El cuento, nacido en oriente por la necesidad de contar algo y dejar de paso una enseñanza moral, es en la actualidad un género socorrido en los talleres de escritura creativa.
Pero su brevedad y aparente simpleza no van aparejados con la complejidad de escribirlos. Recuerdo hace ya varios años, apremiado al tener mi primera presentación en inglés en un Congreso de Medicina Tropical en Baltimore, mi tutor, un profesor que caminaba entre la delgada línea de la locura y la genialidad, me aconsejó lo siguiente: (Shorter, you better).
Tenía que condensar en 8 minutos el trabajo de todo un año. Me pasé dos días enteros, hasta bien entrada la noche, reduciendo mi presentación. con la ayuda de mi recién estrenada laptop Dell, y así pude conocer algo la bahía de Baltimore y las cercanías del hotel, corrigiendo constantemente los slides a orillas del muelle o en el restaurante. Finalmente, pude concluir mi tormento luego de mil correcciones y simulacros de presentación. La presentación fue impecable.
Años después, aprendí que los cuentos son corregibles y perfectibles. Uno corrige hasta la saciedad y siguiendo los designios de la obsesión más sutil, hasta hacer que las últimas versiones difieran notablemente de la intención inicial del autor. Las sugerencias pueden venir de nuestros pares, tutores, correctores y ulteriormente de los editores.
Los cuentos breves, o microrrelatos, tienen entonces la doble carga de esfuerzo, el ahorro de palabras al mínimo con los máximos efectos. Un cuento insuperable vino de la autoría de Augusto Monterroso, El Dinosaurio:
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí
La economía de las palabras ensancha las posibilidades narrativas del microrrelato. Cultores de este medio en el Perú son Ricardo Sumalavia (Enciclopedia Mínima, PUC, 2004) y Fernando Iwasaki (Ajuar Funerario, Páginas de Espuma)
Con esa curiosidad, hace algunos días me sumergí en la lectura del librito De Cómo Quedé Estando aquí, con el interés de saber como escribía nuestro actual Ministro de Salud, Hernán Garrido Lecca (Ediciones El Virrey, 2008).
La serie de relatos, como los propios del género, no necesariamente guarda una unidad temática, salvo la referida a la extensión. Algunos de los textos juegan al final absurdo, ya sea producto de un juego de lógica o partiendo de situaciones cotidianas comunes, pero el resultado no es satisfactorio. Por ejemplo en el relato Un hombre sin suerte: Yo supe de un bombero que jamás pudo ir a un incendio, Murió sin esa suerte y pidió ser cremado. O en Fue un Crimen Perfecto: Han pasado cuarentaiseis años y once días desde el día en que la maté y logré el crimen perfecto. Hasta hoy.
Es que los relatos por momentos son un cúmulo de frases hechas o lugares comunes que no ayudan a despegar el texto del vuelo rasante de lo trivial. Acaso por venir su autor de la literatura infantil, sus cuentos devienen en explicaciones innecesarias que no agregan valor al texto, mas aún lo hacen pesado y aburrido. Como por ejemplo, en Ave Imaginaria: hasta me puedo imaginar lo aburrido que sería no poder hacerlo...
Existen además algunos problemas de sintaxis, aliteraciones y cacofonías que pudieron ser arreglados con un buen trabajo de edición, como en No había una vez un rey: No había una vez un Rey. El Rey no tenía reino. Era tan gordo que ni se veía cuando no estaba...
Pero eso no es todo, muchos de los microrrelatos adolecen de vacios argumentales o de ausencia de conflicto. Por ejemplo, La Más increíble Historia de Amor Jamás Contada: Tu y Yo. O, en el relato Conflicto, que adolece del ídem, o en La Montaña en Central Park, donde un relato que juega al silogismo desemboca en una abierta referencia al cuento de Monterroso presentado líneas arriba.
No puedo dejar de mencionar otra referencia metaliteraria fallida, ésta vez a un cuento de Juan José Arreola, la Migala, en el relato Una araña grande en la Ducha.
Los cuentos para adultos, en especial los microrrelatos, requieren de grandes dosis de trabajo e inventiva para que sorprendan al lector de un zarpazo o dejen a la historia subyacente con una densidad tal que haga perdurar la moraleja por un buen tiempo.
Finalmente, podría concluir mi comentario volviendo a otra cosa que escuché de mi tutor, que las cosas geniales se logran con la siguiente fórmula: 10% inspiration + 90% perspiration.
1 comentario:
Yo tengo la primera edición original de este, su primer libro de microcuentos de Garrido Lecca, que es de 2000 (Bibliteca Business)y de tantos microrrelatos hay unos que otros que sí destacan. De todas formas es saludable que el género perviva aunque sea de forma soterrada.
Saludos
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