viernes, 30 de septiembre de 2011

La Arqueología de la Clínica (o el Legado de Honorio Delgado)



Parece fácil pero no lo es, aprender las artes clínicas puede convertirse en una tarea de romanos. Un asunto de perseverancia. La idea fundamental es darle significado a toda la información que fluye de un paciente: datos importantes entremezclados con anécdotas, palabras inconexas, intenciones subconscientes o deliberadas. Dentro de todo ese magma debemos de obtener el detalle, sí aquel detalle del que hablaba Nabokov para darle forma a la enfermedad, para agarrar el diagnóstico por las orejas y no dejarlo ir.


El proceso diagnóstico entonces se parecería a la excavación de un arqueólogo, un hallazgo sucesivo de elementos que aparecen en capas. Algunos serán inútiles como los desechos comunes, pero una vez que encuentra algo valioso, el arqueólogo se detiene y pacientemente con una brocha comienza a limpiar la zona circundante hasta desenterrar por completo la pieza enterrada por los años.


Los clínicos no usamos brochas sólo nuestros sentidos, por eso es menester agudizarlos al máximo para ver y escuchar mas allá de lo evidente. Pero hay algo más importante. No basta tener los sentidos alerta, es imprescindible el conocimiento para darle valor a lo que percibimos. Como nos decía un viejo profesor: uno no ve lo que no conoce.


Honorio Delgado, hablando sobre Leibniz en El Médico, La Medicina y el Alma, menciona los temas de la percepción y la apercepción, la primera como la representación que hace el alma sobre las cosas del mundo exterior, tal como lo hace un espejo. En cambio, con la apercepción el sujeto se percata de las percepciones, tiene conciencia de las ideas y de las representaciones del mundo, es decir captura la esencia y el significado de lo que percibe.



Haciendo entonces un paralelo con los conceptos anteriores, la mirada clínica, entendida como la valoración completa de un paciente, debe tener una densidad de conocimientos y destrezas para lograr su cometido, de no ser así, el encuentro médico paciente deviene en una secuencia disparatada de eventos que poco ayudan al diagnóstico y peor aún al tratamiento de la enfermedad.


La mirada clínica depende entonces de la capacidad de que nuestras preguntas funcionen de manera indistinta como brocha, espátula y sacacorchos, así como de una observación acuciosa que desentrañe los signos que un cuerpo enfermo nos ofrece.


Pero después de todo esto viene acaso la labor más importante, la construcción de la historia clínica. La narrativa escrita que ordena el caos de información que es una anamnesis, palabra entendida como la recuperación de la memoria de enfermedad, con todos los saltos temporales y cajas chinas que uno puede encontrar en la narración oral del paciente, quien cuenta lo que puede, lo que quiere o lo que entiende, o todo junto. En la narrativa escrita, el clínico debe sujetarse a los hechos que tienen un significado trascendental para entender los procesos biológicos que llevaron a la enfermedad del paciente. Aquí los adjetivos e interpretaciones subjetivas sobran. Para tal fin, el médico debe tener una cultura literaria como lo sostiene Honorio Delgado en el libro antes mencionado:






"Obligado a aguzar la sindéresis, por la complejidad de los problemas que afronta, el médico necesita no solo pensar claro frente a los hechos y allende las doctrinas, sino formular debidamente sus juicios. De ahí el interés de buscar y cuidar la expresión precisa, de aplicar el término conveniente a cada concepto, a cada diferencia, a cada matiz del dato. Esto lo consigue solo con la cultura literaria, consagrando parte del escaso tiempo que le deja libre el tráfago de la acción, a la lectura de libros selectos."




En Medicina se cumple también eso de “Tutto, meno i fatti, e provisorio nella scienza”- Todo, menos los hechos son transitorios en la ciencia-, como lo dijo el clínico Murri, es decir la importancia cardinal de los hechos concretos. Pero aquí hay que hacer una saludable distinción como la que propuso Honorio Delgado, entre el pathos (dolencia) y el morbus (enfermedad), que a su vez se presta el término acuñado por Virchow.

Como me enseñaron mis profesores, uno trata enfermos y no enfermedades. Cada persona responde distinto (dolencia) frente a la misma enfermedad. Si bien importa todo lo que cuente el paciente y entenderlo como persona, es necesario separar lo accesorio de lo fundamental y trabajar en dos planos: el biológico, para curar el desbalance y el psicológico para recuperar a la persona sana o en el peor de los casos rehabilitarla.


Ya que como dijo Jaspers: “Los médicos están a la altura de su misión en la medida que son psiquiatras”

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