viernes, 25 de julio de 2008

Por Qué Escribo


Anoche me hicieron la pregunta: ¿cómo haces para escribir, has dejado a tus pacientes? Es difícil siquiera hilvanar una respuesta y aun no puedo resolverla. Muchas veces me siento jaloneado por las demandas de los pacientes, por el trabajo de un hospital que se figura hostil con frecuencia, por lo ordinario de ser un ciudadano común, de pagar las cuentas mes a mes, de comer, lavar o planchar.


Me pregunto como lo hacía Chekhov, quien refería que trabajaba de día y escribía de noche, esposa y amante alcanzaron una armonía que se me hace difícil de lograr. Ha pasado mas de un siglo y los tiempos se han tornado mas exigentes para el ejercicio de la medicina. No sólo por la mayor presión social, legal o comercial, sino además por el aumento de la oferta académica, la capacitación continua es una necesidad. La información clínica relevante que aparece a diario impone un ritmo de entrenamiento que consume hasta un par de horas al día. Lo que podría ser un impedimento lo trato de moldear en una ventaja, la Medicina permite un acercamiento sutil pero profundo a los vericuetos del ser humano en su fase mas vulnerable, la de estar enfermo. Su sufrimiento es posible de ser palpado incluso a costa de ver rasgados los sentimientos de uno. En mis textos de Medicina encuentro la mayoría de respuestas a mis dudas científicas, pero sigue quedando un espacio, que en ocasiones se convierte en un abismo. Entonces, la Literatura se convierte en una herramienta, que ayuda a la curación del enfermo pero que también me da una protección que me apacigua y fortalece. A través de las obras literarias, clásicas y contemporáneas, llego a conocer la médula de la existencia humana. Pero sobre todo, me pruebo a diario con la tarea de perseverar, de conservar mi pulsión por la escritura y de alimentar mi pasión de ser un buen lector.
Leo en todo resquicio disponible, en forma impenitente, donde las publicaciones médicas se mezclan con las obras literarias, formando una amalgama densa y tenaz. Como en las épocas en que martillaba mis libros de semiología en busca de la verdad clínica y de contrabando consumía el tiempo en una serie de novelas y textos de poesía. Al levantar la mirada hacia el mundo, en uno de mis reposos de lectura, observo mucho, a veces con el descaro del fisgón, absorbiendo las experiencia humanas, sus sinuosidades y sus grandezas.


Escribir cae entonces como una secuencia lógica de mis experiencias vitales. Escribo para recrear mi vida, para decir lo que no pude en su momento, para denunciar y también para mostrar el afecto que mi personalidad envuelta en una neblina no puede dar.

Escribo con una disciplina espartana y compulsiva, robada a los momentos que debiera estar descansando. Escribo mentiras y fantasías con la energía de un niño. Lo que para otros pudiera ser una tarea onerosa para mi es un don que he de cultivar con la persistencia de un jardinero dedicado. Invento y manipulo la realidad hasta el punto que mis personajes viven por si mismos y los dejo que me cuenten su verdad o que en su silencio me revelen lo oculto, lo que escondían tras de sus acciones, reflexiones dramáticas y profundas acerca del Ser.

¡A qué hora lo hago? En este mismo momento, en realidad en cualquiera, en el que subo a mi árbol imaginario, como cuando fantaseaba de niño, para vivir con mis personajes y mis argumentos, para transformarlos mediante la técnica literaria en una expresión que me permita, desde la torre de mi castillo, investigar el mundo y explicarlo en toda su complejidad y belleza.


Escribo también para explicarme porqué existo y que hago aquí.


En la Foto: Anton Chekhov, uno de mis derroteros


1 comentario:

Anónimo dijo...

algo así como William Carlos Williams, medicina para alimentar literatura?