En estos días estoy leyendo El Contable Hindú (The Indian Clerk) de David Leavitt, que es la historia del encuentro de Srinivasa Ramanujan, un contable hindú sin una formal educación superior que trabaja en Madrás., quien envía una carta al matemático G. H. Hardy que trabaja en Trinity Collage, en Cambridge. Es Enero de 1913.
Ramanujan envía una serie de bocetos sobre especulaciones matemáticas, algunas de ellas fascinantes para un matemático académico como Hardy, por lo que decide en complicidad con otros colegas suyos el llevarlo a Cambridge, donde Ramanujan recibe el reconocimiento que no tuvo en la India. Durante su visita estalla la Primera Guerra Mundial y los planes originales cambian.
Los primeros capítulos me recuerdan la esencia de Verano de Coetzee, mi lectura previa, el de la soledad que envuelve a las personas creativas. Las matemáticas, como la literatura, así como el desarrollo de las ideas científicas requiere de la dedicación de horas continuas en la concepción de ideas o fórmulas o lenguajes. Al fin y al cabo, los números son construcciones de la mente humana.
Los números pueden ser reales, complejos o imaginarios pero son entes abstractos como las letras. Juntos, tales símbolos expresan ideas y pueden reconstruir emociones, sensaciones o conceptos. La actividad humana no sería tal sin la existencia de los números o del lenguaje.
Más aún, las formas poéticas o la narrativa están llenas de artilugios o conjeturas como lo puede ser una fórmula matemática. Las experiencias de la naturaleza, incluidas las humanas, están representadas por frases o fórmulas: la descripción de una situación, el movimiento de las cosas o el color de las flores pueden ser descritas a partir de nuestra propia imaginación.
Muchas veces, la imaginación escapa a los límites de lo real y tangible, para mostrarnos una belleza inusitada e irreal, por eso podemos emocionarnos con un poema o reflexionar profundamente a partir de una conjetura matemática.
Sin embargo, cómo los números la imaginación es infinita y muchas veces difícil de comunicarla a otros, hacerlo a veces es tan difícil como frustante y al intentar hacerlo “nos sentimos como si tuviéramos que reparar una telaraña con los dedos”, cita tomada de Ludwig Wittgenstein (de su obra, Investigaciones filosóficas), uno de los personajes que aparece fugazmente en el libro.
Mientras pasan los días como números correlativos aprovecho los espacios en blanco para continuar con la recomendable lectura de El Contable Hindú y especular con las raíces cuadradas de los números negativos y con las series de números primos.
Ramanujan envía una serie de bocetos sobre especulaciones matemáticas, algunas de ellas fascinantes para un matemático académico como Hardy, por lo que decide en complicidad con otros colegas suyos el llevarlo a Cambridge, donde Ramanujan recibe el reconocimiento que no tuvo en la India. Durante su visita estalla la Primera Guerra Mundial y los planes originales cambian.
Los primeros capítulos me recuerdan la esencia de Verano de Coetzee, mi lectura previa, el de la soledad que envuelve a las personas creativas. Las matemáticas, como la literatura, así como el desarrollo de las ideas científicas requiere de la dedicación de horas continuas en la concepción de ideas o fórmulas o lenguajes. Al fin y al cabo, los números son construcciones de la mente humana.
Los números pueden ser reales, complejos o imaginarios pero son entes abstractos como las letras. Juntos, tales símbolos expresan ideas y pueden reconstruir emociones, sensaciones o conceptos. La actividad humana no sería tal sin la existencia de los números o del lenguaje.
Más aún, las formas poéticas o la narrativa están llenas de artilugios o conjeturas como lo puede ser una fórmula matemática. Las experiencias de la naturaleza, incluidas las humanas, están representadas por frases o fórmulas: la descripción de una situación, el movimiento de las cosas o el color de las flores pueden ser descritas a partir de nuestra propia imaginación.
Muchas veces, la imaginación escapa a los límites de lo real y tangible, para mostrarnos una belleza inusitada e irreal, por eso podemos emocionarnos con un poema o reflexionar profundamente a partir de una conjetura matemática.
Sin embargo, cómo los números la imaginación es infinita y muchas veces difícil de comunicarla a otros, hacerlo a veces es tan difícil como frustante y al intentar hacerlo “nos sentimos como si tuviéramos que reparar una telaraña con los dedos”, cita tomada de Ludwig Wittgenstein (de su obra, Investigaciones filosóficas), uno de los personajes que aparece fugazmente en el libro.
Mientras pasan los días como números correlativos aprovecho los espacios en blanco para continuar con la recomendable lectura de El Contable Hindú y especular con las raíces cuadradas de los números negativos y con las series de números primos.
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