Mi paciente tiene un
hueco en la cabeza, literalmente. Camina, conversa y come normalmente, casi. La
primera vez que lo vi tenía un sombrerito muy simpático y se le veía muy
saludable, al extremo que pensé llamarle la atención a mi residente por tener
hospitalizado a un paciente que lucía tan bien y que podía seguir su
tratamiento en forma ambulatoria.
Lo singular comenzaba a
descubrirse cuando se quitó el gracioso sombrero. Una gasa le cubría la mitad
izquierda del cráneo que decidí no retirar hasta que termine de contar su
historia. Es una manía personal, el no dejar que la historia se contamine, que
ese cuento casi fantástico que es la enfermedad fluya sin interrupciones. Como
una película sin comerciales.
Tiene 67 años y hace unos
ocho meses, caminando en casa resbaló al pisar una cáscara de plátano. Se
golpeó la cabeza entre otras partes del cuerpo. Más allá del susto no hubo otro
problema. Pero unas semanas después su hijo notó que sus respuestas verbales y
motoras estaban cada vez más lentas. Él también sentía que la vida iba más
despacio. Lo llevaron al médico. Se hizo la tomografía. Me encontraron un
coágulo, me dijo. Lo operaron. Y todo salió bien, al parecer.
Semanas luego de la
operación, es decir hace mes y medio sintió que la herida le picaba y comenzó a
rascarla vigorosamente. El flujo de un líquido espeso le anunciaba que la
herida operatoria no había cerrado por completo. Comenzó a aplicarse sobre la
herida una crema con aparentes poderes cicatrizantes. Pero el líquido fluía
tenaz y constantemente. Fueron a una posta para que le pusieran un punto, pero
se negaron cortésmente. Y es así como llegaron a la emergencia del hospital.
Levanto la gasa y
observo una abollada bóveda craneal, a la altura del parietal izquierdo hay una
hendidura y un pequeño agujero por donde drena pus. Presiono ligeramente el
piso del cuero cabelludo y brota más del líquido verdoso y espeso. El piso
tiene una blandura inusual para ser hueso. El paciente está bien, sin fiebre,
sin ningún otro signo corporal que delate enfermedad. Articula las palabras con
destreza pero su conversación es lenta, a veces de un sostenido silencio. Lo
llevo a la sala de radiología.
La tomografía muestra
los hemisferios cerebrales normales, sin infartos, hemorragias o abscesos. Pero
se nota una fractura en el parietal y allí está: el hueso no terminó de
soldarse y dejó un hoyo. Tiene el diámetro de una moneda de un centavo. El orificio
de salida ¿será sólo pus? Una imagen borrosa en la tomografía a nivel del hoyo
me hace dudar si por allí no hay una protrusión de masa encefálica, un escape
de las “mariposas del alma” como les llamaba Ramón y Cajal a las neuronas. Pero el paciente luce saludable y comienzo a fabricar mi hipótesis: De tanto rascarse la herida el paciente la contaminó. La infección del cuero cabelludo descendió al hueso y se extendió por su matriz cálcica provocando una osteomielitis del parietal, pero las meninges si habían cicatrizado y sobre todo la duramadre, la capa más gruesa y externa había funcionado como toldo protector, protegiendo al cerebro del medio ambiente.
Utilizo un sólo antibiótico y llamo al neurocirujano quién lo programa en sala de operaciones. Mientras tanto curábamos la herida que seguía drenando. Unos días después, en el teatro operatorio se confirmó exactamente mi hipótesis, me contaron que luego de la trepanación de un hueso carcomido y purulento, allá debajo en un plano inferior una duramadre firme, pulsátil y vital protegía su preciado contenido de todo daño externo. Hoy conversé con mi paciente, dos días luego de la operación, tenía una toalla sobre la cabeza que cubría la herida. Su conversación era fluida pero algo lenta. Acaso la poderosa reacción inflamatoria que sucede milímetros arriba irradia negativamente sobre las sinapsis neuronales.
Pero ya está fuera de peligro, el hoyo está tapado con un material sintético y continúa con antibióticos. Me despido del paciente con un apretón de manos.
Afuera de la sala de neurocirugía el día luce nublado pero no siento frío. Camino deprisa para seguir con mi trabajo de todos los días.
Un caso resuelto y un diagnóstico redondo, como un hoyo en uno
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