miércoles, 20 de octubre de 2010

Las Palomas Invisibles


Bien dicen que Dios ajusta pero no ahorca. Cuando algunos hechos te ponen contra las cuerdas la vida da ejemplos de fortaleza y resistencia. Luego de que algunas emboscadas me dejaran un sabor acre acerca de la lealtad y honestidad, aparecen ejemplos de solidaridad, entrega y constancia que extienden la confianza en los valores humanos por tiempo indefinido.

Uno de esos ejemplos ha sido el rescate de los mineros en San José de Copiapó. De una tragedia, producto de malas condiciones de trabajo, aparece un producto excepcional. Resultado de una organización y planificación impecables el rescate ha sido un triunfo del instinto de supervivencia y de la capacidad humana para sobreponerse a grandes adversidades. Una operación épica que ha unido a casi todos desde los primeros momentos de conocerse el accidente. Desde entonces dentro y fuera de Chile muchas personas trabajaron por el objetivo común de rescatar a 33 personas literalmente tragadas por la tierra.

Se erigió el campamento Esperanza, un enclave humano en medio del desierto, una superficie sobre el socavón de la mina. Setecientos metros más abajo, es difícil imaginar la sensación de angustia de saberse encerrados y comprobar que no había salida posible desde dentro. A más de 30 grados de temperatura y con escasas provisiones las probabilidades eran escasas. Pasaron 17 largos días de incertidumbre a ambos lados de la superficie hasta que una de las sondas alcanzó la burbuja subterránea y por la pantalla apareció la mirada polvorienta de uno de los mineros con la frase escrita en un trozo de papel, “Estamos bien en el refugio los 33”. Tuve entonces una sensación de alienación y lejanía: tal mirada, entre suplicante y asustada, me descubría seres humanos en un estado salvaje, en un estado de alerta extrema. Mi enajenación continuó al imaginar a seres humanos como nosotros, dentro de una cápsula rocosa y privados de las condiciones básicas que conocemos hoy como civilización, en un proceso de retroceso hacia lo primitivo, con la eclosión de emociones y pulsiones primarias. Una involución milenaria en un corto lapso de tiempo.

Qué ideas no habrán recorrido las mentes de estas personas sin salida, lejos de los estímulos naturales como el ciclo día – noche, el viento soplando la vegetación, el agua corriente, los ruidos de una casa, la naturaleza viviendo a través de los sentidos, y sobre todo, cortados los vínculos familiares. Pero fueron las extraordinarias condiciones de vida otorgadas por la tecnología disponible y la perseverancia de las personas que apoyaban las labores de rescate, las que lograron la galvanización del espíritu de los mineros atrapados, para darles una nueva envoltura, más dura y protectora, y por añadidura también suave y tierna a partir del contacto con sus seres queridos.

Hace algunos años tuve la experiencia de ingresar al interior de una mina localizada en los Andes centrales. Tenía que completar una encuesta en mineros como parte de un programa de salud. La condición era hacer las preguntas y dar una charla a 400 metros bajo tierra aprovechando la hora de descanso. Equipado para el descenso, botas, casco y mascarilla, entré al ascensor que me bajaría al comedor del socavón. Al cerrarse la portezuela desvencijada me entró el temor natural de quedar atrapado. El descenso se acompañó del ruido del metal arañando la roca en medio de la oscuridad absoluta. Al detenerse el ascensor, y con ello el ruido, se abrió la puerta hacia un ambiente iluminado que alivió de pronto mis temores. Completé tranquilo mi tarea y al comenzar el ascenso volví a tener la sensación de quedar atrapado.

No importa cuantos años tenga uno involucrado en una tarea, sobre todo si ésta es de riesgo, siempre existe la posibilidad de que se presente un hecho fortuito, como realmente ocurrió en Copiapó.

Sin la intención de hacer un recuento técnico o político del accidente y rescate, ya que este evento tiene distintas lecturas, lo que me ha motivado a hacer este post es la capacidad de resiliencia de los mineros atrapados y la tenacidad de las relaciones afectivas en condiciones adversas. Así como, al menos por las noticias, ver como los sentimientos de una nación hicieron fuerza para que las cosas salieran bien. Como pocas veces, Chile en un solo año ha vivido momentos críticos: un terremoto devastador y el derrumbe de la mina. Pero no solo fue un país, en los días finales del rescate millones de personas estuvieron pendientes a través de las transmisiones por satélite en tiempo real.


Pensar que la distancia borra los vínculos afectivos es caer en un lugar común muchas veces equivocado, en este caso tales vínculos actuaron n solo como paliativo sino como un estimulo para la resistencia. Estos afectos permanentemente recordados, la comunicación continua con el mundo exterior, a través de mecánicas palomas mensajeras, así como el influjo diario de alimentos evitaron que el comportamiento de los afectados fuera dominado por las regiones mas arcaicas del cerebro, desde el punto de vista filogenético, el sistema límbico, el que domina el hambre, la sed así como el instinto animal de supervivencia.

Esto abona a la concepción gregaria del ser humano, no importa cuantas veces intentemos aislarnos del mundo exterior, irremediablemente regresaremos en busca de nuestros puntos de referencia, sean familiares o no. Con su cercanía física o a través de la comunicación a distancia, son un estímulo permanente para seguir caminando por la vida. Palomas mensajeras invisibles.

Por eso me quedo con un par de imágenes del rescate que se han quedado rodando en mi mente desde entonces. La primera, la enorme tensión emocional de las familias de los mineros mientras bajaba por primera vez la cápsula Fénix, el éxito de este descenso garantizaba de alguna manera el éxito de toda la misión, el que terminó con una explosión de emoción contenida. La segunda, el llanto de un niño al ver como aparecía bajo el suelo, la cápsula que transportaba a su padre de nuevo a la tierra.

A sentir de nuevo el aire fresco, a ver el cielo y a reconocer el abrazo intenso de los que más te quieren.

A volver a vivir. En una diáspora que escribirá nuevas historias

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