La
pregunta puede ser interminable pero es siempre válida y tiene que ver con la
distancia que debemos de mantener con los dramas personales y familiares de los
pacientes que tenemos a nuestro cargo.
Al
atender a un paciente, éste nos abre la ventana de su vida para que podamos
resolver los problemas que lo aquejan, pero como toda ventana abierta, a través
de ella vemos los otros aspectos de su vida, aquellos que conscientemente
necesitamos conocer y aquellos que inadvertida e inevitablemente se colocan
frente a nosotros.
Hay
un tema fundamental en esta distancia emocional, no debe ser tan lejana como
para tratar a nuestros enfermos como órganos, casos interesantes o pruebas
diagnósticas. Aunque desde nuestro metalenguaje se escuchen cosas como:
"hay que preparar la cama 18 para una colonoscopía, hay que darle sedantes
al infarto, o, la tuberculosis miliar continúa con fiebre", tales
expresiones no constituyen una manera despectiva hacia los pacientes, al menos
para mi manera de ver las cosas. Ya que al margen de darle calificativo a estas
frases, las acciones que subyacen bajo estas palabras muestran un interés
genuino de ayuda y de un trabajo en pos del alivio de una persona que sufre.
Digo
esto pues anoche murió uno de mis pacientes más complejos, tenía una Púrpura
trombocitopénica trombótica, una condición que provoca la autodestrucción de
glóbulos rojos y plaquetas. El paciente deviene en anemia severa y sangrado por distintas
partes del cuerpo, en este caso particular el paciente tuvo hematuria, así como
sangrado por las encías y bajo la piel. Tenía
32 años, una esposa doliente que lo acompañaba día y noche y dos de sus
hermanos que viajaron a Lima a ayudar con los trámites de la enfermedad. La familia
procedía de Puno y allá se quedó el hijo de ambos.
Fueron
unos 40 días, casi bíblicos, de padecimiento, por ambas partes. Primero el
choque cultural, de no lograr entendernos pues cada una de las partes, médicos
y familia, teníamos nuestras propias explicaciones a la enfermedad y al
tratamiento. Es cierto que para un grupo de personas con un pariente muy
enfermo cualquier explicación es vana si el enfermo no mejora de acuerdo a las
expectativas. Hicimos un trabajo de hormiga, primero para ganarnos la confianza
y luego para derrotar a la elefantiásica burocracia que nos aplasta. Al ser una
enfermedad muy inusual, los equipos para tratarla no están a la mano y el
hospital los compra a través del Seguro universal de Salud. Y allí comenzó la
vía crucis, convencer a los burócratas que un kit de plasmaferesis es más
urgente que una caja de guantes. Firmas van y vienen, papeles que saltan de un
escritorio a otro ayudados por mi equipo. Otro tema era conseguir las unidades
de plasma, que se necesitaban por centenas, para iniciar le tratamiento.
Mientras tanto nosotros haciendo equilibrio con medidas que paliaban en algo el
problema pero no lo detenían a fondo.
Bajo
todo esto aparecía la típica segunda historia, un tema de violencia familiar y
de culpas ajenas como propias. La aparición de dos bandos: la esposa versus la familia
del enfermo. Imagino las luchas intestinas, con el paciente como telón de
fondo, ya que cada mañana tenía que hacer dos informes, uno para cada lado de
la familia.
Una
vez pasados todos los obstáculos, no imaginábamos el peor de todos, el miedo de
algunos de mis colegas, que fabricaban circunloquios para no realizar el
procedimiento, que el plasma no es compatible, que el paciente ya está muy
grave y cosas por el estilo, en una cadena de excusas que no forman parte del
enfoque de este post.
En
medio de todo, mi equipo cansado y desmoralizado, donde mi responsabilidad
aparte de dirigirlo, era de darle ánimos y demostrar con mis acciones que todo
no estaba perdido, que siempre hay lugar para un último intento y para torcer
una torpe voluntad de no hacer nada. Si no lo hacía hubiera significado ahondar
más la frustración, en los más jóvenes, de que todo el esfuerzo desplegado era
en vano.
Sin
embargo la naturaleza tiene leyes implacables, una hemorragia intracerebral,
masiva y espontanea, terminó con todo. Creo
que cuando salí de la habitación del paciente a comunicar la gravedad del
estado y pedir que recemos por él, estaba dando por adelantado la partida de
defunción. A pesar de ello, insistí en seguir trabajando, ya que en una
circunstancia como ésta es mejor caer luchando y dar el ejemplo a mis alumnos
que en nuestra labor, debemos acompañar a nuestros pacientes en su tránsito
final con lo mejor de nosotros.
Hoy,
mientras daba el pésame y completaba el certificado de defunción, me enteré que
mi paciente había pasado su cumpleaños hace doce días. No vi ese día en su
habitación ningún signo de festejo, creo que no era el caso. Solo sé que para
bien o para mal, estuve al margen de su historia personal. Estuve ocupado en
encontrar la mejor manera de curarlo, a él y al resto de mis pacientes, en remontar
las inmensas desventajas de los hospitales públicos.
Cuando
pierdo a un paciente, algo de desasosiego me nubla las emociones. Sobre todo
cuando conozco todos los pasos a seguir pero no se cumplen por factores fuera
de mi control. No es un número más en la estadística, es una persona que ha
dejado un vacío en su familia y en cierta medida duele el no poder revertir la
situación. No es malo ni débil entristecerse, tan solo es humano.
Sin
embargo, sé que su muerte no ha sido en vano. Que cada paciente es para mí un
libro que me enseña cosas nuevas y que me ayuda a enfrentar lo que encontraré
en mis siguientes enfermos. La distancia entre médico y paciente, que yo llamo
terapéutica, deviene en saludable para
ambas partes.
Enfrentar
la muerte de los pacientes, a pesar de lo que piensen algunos no te endurece,
te hace ver que los sentimientos de uno están intactos pero protegidos y que la
compasión hacia nuestros enfermos es tan importante como todos los
conocimientos que necesitamos acopiar.
Pero
la vida debe continuar y es hora de regresar a trabajar. Otras ventanas están a
punto de abrirse.
1 comentario:
Que pena, pero como dices, cayeron luchando que es lo importante en la vida. Te he dicho muchas veces que eres un gran ser humano y ni que decir como médico, eres un gran médico, si no el mejor para mi. Un abrazo
Publicar un comentario