Nunca pensé tocar un tema como éste en Historias Clinicas, para eso tengo un blog de temas dedicado a las políticas de salud. Pero en las ultimas dos semanas, los diarios y la blogósfera se han convertido en un espacio de discusión, y en el caso de algunos, de exposición de desavenencias personales y comerciales. Asumo la palabra desavenencia en un sentido poco cordial.
Pero los seres humanos seguimos un patrón de comportamiento marcado por nuestras emociones primarias y el entorno cultural. En algunas oportunidades poco importa el grado de instrucción, como en las situaciones límite.
Una de ellas ha sido el problema entre la Cámara Peruana del Libro (CPL) y la Alianza Peruana de Editores (ALPE), suscitado a raíz de la próxima FIL Lima, un bien cultural que nos pertenece a todos y que ha venido ganado prestigio con el correr de los años. Eso ya lo sabemos, de la constancia, la buena organización y la inclusión de todos podremos construir un evento que nos represente como país y que alcance el prestigio de otras ferias internacionales como las de Guadalajara, Bogotá o Buenos Aires, para comenzar por América Latina.
Y es que los libros no son solo un patrimonio cultural sino además un commodity, un bien comercial. Allí parecer radicar el origen del veto a las editoriales independientes. el mensaje subalterno que entrega la CPL es: permitimos que hablen (al incluirlos en el programa cultural) pero que no vendan (al negarse a que ocupen los stands).
Luego viene lo que dijo Poe en uno de sus cuentos, la capacidad de algunas personas de negar lo que es y decir lo que no es. Que si existen personas no gratas para la CPL, que si la ALPE hizo una colecta entre sus miembros para pagar los stands y se enteraron por un e-mail, que si se confunde sub arriendo con representación comercial, que si la ALPE no está en registros públicos, resultan asuntos secundarios que oscurecen el panorama de la Feria, que debe de ser representativa. Lo concreto es que la ALPE no tiene espacio para la difusión de los libros, negar su existencia y dinamismo, es negar lo evidente. A pesar de su fragilidad, ya que la la mayoría de sus proyectos son co financiados con mucho esfuerzo por parte de los autores, las editoriales independientes han ganado un espacio.
LA CPL tiene aún la oportunidad de honrar sus principios institucionales y de incluir a todos, mas aún cuando en el entorno conviven piratería, bajos índices de lectura y una pobre comprensión de la misma.
Las ventas serán decididas por el mercado, siguiendo estrictamente sus leyes: capturando el interés de los compradores, el efecto del marketing (producto, plaza, precio y posicionamiento), pero sobre todo por la oferta literaria. Muchos comprarán bestsellers, diccionarios y libros de negocios. Pero un buen grupo buscará obras de calidad. No se entiende cuál es el temor si las grandes distribuidoras tienen los mayores recursos para ejecutar sus estrategias comerciales o acaso es el simple deseo de marginación de los poderosos.
Eso es lo que se lee en los comunicados y notas de prensa de los implicados: la soberbia del que tiene la sartén por el mango, que le da la capacidad de ningunear a quién no es como él, la pobre identificación con el Otro, a quien ve como amenaza. Por eso se parapeta en artilugios legales, una alianza o un grupo de trabajo no necesariamente debe estar inscrito en los registros públicos, muchas veces tal formalización trae más problemas que beneficios, entre ellos la ruptura y el alejamiento de los principios originales.
La ALPE ha demostrado dignidad al no aceptar ser dividida y mostrar siempre un lado para negociar una salida en bloque.
La CPL debe de limpiarse de la contaminación que provocan las rencillas personales o el conflicto de interés influenciado por los grupos de poder. Sólo tiene seis días para hacerlo.
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