Hijo de Jesús de Denis
Johnson es una colección de relatos o una nouvelle
fragmentada cuya clasificación se la dejo a los especialistas. Lo cierto es que
el libro es una galería de historias de junkies,
seres humanos desarraigados de los cánones sociales, que entran y salen de su
conciencia a causa del efecto o abstinencia de drogas. Jóvenes extraviados en
algún lugar de las coordenadas y los límites de la realidad pero desde quienes
afloran chispazos de lucidez, amor y
profundidad moral pero también de una crueldad distante y aséptica hacia
los demás.
Los
personajes de Hijos de Jesús viven con altos niveles en sangre de marihuana,
heroína, psicofármacos o alcohol. Hacen autostop,
revolotean dentro de los hospitales, habitual refugio para intoxicados, donde
contra lo que pudiera creerse a veces no hay una clara distinción de
comportamiento entre el personal y los pacientes.
La
cantidad de psicofármacos legales producidos en el mundo exceden largamente el
número de consumidores formales. El excedente es filtrado entonces hacia el
mercado negro. Debido a ello, nuestro personaje principal y sus eventuales
compañeros de ruta disfrutan de algunos comprimidos de LSD, anfetaminas,
fenciclidina, pentazocina, opiáceos, antihistamínicos, extractos de hongos o
heroína que toman indistintamente y de acuerdo a la disponibilidad en el
mercado. Una mezcla que llevará a nuestros amigos a estados de alucinación,
despersonalización, paranoia y confusión.
Aquellas
pastillas que nuestros personajes llevan en los bolsillos, que mastican y
sienten “…con un sabor parecido al olor de la orina, otras a algo quemado,
otras a tiza…” provocan estados mentales que aumentan la percepción de los
sentidos, donde el entorno se percibe como propio en colores y sonidos
intensos. Mientras el cuerpo pierde materia y se funde en el ambiente, surge una sensación aparente de mayor
actividad mental, los pensamientos afloran con mayor fluidez. Por eso nuestro
personaje siente, en una oscura tarde lluviosa, que le han arrancado el
revestimiento de las venas y conoce cada gota de lluvia por su nombre. Es por
el efecto farmacológico que Georgie, el limpiador del hospital, escucha chillar
a sus zapatos que han pisado un charco de sangre en el tópico de emergencia. A
nuestros personajes se hacen borrosos los límites entre alucinación y realidad,
incluso luego de una inyección de “vitaminas” en una clínica de
desintoxicación:
Llovía. Helechos
gigantes sobre nosotros. El bosque se deslizaba por una colina. Podía oír un
arroyo correr entre las piedras. Y ustedes, ustedes, gente ridícula, ustedes
esperaban que yo les ayudase
En
esta travesía de seres intoxicados por drogas psicoactivas, con los neurotransmisores
en estado de caos, se entrecruzan diversos personajes que disfrutan de un
estado de cinismo, abulia y apatía pero que paradójicamente ejercitan una mayor
fraternidad entre pares. En los textos de Hijo
de Jesús deambulan tipos con un cuchillo incrustado en el cráneo, un sujeto
que revienta el parabrisas al salir expulsado del auto en un choque frontal, un
chofer que atropella una coneja preñada pero que rescata a sus fetos, otro que
llega tan borracho que no se percata de la nota del gesto suicida de la esposa,
la que termina muriendo sin que nadie la rescate. No hay límites claros entre
la realidad y los sueños vívidos, entre el amor y el dolor, entre las fuerzas
de la naturaleza y la condición humana, la bondad, la miseria o la crueldad. Es
como si alguien, un Dios con un retorcido sentido del humor, hubiera desanudado las conexiones cerebrales
de un porrazo.
“¿Me creerían si
les digo que había ternura en su corazón? Su mano izquierda no sabía lo que
estaba haciendo su mano derecha. Ciertas conexiones muy importantes se habían
quemado en su interior y ya no había conexión alguna entre un lado y otro. Si
abriera tu cabeza y pasara por ahí dentro, a través de tu cerebro, uno de esos
hierros al rojo vivo que se usan para soldar, yo podría convertirte en algo
así”
Con
el cuerpo calloso desenchufado por alucinógenos que despellejan la conciencia,
haciéndola más lucida y a la vez más vulnerable, aquellas personas son víctimas
de un nihilismo alucinante que se conmueven con un moribundo en sus últimos
estertores, ante seres comunes que padecen una vida rutinaria o ante los
habitantes de un asilo para incurables. Los personajes de Hijo de Jesús viven la pasión erótica momentánea como amor profundo
pero al final todos aquellos seres de alguna manera han deshecho sus vínculos
afectivos con la pareja, la familia o los hijos. Los únicos enlaces con la vida
parecen ser la clínica de desintoxicación, los paisajes naturales o el Antabuse
Rodrigo
Fresán, el traductor de Hijo de Jesús,
advierte al lector de los sobresaltos narrativos, de las ecolalias y de las distorsiones
en el tiempo y espacio de los personajes de esta obra. Se dice de los
alucinógenos provocan un estado
pensamiento no lineal, de un saltar en secuencias lógicas desordenadas y en la
incapacidad de razonar a través de problemas como lo hace el común de la gente.
Es en esta forma de narrar, como en una alucinación psicodélica, parecen
fundirse los bordes entre personaje y narrador
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