Padres e Hijos, cuento de Luis Loayza tomado del libro Otras tardes, comienza con la sobremesa del cumpleaños numero setenta y cinco del tío Ricardo en una vieja y señorial casa de mediados del siglo XX. El tío Ricardo, especie de patriarca familiar, sentado en el escritorio de su estudio -fortaleza reservada para los hombres de la casa- dispone de tareas para Jaime, su sobrino carnal, como antesala a los sufrimientos de una enfermedad terminal.
Aprovechando la inusual apertura del tío, Jaime decide preguntar por el pasado de su padre, muerto prematuramente en el Hospital Loayza luego de una cirugía de úlcera gástrica. La operación, según los médicos, resultó bien. Según ellos también ¿ o a causa de ellos? las cosas posteriormente salieron mal. Luego de hemorragias y una pulmonía sobrevino la muerte.
Jaime, se vió reflejado a si mismo en esta revelación, el también se había enamorado de otra mujer mientras estaba casado. Se le ocurrió enamorarse y no tuvo la voluntad suficiente para tomar una decisión, o el valor o la honradez…no se decidió a dejar a su mujer ni a romper con su amante, ambas relaciones se fueron deshaciendo y al final las dos mujeres lo dejaron a él…el no había sido capaz de matar dos pájaros de un tiro…los dos pajaritos llevaban fusiles bajo las alas, dispararon contra él al mismo tiempo y se fueron volando, cada una por su lado.
Desde entonces Jaime se entregó dentro de su soledad al ejercicio disciplinado de su trabajo. Inmerso en ella, Jaime descubrió en su vida salas a oscuras a las que no había entrado…sobre todo las que concernían a su padre. Existía ahora en el tío Ricardo un retazo de su historia que podía encontrar, muerta ya su madre y reticente ella a todo recuerdo, solamente encontraría luz en el testimonio de un tío resignado a la muerte.
En medio de un viaje con unos amigos para cambiar de ambiente, y, en busca de una ciudad soleada, Jaime recibe la noticia del internamiento de urgencia del tío Ricardo. Acaso una angina de pecho, heraldo de un cáncer de estómago sobre un cuerpo ya consumido por los años.
De vuelta en Lima, en un cuarto frío de la Clínica Americana, el tío Ricardo decide entregar la posta familiar a Jaime, revelando entre otros encargos, el último y más preciado de los secretos, las fotos juveniles de su padre. La pieza del rompecabezas que faltaba.
En esas fotos, Jaime quiebra el mito paterno, metamorfosis que lo presenta como una persona común, con las mismas vicisitudes que él había pasado, pero para Jaime con el peso de un padre ausente. En las imágenes había una muchacha de unos veinticinco años, de pelo corto, vestida de verano, toda de blanco…que no era su madre. Estaba su padre además muy joven ¡si solo era un chico!. En otra fotografía su padre posa,en una escena grupal, junto a su madre, con una mirada de animal acosado.
El escritorio olía a cerrado y Jaime sentado en la penumbra espera que lo cubra la pena.Había descubierto su verdadera identidad y las huellas de su destino, el código genético de su historia.
Aprovechando la inusual apertura del tío, Jaime decide preguntar por el pasado de su padre, muerto prematuramente en el Hospital Loayza luego de una cirugía de úlcera gástrica. La operación, según los médicos, resultó bien. Según ellos también ¿ o a causa de ellos? las cosas posteriormente salieron mal. Luego de hemorragias y una pulmonía sobrevino la muerte.
Se murió porque se quería morir- dijo de pronto el tío Ricardo.Y como abriendo un baúl celosamente escondido, el tío liberó los recuerdos de su hermano, como impregnados del olor a humedad limeña, salieron la depresión, el stress permanente y el malestar del estómago. Pero al final, como un mechón de cabellos en las hojas de un libro, apareció la historia del amor extraconyugal del padre de Jaime.
Jaime, se vió reflejado a si mismo en esta revelación, el también se había enamorado de otra mujer mientras estaba casado. Se le ocurrió enamorarse y no tuvo la voluntad suficiente para tomar una decisión, o el valor o la honradez…no se decidió a dejar a su mujer ni a romper con su amante, ambas relaciones se fueron deshaciendo y al final las dos mujeres lo dejaron a él…el no había sido capaz de matar dos pájaros de un tiro…los dos pajaritos llevaban fusiles bajo las alas, dispararon contra él al mismo tiempo y se fueron volando, cada una por su lado.
Desde entonces Jaime se entregó dentro de su soledad al ejercicio disciplinado de su trabajo. Inmerso en ella, Jaime descubrió en su vida salas a oscuras a las que no había entrado…sobre todo las que concernían a su padre. Existía ahora en el tío Ricardo un retazo de su historia que podía encontrar, muerta ya su madre y reticente ella a todo recuerdo, solamente encontraría luz en el testimonio de un tío resignado a la muerte.
En medio de un viaje con unos amigos para cambiar de ambiente, y, en busca de una ciudad soleada, Jaime recibe la noticia del internamiento de urgencia del tío Ricardo. Acaso una angina de pecho, heraldo de un cáncer de estómago sobre un cuerpo ya consumido por los años.
De vuelta en Lima, en un cuarto frío de la Clínica Americana, el tío Ricardo decide entregar la posta familiar a Jaime, revelando entre otros encargos, el último y más preciado de los secretos, las fotos juveniles de su padre. La pieza del rompecabezas que faltaba.
En esas fotos, Jaime quiebra el mito paterno, metamorfosis que lo presenta como una persona común, con las mismas vicisitudes que él había pasado, pero para Jaime con el peso de un padre ausente. En las imágenes había una muchacha de unos veinticinco años, de pelo corto, vestida de verano, toda de blanco…que no era su madre. Estaba su padre además muy joven ¡si solo era un chico!. En otra fotografía su padre posa,en una escena grupal, junto a su madre, con una mirada de animal acosado.
El escritorio olía a cerrado y Jaime sentado en la penumbra espera que lo cubra la pena.Había descubierto su verdadera identidad y las huellas de su destino, el código genético de su historia.
Jaime volvió a tomar la fotografía, que distinguía mal: su padre inclinaba a un lado la cabeza y lo estaba mirando.
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