jueves, 9 de diciembre de 2010

Otras divagaciones


Fuente: veneciou.blogspot.com


¿Qué pasa cuando los maestros desaparecen? Me pregunté la semana pasada al ver un retrato de un profesor ya desaparecido. Un cuadro que pasa desapercibido cuando uno camina absorto en sus propias meditaciones u obligaciones. A juzgar por la experiencia, el recuerdo de los profesores se va desvaneciendo con el paso de los años, salvo que su legado sea tan fuerte que haya dejado o fuentes escritas o una impronta en sus discípulos que la mantendrán viva a través de su práctica diaria.


En la mayoría de casos esto no sucede, y no basta con dejar placas recordatorias, ya que las nuevas generaciones, iconoclastas por naturaleza y recambio, no sabrán de quien se trata. Igual me sucede cuando camino por mi hospital, de arquitectura decimonónica, con el nombre de sus próceres grabado en lo alto de los pórticos de acceso a cada pabellón, no tengo la menor idea ni quien fue ni que hizo para merecer tal homenaje en la gran mayoría de casos.


Pero incluso una leyenda al margen no basta. Si el legado clínico no fraguó la memoria del acto médico de futuras generaciones podría significar que lo vivido profesionalmente fue importante en determinado momento pero no trascendental.


Acaso los médicos necesitemos iconos para aplacar nuestro ego y apagar nuestras humanas miserias aparecidas bajo la forma de rencillas o pequeñas emboscadas, ya que en este panteón virtual ni son todos los que están ni están todos los que fueron, para usar una frase trillada. De injusticias históricas está plagado nuestro muestrario de héroes médicos. Soy testigo viviente de profesores que hicieron de la medicina lo más cercano a un apostolado y ahora su nombre permanece oculto por el olvido o, en el mejor de los casos, recibieron un tributo tardío en su lecho de muerte. Sin embargo, conozco otros ídolos con reconocidas destrezas clínicas pero con extensas máculas en su comportamiento personal, que a mi juicio, los hace merecedores de una censura histórica. De repente, en algunos casos se requiere del tamiz del tiempo para discernir lo fundamental de lo accesorio, y, aún hasta hoy leemos notas o estudios que discuten el real valor del aporte de algunos de nuestros héroes. Y este es el gran defecto de la medicina peruana, el descansar en la tradición oral y en el efímero perfume de las adulaciones. Pocos o casi nulos son las aportes escritos que han visto la luz y contados con los dedos los que perduran y se han difundido con propiedad. Injusta consecuencia, pues al repasar la historia de pestes, epidemias y crisis sanitarias, hay un sólido legado oculto bajo el moho del tiempo y del olvido.


Hace muy poco cuando me preguntaron lo que se necesita para ser buen médico, respondí vocación, disciplina y un adecuado sentido de lo humano. Talento es otra cosa, pero ya que el destino no ha premiado a todos por igual, en esta carrera de largo alcance, que es el de toda una vida, no todos llegaremos de la misma forma a trascender a nivel profesional, algunos lo harán solo hasta las exequias, otros por un puñado de años, los muy pocos avanzarán a través de generaciones.


A eso será lo que se llama apostolado, el caminar sin descanso ejerciendo una vocación, pero también dejar fuentes escritas para que el viento de los años no borre nuestras huellas. Para sentir que no se avanzó en vano.

Caminar con lápiz y libreta, escribir, publicar: tarea pendiente

No hay comentarios.: