miércoles, 7 de marzo de 2012

Spleen



En estos días me siento como el curador de un museo. Dos veces por semana tengo como tarea presentar casos clínicos de enfermedades tropicales. Para tal fin, los días previos doy un par de vueltas por los servicios del hospital entrevistando pacientes, revisando historias clínicas, averiguando sobre sus constantes de laboratorio y recuperando parte de sus tejidos corporales o un órgano completo en el gabinete de Patología para luego mostrarlo a los alumnos.



En el camino, me entero de historias personales, pequeñas voces que se pierden entre los miles de historias que se tejen a diario en los pabellones y consultorios del hospital. Como por ejemplo el caso de un anciano que fue esplenectomizado por una laceración del bazo, un joven con una meningitis viral o una joven que desde Madre de Dios llega por una tuberculosis peritoneal. En dos de tres casos los pacientes dan muy poca información y he de recurrir a pequeñas pistas que deja toda enfermedad en el cuerpo. Pequeñas señales que permiten reconstruir los hechos y explicar la naturaleza del daño. Como el caso del anciano, con un Parkinson pronunciado y casi viviendo desapercibido por su entorno familiar. Sin huellas de golpe externo que expliquen la laceración del bazo, pudo sufrir un amago de caída, común en el Parkinson, y la desaceleración haber provocado una avulsión de los ligamentos del bazo hasta lacerarlo. En este caso a mi me llamaron porque el anciano presentaba un derrame en la pleura del mismo lado y el equipo a cargo del paciente pensaba que esto se debía a una neumonía.



En los últimos años cuando estoy frente a un caso de éstos, antes de dar una opinión me quedo mirando en silencio el cuerpo del paciente y mentalmente me pregunto como es la vida del paciente, que pensará de nosotros y la necesidad que tiene no solo de que lo curen sino que respondan a sus preguntas. Asimismo, por mi cabeza pasan decenas de explicaciones y diagramas mentales. Esta vez hice lo mismo y debido a que el anciano no me prestaba atención ni podía conversar conmigo comencé a explorar su mirada, a averiguar si en sus muecas se reflejaba un gran sufrimiento o si su respiración delataba una crisis pulmonar. Para bien, las señales fueron positivas y no encontré evidencias de neumonía. Luego de averiguar con un cirujano sobre la topografía del bazo y sus referencias anatómicas concluí que el líquido pleural era producto del trauma ocurrido por una desaceleración corporal, que a su vez era consecuencia de una caída fallida. Algo así como una frenada intempestiva.



Dejé mis notas en la historia, dí mis explicaciones al Interno y remarqué mis sugerencias para el manejo del paciente. Prometí volver al día siguiente. Salí de la sala de cirugía en dirección de la biblioteca en busca de un libro de Cirugía.



Entre textos y diagramas del tratado de Cirugía resolví mis dudas y encontré con satisfacción que mis respuestas al problema eran las correctas, allí estaban los criterios clínicos y los grados de severidad del trauma. En mi cuaderno de casos raros anoté los datos clínicos del paciente y esbocé unos dibujos que mejoraré cuando tenga más tiempo. A veces me pongo a pensar que esta nueva manía adquirida de hacer notas y dibujos acaso no sorprenderá a varios y si no se preguntarán acerca de este médico medio loco que hace trazos extraños en un cuaderno de hojas blancas.



La verdad no me importa mucho lo que piense el resto. Lo que si me importó fue regresar al día siguiente y ver al anciano postrado en su cama con ese tremor sin fin y rostro inexpresivo propios del Parkinson, como si todo el ruido y ajetreo del mundo exterior no existieran para él.



Para mi ya estaba fuera de peligro y su recuperación era cuestión de tiempo aunque él no se diera cuenta de ello.

No hay comentarios.: