí que me tomara la presión. “No me siento bien”,
le dije, sin dar más explicaciones.
“120/70”
me respondió, minutos después. Al menos no soy hipertenso, pensé. Le pedí que examinara
mis pupilas. Están de tamaño normal, me respondió. Gracias, le dije y me quedé
pensando. No estaba envenenado, no era una crisis hipertensiva, ni parecía un
infarto ¿qué era? Me quede leyendo en la sala de observación. De cuando en
cuando me tomaba el pulso que estaba con una frecuencia normal. El efecto
comenzaba a desvanecerse.
¡Eso
era! Había un efecto farmacológico. El viaje en taxi, el cosquilleo en la
garganta. Algún producto volátil para provocar sueño ¿éter, cloroformo,
sevoflurane? Qué diablos, el viaje fue menos de 7 minutos e iba con la ventana
abierta, ni tanto para dormirme ni tan poco para no provocar efectos.
Agradecí
que dentro de todo esto me pasara en el hospital, donde tenía todo a la mano.
Había resuelto parcialmente la incertidumbre, ya no sentía sueño ni mareos.
Cerré el libro, me despedí del personal y salí de la emergencia. Hice una
llamada. Conté el suceso y no me quedó más que reírme.
Horas
más tarde, regresé a casa en bus, con la seguridad que lo único tóxico sería el
humo de los autos y el polvo perenne de la ciudad. Así soy, pensé, siempre
tratando de resolver las dudas, incluso cuando de mi propia enfermedad se
trata, pero también con la terquedad de no pedir ayuda abiertamente.
Días
después, saliendo del hospital vi aquel taxi, me acerqué para ver al chofer. Era
él mismo, pero ya no tenía los anteojos extraños, ahora usaba una barba rala. Creo
que alcanzó a mirarme.
Como
acusarlo, nadie me creería. No tenía pruebas.
Resignado
crucé la pista en dirección al paradero de buses. En la avenida estaban los de
siempre, los vendedores ambulantes, los policías, muchos peatones y claro,
muchos otros taxis.
2 comentarios:
Me gustó mucho tu relato Aldito, pero la próxima vez has que tu personaje no sea tan terco.
Me gustó mucho tu relato Aldito, pero la próxima vez has que tu personaje no sea tan terco.
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