Hace
una semana se emitió un programa sobre la vida de José María Eguren (1874-1942)
que estoy seguro muy pocos vieron. Eguren, enfermizo, con mundo lírico rodeado
de miniaturas y fantasías, no solo escribía poemas sino que pintaba minúsculos paisajes
y retratos con acuarelas. Vivió en
Barranco, recluido en ese balneario alejado de la ciudad pero centro
intelectual de la belle epoque. Desde
allí, esa minúscula patria insular, Eguren dibujaba con palabras sus poemas. A
su muerte, algunos de sus poemas fueron publicados por José Carlos Mariátegui
en un número conmemorativo de la revista Amauta quien reivindica su notable
aporte a la poesía peruana. Una obra que actualmente está algo olvidada. Por eso
quiero recordar este poema dueño de una dinámica y dulzura extraordinarias:
Los
Reyes Rojos
Desde la aurora
combaten dos reyes rojos,
con lanza de oro.
Por verde bosque
y en los purpurinos cerros
vibra su ceño.
Falcones
reyes
batallan
en lejaníasde oro azulinas.
Por
la luz cadmio
airadas
se ven pequeñassus formas negras.
Viene
la noche
y
firmes combaten foscoslos reyes rojos.
Qué habrá querido decir José María, algunos especulan que eran rayos en el cielo. Yo me atrevo a decir, con cargo a cometer un disparate poético, que los reyes rojos serían algo más cercano como un par de agitados e infatigables colibríes transitando del alba al atardecer entre las buganvilias, ficus y demás flores de aquel barranco bohemio de inicios del siglo XX
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