Como
todos los años las cosas siguen igual en la FIL Lima. Los editores y escritores
se preparan para lanzar (y vender) nuevos libros. Las distribuidoras,
librerías, organismos no gubernamentales e instituciones académicas se preparan
para presentar en este evento sus mejores productos, ya que una feria es una
gran vitrina. Creo que esta es la labor fundamental para muchos. Sin embargo,
los problemas surgen cuando se crea un programa paralelo que pretende darle un
valor cultural a un evento que solo parece una feria de intercambio comercial.
Siendo
el libro un producto tiene un valor monetario pero además posee un valor
intangible: la transmisión de conocimiento. Unificar los intereses de la
diversidad de expositores en este mercado persa que es la Feria del Libro es de
por sí una labor muy difícil. Lamentablemente la Cámara Peruana del Libro al
parecer ha optado por la más simple: además de los stands de exhibición de
productos, se crean salas de presentación, se distribuyen horarios y se llenan
los casilleros en blanco en un orden que es indescifrable. Es virtualmente
imposible armar un recorrido de interés cultural a un estudiante, un
profesional o un aficionado cuando uno mira el llamado programa cultural de la
18 FIL Lima. Se mezclan presentaciones de libros, conferencias y mesas redondas
de temas académicos, premiaciones, conciertos y homenajes, este año a dos
poetas, Antonio Cisneros y a Marco Martos. Pero la pradera se incendia cuando
los organizadores deciden hacer un reconocimiento a Martha Meier, como directora
de El Dominical, por la labor cultural que ha desplegado el suplemento del
diario El Comercio en los pasados 60 años.
Lamentablemente,
éste es el momento intelectual más bajo del referido suplemento, quien ha
conocido épocas y directores de renombre, marcando las pautas del quehacer
cultural de entonces. Lo que queda ahora es un pálido y deforme legado de la
riqueza intelectual del pasado. Su actual directora, dista mucho además de ser
un ejemplo de tolerancia y pluralidad en
el ejercicio periodístico y si, como mencionan los organizadores, la Sra. Meier
ha dado un apoyo invalorable a la presente FIL, bien bastaba una carta pero no
un reconocimiento público camuflado bajo la trayectoria de un suplemento histórico.
A la luz de la evidencia este reconocimiento suena a disparate, a disparo en
los pies de la CPL y a comprarse un repudio innecesario.
Ya
se han dicho muchas cosas sobre la calidad de nuestra Feria del Libro y la
ausencia de invitados de renombre. El año pasado se lanzó el rumor de la
llegada de Paul Auster, pero todo quedó en eso. Mientras tanto por el
vecindario: hace un par de años Orham Pamuk estuvo en Chile presentando su
libro el Novelista Ingenuo y Sentimental. En el 2009 Ian McEwan paseaba por las
calles de Valparaíso para un evento sobre el legado de Darwin. J.M. Coetzee
inauguró la Feria de Buenos Aires 2013. Herta Müller junto a Vargas Llosa inauguraron
la Feria de Guadalajara hace un par de años. Escritores consagrados se pasean
por América Latina pero no aterrizan en Lima ni para una escala técnica.
Se
coloca como excusa la ausencia de apoyo estatal pero se oculta que para lograr
un evento de importancia colocando al Perú como sitio de destino cultural y no
ser solo la capital del cebiche y el anticucho, se requiere de un trabajo a
mediano plazo. La FIL Lima 2014 ya debería tener una comisión de trabajo que
gestione el financiamiento de los invitados y las instalaciones y que sub
comisiones trabajen a conciencia programas culturales paralelos que obedezcan a
un propósito, que tengan un norte y que no necesariamente ocurran dentro del
recinto ferial. Un circuito de conferencias y mesas redondas por ejes temáticos
generaría mayor provecho tanto en el público general como en los círculos
académicos e intelectuales. Una FIL mediocre se pisará la cola y se convertirá
en un círculo vicioso para engendrar ferias cada vez más olvidables.
Se
hace evidente que los directivos de la CPL tienen que lidiar con sus fortalezas
pero también con sus limitaciones, por ello es importante que tengan la
capacidad de escuchar y de convocar a aquellos que puedan aportar más allá de
su membresía a la Cámara. La supervivencia del libro ya sea impreso o
electrónico es en sí mismo un objetivo acuciante.
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