“La medicina es mi esposa y la Literatura mi amante, cuando quedo saciado con una paso la noche con otra. Se que esto es irregular, pero al margen de ello, ninguna de ellas pierde nada con mi infidelidad”
La vida está hecha de coincidencias, justo en la semana en que reviso con fruición documentos relativos a Chekhov, m tropiezo hoy con una fecha memorable.
Antón Pavlovich Chekhov, murió de tuberculosis pulmonar a los 44 años en Badenweiler (Alemania), luego de decir “No tomaba champagne desde hace mucho tiempo”, como en la bella narración que hizo Raymond Carver en “Tres Rosas Amarillas” y que recomiendo leer.
Como lo recuerda un amigo suyo y también escritor, Maxim Gorky, el ataúd que albergaba el cuerpo de Chekhov a Rusia fue transportado por un tren pintado de verde, con refrigeración y que tenía el rótulo exterior de “Ostras”. Al llegar a la estación de Fue enterrado en un día polvoriento y caluroso, con un séquito de casi cien personas, que inicialmente se confundió de muerto y siguió por error el ataúd del general Keller, percatándose de ello al escuchar una fanfarria militar.
Es difícil saber cuanto influyó una disciplina sobre la otra. Chekhov estudió Medicina en la Universidad de Moscú y comenzó a ejercer en Melikhovo, 80 km al sur. Luego viajó 8000 km al extremo de Liberia para vivir en la Isla de Sakhalin, una colonia penal de 10, 000 presos, donde realizó un censo, levantó estadísticas y describió las condiciones de degradación de la condición humana. Con tal información escribió una tesis que fue rechazada por el decano de la Escuela Médica de Moscú, cuyo nombre no pasó a la posteridad, por ser “demasiado sociológica”.
Los vasos comunicantes entre la medicina y literatura se multiplican como pequeños capilares en una infinita red nutricia. Es difícil diferenciarlos cuando un médico como él muestra una gran preocupación por la condición social de su paciente, de contagiarse del sufrimiento de sus enfermos, acaso por la misma extrema sensibilidad que lo llevó a escribir historias notables, de final abierto, de la vida común, donde sus personajes dicen lo que él acaso sentía como médico, por ejemplo el doctor Michael Astrov de la obra El Tío Vania:
Estoy de pie, desde la mañana a la noche, donde nunca tengo un momento de paz, y entonces cuando ya estoy bajo las sábanas y pienso si de repente me he equivocado con un paciente…
Por eso hoy, luego de pasar visita a mis pacientes, pienso en todo esto y me sumerjo en sus escritos como una forma de terapia.
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