lunes, 21 de abril de 2014

Volátil


No suelo salir del hospital pero aquella mañana los trámites se convertían en impostergables. El cielo estaba despejado y corría una brisa fresca. Felizmente todo se resolvió pronto y tomé el taxi de regreso. En esta ciudad, los taxis circulan continuamente por las calles y los precios se pactan en una rápida negociación. Paró un taxi amarillo, su chofer usaba unos anteojos llamativos. Acordamos el precio.

Tengo la costumbre de sentarme en el asiento posterior y abrir toda la ventana. Ya era casi mediodía y el calor había aumentado. En el camino pensaba lo polvorienta que es la ciudad, acaso por comenzar a sentir un cosquilleo en la garganta, así como lo extendidas que están las construcciones, como aquella edificación nueva que veía pasar rápido. A la sensación de la garganta se sumó la nariz, pero me distraje sacando el dinero para pagar, ya que estaba por llegar a la puerta posterior del hospital.

Llegué, pagué y bajé. Una vez parado en la pista sentí de pronto un vahído. Sentía como si una fuerza interior me jalara con todas sus fuerza hacia el suelo. Miré al costado, no pasaban carros y crucé la pista. Al caminar sentía como si lo hiciera sobre algodones, mareado con algo de visión borrosa. Me dije “continúa, ya pasará”, mientras avanzaba sentía que mis latidos se aceleraban. Hice un  par de llamadas pero no obtuve respuesta. Me detuve unos segundos para tomarme el pulso, tenía taquicardia. ¿Será por el susto? pensé y apuré la marcha. En el camino me crucé con un par de amigos, intercambiamos unas palabras y seguí caminando. Mi destino era la emergencia.  No debo estar tan mal ya que no se han dado cuenta, me dije

Bajé la rampa y ya estaba en medio del tópico de medicina. No tenía claro que tenía, pero seguía el mareo y la sensación de vahído. Acaso el alfajor que compré estaba contaminado. ¿Sería con insecticida? Entre al baño, abrí la boca frente al espejo buscando las fasciculaciones de la lengua, propias del envenenamiento con insecticidas. Nada, mi lengua estaba normal. Intenté ver mis pupilas y me parecieron de tamaño normal.

Salí del baño. El tópico de emergencia era un caos, enfermos en camillas, en sillas de rueda, en la banca. Todos peores que yo. No intenté buscar ayuda allí. Ingresé a las salas de observación y encontré a uno de mis residentes haciendo tranquilamente unas notas. Le pedí que me tomara la presión. “No me siento bien”, le dije, sin dar más explicaciones.

“120/70” me respondió, minutos después. Al menos no soy hipertenso, pensé. Le pedí que examinara mis pupilas. Están de tamaño normal, me respondió. Gracias, le dije y me quedé pensando. No estaba envenenado, no era una crisis hipertensiva, ni parecía un infarto ¿qué era? Me quede leyendo en la sala de observación. De cuando en cuando me tomaba el pulso que estaba con una frecuencia normal. El efecto comenzaba a desvanecerse.

¡Eso era! Había un efecto farmacológico. El viaje en taxi, el cosquilleo en la garganta. Algún producto volátil para provocar sueño ¿éter, cloroformo, sevoflurane? Qué diablos, el viaje fue menos de 7 minutos e iba con la ventana abierta, ni tanto para dormirme ni tan poco para no provocar efectos.

Agradecí que dentro de todo esto me pasara en el hospital, donde tenía todo a la mano. Había resuelto parcialmente la incertidumbre, ya no sentía sueño ni mareos. Cerré el libro, me despedí del personal y salí de la emergencia. Hice una llamada. Conté el suceso y no me quedó más que reírme.
 
Horas más tarde, regresé a casa en bus, con la seguridad que lo único tóxico sería el humo de los autos y el polvo perenne de la ciudad. Así soy, pensé, siempre tratando de resolver las dudas, incluso cuando de mi propia enfermedad se trata, pero también con la terquedad de no pedir ayuda abiertamente.

Días después, saliendo del hospital vi aquel taxi, me acerqué para ver al chofer. Era él mismo, pero ya no tenía los anteojos extraños, ahora usaba una barba rala. Creo que alcanzó a mirarme.

Como acusarlo, nadie me creería. No tenía pruebas.
 
Resignado crucé la pista en dirección al paradero de buses. En la avenida estaban los de siempre, los vendedores ambulantes, los policías, muchos peatones y claro, muchos otros taxis.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho tu relato Aldito, pero la próxima vez has que tu personaje no sea tan terco.

Aldo Vivar dijo...

Me gustó mucho tu relato Aldito, pero la próxima vez has que tu personaje no sea tan terco.