lunes, 16 de abril de 2012

Tecnología Fútil



La semana pasada, por razones fortuitas, pasé una par de horas en un servicio de emergencia. Como es usual en un hospital universitario, la primera línea de defensa son los Internos de Medicina. Mientras esperaba vi como un hombre de edad mediana se retorcía en arcadas. Más de lo mismo en una emergencia pensé, pero el tema siguió y el hombre ahora se ponía de pie y la arcada se volvía en algo angustiante y tomaba la atención de todos. En instantes se acercó uno de los Internos y lo primero que hizo fue colocar un oxímetro de pulso en el índice del paciente, la pantalla mostró 99%, un resultado normal y que indica el grado de oxigenación de una persona. El paciente seguía con arcadas, inquieto y pidiendo ayuda. El Interno volvió a conectar el dispositivo de marras en el índice, nuevamente 99%. Ambos estaban de pie, frente a frente, uno pidiendo ayuda, el otro quieto sin hilvanar respuesta, solo obteniendo un 99% en repetitivos e inútiles intentos.


Yo, impaciente, intolerante y metiche me acerqué a ambos. Le pregunté al paciente que sentía, dolor en el pecho, me dijo. Le pedí que se sentara e hice lo de siempre: examinar. Manos temblorosas, pupilas muy pequeñas y lengua con fasciculaciones. Le hice una seña al Interno como si le preguntara: junta los tres signos, y me entendió. Le pregunté al paciente si había comido o tomado algo, me dijo que sí, comida de la calle vendida en una carretilla en una zona alejada de la ciudad. Volví al Interno y le recomendé usar Atropina, era un caso de envenenamiento por carbamatos. Como se me hacía tarde me despedí de todos y continué con mis actividades programadas.


Esta mañana durante la visita hospitalaria, examiné a un paciente de 44 años con una larga historia de disnea, fatiga y palpitaciones para lo cual recibía fármacos que el paciente nombraba con facilidad. Su presión arterial era de 90/60 mmHg. Un pulso filiforme y una yugular ingurgitada sumados a un corazón grande en forma de garrafa en la radiografía de tórax completaban la información necesaria para el diagnóstico de Insuficiencia cardiaca congestiva. Repasando las notas de emergencia me encontré con un dosaje de Pro BNP en sangre, un marcador indirecto y colateral de la misma falla cardiaca ya diagnosticada que contrastaba con la pobreza de información clínica en la historia. Visto de tal manera, la medición de Pro BNP resultaba una prueba inútil que no otorgaba información adicional. Un par de horas más tarde una ecografía cardiaca nos informaba que la fracción de eyección miocárdica era de tan sólo el 16%, cuando lo normal es >60%. La ecografía si nos ayudaba al informarnos sobre el mal pronóstico y la irreversibilidad del problema.


Todo esto me recuerda una escena en un café el pasado fin de semana, tres amigas en una mesa, cada una mirando su propia laptop y con una escasa interacción entre ambas.


Me pregunto en cada caso si la tecnología ha terminado por deshumanizarnos y ser más difícil conversar, observar y ser empáticos con la persona que tenemos al frente que manipular una máquina; Por extensión cuestiono el hecho comprobado de que la mayoría de médicos han hipotecado sus impresiones diagnósticas a los resultados de un dispositivo que funciona como intermediario con el paciente en lugar de una buena entrevista y un examen físico. Una máquina no es nada sin la intervención humana pero aquellos le han entregado incluso atributos para los que no fueron diseñados.


Un lápiz, un pincel o un estetoscopio no cumplen su rol sin una mano experta, con conocimientos y emociones, que la manipule correctamente. Incluso, hasta hablando de ficción, podría decir que una espada laser es inútil sin un Caballero Jedi que la empuñe con destreza. Las máquinas requieren de nosotros para desarrollar al máximo sus funciones y rendimientos, mejor dicho: las máquinas deben servir como una extensión del intelecto y no como un reemplazo. Hacerlo de esta última manera es casi un suicidio profesional y personalmente lo veo como una pérdida de respeto a la condición de persona del Otro. Al parecer cada vez nos dirigimos más a una era de despersonalización y automatismos.


No estoy seguro si tenemos ya la batalla perdida, lo que sí es que, al menos por mi parte, la lucha por recuperar las cualidades humanas será frontal, persistente e intensa.

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