miércoles, 23 de mayo de 2012

Distancia Terapéutica

La pregunta puede ser interminable pero es siempre válida y tiene que ver con la distancia que debemos de mantener con los dramas personales y familiares de los pacientes que tenemos a nuestro cargo.
Al atender a un paciente, éste nos abre la ventana de su vida para que podamos resolver los problemas que lo aquejan, pero como toda ventana abierta, a través de ella vemos los otros aspectos de su vida, aquellos que conscientemente necesitamos conocer y aquellos que inadvertida e inevitablemente se colocan frente a nosotros.
Hay un tema fundamental en esta distancia emocional, no debe ser tan lejana como para tratar a nuestros enfermos como órganos, casos interesantes o pruebas diagnósticas. Aunque desde nuestro metalenguaje se escuchen cosas como: "hay que preparar la cama 18 para una colonoscopía, hay que darle sedantes al infarto, o, la tuberculosis miliar continúa con fiebre", tales expresiones no constituyen una manera despectiva hacia los pacientes, al menos para mi manera de ver las cosas. Ya que al margen de darle calificativo a estas frases, las acciones que subyacen bajo estas palabras muestran un interés genuino de ayuda y de un trabajo en pos del alivio de una persona que sufre.
Digo esto pues anoche murió uno de mis pacientes más complejos, tenía una Púrpura trombocitopénica trombótica, una condición que provoca la autodestrucción de glóbulos rojos y plaquetas. El paciente deviene  en anemia severa y sangrado por distintas partes del cuerpo, en este caso particular el paciente tuvo hematuria, así como sangrado por las encías y bajo la piel.  Tenía 32 años, una esposa doliente que lo acompañaba día y noche y dos de sus hermanos que viajaron a Lima a ayudar con los trámites de la enfermedad. La familia procedía de Puno y allá se quedó el hijo de ambos.
Fueron unos 40 días, casi bíblicos, de padecimiento, por ambas partes. Primero el choque cultural, de no lograr entendernos pues cada una de las partes, médicos y familia, teníamos nuestras propias explicaciones a la enfermedad y al tratamiento. Es cierto que para un grupo de personas con un pariente muy enfermo cualquier explicación es vana si el enfermo no mejora de acuerdo a las expectativas. Hicimos un trabajo de hormiga, primero para ganarnos la confianza y luego para derrotar a la elefantiásica burocracia que nos aplasta. Al ser una enfermedad muy inusual, los equipos para tratarla no están a la mano y el hospital los compra a través del Seguro universal de Salud. Y allí comenzó la vía crucis, convencer a los burócratas que un kit de plasmaferesis es más urgente que una caja de guantes. Firmas van y vienen, papeles que saltan de un escritorio a otro ayudados por mi equipo. Otro tema era conseguir las unidades de plasma, que se necesitaban por centenas, para iniciar le tratamiento. Mientras tanto nosotros haciendo equilibrio con medidas que paliaban en algo el problema pero no lo detenían a fondo.
Bajo todo esto aparecía la típica segunda historia, un tema de violencia familiar y de culpas ajenas como propias. La aparición de dos bandos: la esposa versus la familia del enfermo. Imagino las luchas intestinas, con el paciente como telón de fondo, ya que cada mañana tenía que hacer dos informes, uno para cada lado de la familia.  
Una vez pasados todos los obstáculos, no imaginábamos el peor de todos, el miedo de algunos de mis colegas, que fabricaban circunloquios para no realizar el procedimiento, que el plasma no es compatible, que el paciente ya está muy grave y cosas por el estilo, en una cadena de excusas que no forman parte del enfoque de este post.
En medio de todo, mi equipo cansado y desmoralizado, donde mi responsabilidad aparte de dirigirlo, era de darle ánimos y demostrar con mis acciones que todo no estaba perdido, que siempre hay lugar para un último intento y para torcer una torpe voluntad de no hacer nada. Si no lo hacía hubiera significado ahondar más la frustración, en los más jóvenes, de que todo el esfuerzo desplegado era en vano.
Sin embargo la naturaleza tiene leyes implacables, una hemorragia intracerebral, masiva y espontanea, terminó con todo.  Creo que cuando salí de la habitación del paciente a comunicar la gravedad del estado y pedir que recemos por él, estaba dando por adelantado la partida de defunción. A pesar de ello, insistí en seguir trabajando, ya que en una circunstancia como ésta es mejor caer luchando y dar el ejemplo a mis alumnos que en nuestra labor, debemos acompañar a nuestros pacientes en su tránsito final con lo mejor de nosotros.
Hoy, mientras daba el pésame y completaba el certificado de defunción, me enteré que mi paciente había pasado su cumpleaños hace doce días. No vi ese día en su habitación ningún signo de festejo, creo que no era el caso. Solo sé que para bien o para mal, estuve al margen de su historia personal. Estuve ocupado en encontrar la mejor manera de curarlo, a él y al resto de mis pacientes, en remontar las inmensas desventajas de los hospitales públicos.
Cuando pierdo a un paciente, algo de desasosiego me nubla las emociones. Sobre todo cuando conozco todos los pasos a seguir pero no se cumplen por factores fuera de mi control. No es un número más en la estadística, es una persona que ha dejado un vacío en su familia y en cierta medida duele el no poder revertir la situación. No es malo ni débil entristecerse, tan solo es humano.
Sin embargo, sé que su muerte no ha sido en vano. Que cada paciente es para mí un libro que me enseña cosas nuevas y que me ayuda a enfrentar lo que encontraré en mis siguientes enfermos. La distancia entre médico y paciente, que yo llamo terapéutica, deviene en  saludable para ambas partes.
Enfrentar la muerte de los pacientes, a pesar de lo que piensen algunos no te endurece, te hace ver que los sentimientos de uno están intactos pero protegidos y que la compasión hacia nuestros enfermos es tan importante como todos los conocimientos que necesitamos acopiar.
Pero la vida debe continuar y es hora de regresar a trabajar. Otras ventanas están a punto de abrirse.

1 comentario:

Ana dijo...

Que pena, pero como dices, cayeron luchando que es lo importante en la vida. Te he dicho muchas veces que eres un gran ser humano y ni que decir como médico, eres un gran médico, si no el mejor para mi. Un abrazo