Veo televisión a cuentagotas, noticieros, fútbol y programas de humor, no veo películas, para eso el cine, no puedo despegarme de la emoción de la sala oscura, la pantalla grande y el olor a palomitas de maíz. Así que cuando la cartelera limeña es pobre, tengo mas espacio para mis cuentos, novelas y ensayos, ya que viniendo desde la orilla de la ciencia debo balancear mis lecturas.
Picado por la curiosidad y por el comentario de mis internos, hace un par de años vi en DVD una temporada completa de Dr House: me quedé dormido. Para mí, era más de lo mismo, lo cotidiano pensé: desentrañar el misterio clínico a través del diagnóstico diferencial, una técnica casi en desuso en un presente inflado de tecnología, pero a la cual me aferro con pasión. Allí quedo mi experiencia televisiva con House.
Pero descubrir hace poco que mi sobrina recién adolescente es una fan de Dr House, me devolvió al personaje. Pasé parte de mis vacaciones de fin de año sentado frente al televisor, aprovechando la artimaña del cable: la extenuante repetición de temporadas anteriores.
¿Que rescatar de House? Desde el lado literario: la construcción del personaje. Desde el clínico: La pizarrita, el ejercicio del diagnóstico diferencial
House divide las aguas, o lo quieres o lo detestas. En mi caso hay opiniones encontradas, es un gran personaje pero su comportamiento chirriante por momentos me hace rebotar de la pantalla. Pero es un personaje construído por capas, un hombre cactus, espinoso por fuera, blando por dentro. Pienso que House es hipersensible y muy perceptivo, por lo tanto las imperfecciones humanas lo lastiman. La excesiva racionalidad, la ironía y el cinismo son mecanismos de defensa levantados con el fin de protegerse, algo en su pasado lo ha llenado de cicatrices emocionales que han borrado su afecto exterior. Lo peor que le podría pasar a House es enamorarse, desarmaría un andamiaje levantado a pulso.
Esa distancia analítica permite resolver los misterios clínicos planteados en cada capítulo, a esto ayuda el hecho de atender sobre todo a hospitalizados. Un equipo de residentes media entre él y el paciente, como las lentes de microscopio que separan el ojo del examinador y la muestra biológica. Su misantropía exige tales condiciones de trabajo, es la distancia emocional la que le permite establecer sus propias reglas. Lo importante es la resolución fría del caso clínico problema, para los afectos está la familia, los psicólogos o sus residentes.
Para ello, deben de destruirse presunciones, prejuicios y costumbres, desde el punto de vista conceptual House es socrático y remece los hechos y las sospechas clínicas: si se derrumban no son correctos. Por eso también los buenos modales se pueden dejar de lado, en el fondo House piensa que si logra curar al paciente le habrá hecho un bien y que eso vale más que entablar una relación médico paciente amistosa y empática. En el fondo de las cosas de que vale sufrir al lado del paciente si no lo puedes curar.
Una vez recibido el caso, House dispara un gatillo de asociaciones clínicas, un complicado y meticuloso mecanismo de relojería, hecho de datos, inferencias y deducciones, que se propone resolver en el menor tiempo posible, para lograrlo no puede detenerse en consideraciones afectivas que no harán más que distraerlo.
House establece además la premisa de que Todos Mienten, y en ello no deja de tener razón: la mentira en el término conceptual es ocultar o tergiversar la realidad en forma total o parcial. Cada paciente interpreta la enfermedad a su manera y por ello puede revelar consciente o inconscientemente una historia clínica distorsionada de la realidad.
Todos mienten, pero el cuerpo no. Los procesos naturales de enfermedad son intangibles, ciegos a las emociones o prejuicios y por lo tanto se expresan quiérase o no. House se coloca en ese plano para luchar de igual a igual con la enfermedad. Por eso una historia clínica debe siempre de ser contrastada con un examen físico.
El fin supremo es la resolución del caso clínico, por eso House es un antihéroe, logra el Bien final sin esperar aplausos, solo la satisfacción interior de haber resuelto el enigma, una dicha que ni la muerte puede arrebatar, al conseguir su logro nose permite descansar ni proponer efímeras alegrías, en unos minutos o quizá mañana un nuevo reto clínico aparecerá y debe de estar preparado.
Un par de tabletas de Vicodin, su bastón y la puerta de salida lo ayudarán a escapar de esa pecera de emociones contenidas en que se convierte cada hospital.
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