lunes, 1 de abril de 2013

Aislamiento Social


Esta - felizmente- es una historia inventada.

En una Lima desolada con el gris de costumbre una epidemia diezma en silencio a la población adulta. En menos de dos días una persona enferma que padece sucesivamente de tos seca, dolor torácico, fiebre y diaforesis se desploma hasta fallecer en silencio. Sin estertores ni elocuentes sangrados, siguiendo la nunca escrita norma limeña de hacer las cosas sin hacerse notar.

Luego de la muerte sigue el control de daños: Identificar al occiso para llenar un registro más para la ficha epidemiológica y al final decretar la evacuación y desinfección del área, que queda así restringida por el riesgo biológico. Terminada la acción de los actores principales en esta tragedia ingresan los tramoyistas, aquellos anónimos que se encargan de lavar los fluidos corporales de la zona y de descartar el cadáver, incinerando sus restos en un paraje solitario.

Uno de aquellos toma un nombre y se personifica bajo el nombre de Eusebio, una persona que hasta entonces era parte del decorado de trajes blancos y mascarillas de protección pero que se hace visible por un hecho fortuito. Eusebio es una persona de un sentido muy práctico, casi sin imaginación y resignado a una vida sin trascendencias. Regresar a casa, dejar la llave en la mesa y desinfectarse en una rutina sombría y agobiante. Hasta que encuentra a Joaquín, un niño que por la epidemia queda huérfano y sin lazos familiares.

Entonces Eusebio emprende una doble búsqueda, la de insertar a Joaquín dentro de un sistema de protección social y la de su búsqueda interior acerca del significado de su propia vida. Esta búsqueda lo lleva a un asilo a visitar a su padre, rezago actual de una figura autoritaria del pasado. Eusebio recibe como un espejo el rol de padre protector y al parecer se siente bien con ello, aunque para llegar a tal estado deba pasar por una transición complicada.

Desde entonces pasa a hacer visitas y preguntas, en consultorios, oficinas y dependencias de un sistema más preocupado en contener la epidemia que en dramas personales. En el esfuerzo por deshacerse de una responsabilidad, la custodia no solicitada de un menor, Eusebio encuentra el significado de su vida.

-          ¿Quién es usted? , pregunta una trabajadora social en una oscura oficina

-          Nadie, responde Eusebio

Allí delante de Joaquín, Eusebio reconoce que toda su vida no ha tenido sentido y que solo era un número entre miles. Desinfectando anónimamente y protegiendo en forma indirecta pero sin ninguna trascendencia personal.

En los días siguientes Eusebio se hace cargo de aquel huérfano, quien en su búsqueda de protección y de temor a lo desconocido no tiene mejor idea que usar como casco una caja de cartón y luego uno real de plástico. Juntos recorren una ciudad sombría, invernal y lluviosa, pasean por colinas sin vegetación, por estadios y centros comerciales vacíos, por calles sin autos ni personas.

Las escenas de El Limpiador cumplen con el protocolo de Aislamiento Social frente a una epidemia de transmisión respiratoria. Una ciudad vacía y brumosa aumenta la angustia de un niño sin padres y con miedo a la muerte, así como la de un adulto confundido ante la responsabilidad de su nuevo rol. Una melancolía que se abre paso de a pocos hasta tomar por asalto el resto de escenas.

Y es Eusebio, un aislado social por naturaleza quien protege a Joaquín ante la negativa del padre biológico encontrado que se niega a reconocer a su hijo. Pero Eusebio comienza a toser y a tener un poco de fiebre, uno de los médicos de su hospital identifica parcialmente los síntomas de aquella “pestis sudorosa’ o “sudor inglés” antiguos nombres de una epidemia similar que azotó un imaginario Londres del siglo XV.   

El tiempo se acorta pues Eusebio ha pasado los días considerados mortales de acuerdo a la historia natural de la enfermedad y como los niños no se contagian continua con su búsqueda de familiares directos. Hasta que encuentra a una tía a quien cederle la posta.

Cuarenta días esperaban los barcos en el puerto veneciano antes de desembarcar por peligro a transmitir la peste. Cuarentena del pasado. Aislamiento social de hoy.

En una Lima de cielos brumosos y tonos grises, con cementerios llenos de lápidas con nombres y de calles vacías. Donde los adultos usan mascarillas y un niño únicamente una caja de cartón. Cuando todos se miran con desconfianza y en el rostro de los médicos se imprime el cansancio y la frustración. Un cierto día aparece el sol a través de la ventana.

Y Nadie se convierte en Alguien.

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