jueves, 27 de octubre de 2011

Fragmentos de Melancolía




Ejercicios de texto para la novela:



Cerré la carta y se hizo un silencio atemporal. Imágenes borrosas vagaron por mi mente y una de ellas se hizo clara. Escenas de una película donde Alejandro Magno invadía un bosque en Asia: guerreros atacando a caballo con la feroz resistencia de un ejército que se defiende a lomo de elefante y que pronto devuelve el ataque. Carnicería humana con muertos atravesados por el bronce o aplastados por las bestias. Seres humanos luchando no ya por sus ideales sino solo para mantenerse vivos. Olor a sangre y tierra fresca. Pensé en los gritos de los combatientes, en el desgarro físico y los dramas individuales en la batalla. De pronto se mezclaron todas las emociones en mí: coraje, furia contenida, tristeza, frustración y desasosiego. Emociones sobrevivientes con sus heridas cicatrizando. Dramas cotidianos de caída y redención.

Pensé en las cicatrices del tiempo. Mis cicatrices. Aquellas que conseguí por vivir de acuerdo a mis principios y creencias, aplicando el viejo axioma de muero en mi ley, arropado en mi rebeldía e inconformismo casi incontrolados y siempre inveterados. Pensé en las veces en que me equivoqué, en que caí a pesar de tener la razón, en estrellarme a sabiendas contra muros infranqueables o de casi ser aplastado por elefantes corporativos. Recordé mi experiencia con personas que, como en aquella película quedaron regadas en el campo incierto y cruel de la vida. Algunas ya casi las olvidé, otras crecieron lejos pero en paralelo a mí, no juntas, no cerca, pero que funcionaron como punto de referencia, como estrellas distantes sobre un mar oscuro.

Y es que el pasado es un dios mitológico que adopta crueles y caprichosas formas. A veces transmutado en una pesada ancla, otras en poderosas alas. Todos tenemos uno que está allí para darnos la espesura de la experiencia vital. Ahora el mío apareció de pronto, rodeado de sus heraldos, abriéndose paso entre las frases de la carta, preguntas que sonaban a reproche, a temor inocente y a cariño soterrado. Una carta que esperó catorce años para ser escrita, invocando promesas inconclusas. Mi pasado, mi dios de las pequeñas y grandes cosas había tomado cuerpo esa noche en que el silencio se hacía más afilado a medida que pasaban los minutos.

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