lunes, 21 de septiembre de 2009

Onetti visita a Testut




"Fernández se acarició velozmente la cara flaca, comprobó sin esfuerzo la existencia de todos los huesos que le había prometido Testut y se puso a mirarme como si yo fuera el responsable de todas las estafas y los engaños que saltaban para sorprenderlo con misteriosa regularidad..."

En Jacob y el Otro, frente al cuasi cadaver del luchador malherido, se realiza un juego de espejos donde la realidad se refleja en cada uno de los trabajadores de la Emergencia, el médico jefe, el Dr. Rius, el camillero Herminio y su joven ayudante, Fernández.


Un moribundo en agonía eclosiona las fuerzas y debilidades de las personas a su alrededor. Allí aparecen sus recuerdos, sus miedos, sus dudas . para uno de ellos, no es más que una repetición de rutinas, de técnicas quirúrgicas, de una constante demostración que el envejecimiento no ha menguado su destreza manual, para otros es comprobar que la vida aún puede arrancar pedazos del tiempo a la muerte, a través de la recuperación de un politraumatizado en estado de shock.


Allí, casi sin decirlo, Onetti está dibujando la anatomía del desamparo y la soledad. En esa vieja sala de operaciones, bajo la sialítica, los músculos y nervios de los cirujanos trabajan en armonía sin hora de salida, el stress mantiene el estado de alerta y las pupilas dilatadas, el pulso se hace firme y amplio, tratando de devolver vitalidad al cuerpo inerme de la camilla.


Y es debajo de la lámpara sialítica, que proyecta una luz que no provoca sombras, que los hombres descubren ese espacio de transición de la vida a la muerte, frágil e impredecible, como para poder entregar un certificado de inmortalidad.


Es gracias a la anatomía, que juntando costillas, reparando vasos y pulmones, que el corazón encuentra su ritmo habitual. Es repasar, en la imaginación del cirujano, lo que está dibujado en los libros como el de Testut Latarjet, y sus cuatro Tomos de Anatomía Topográfica y en el Compendio de Anatomía Descriptiva.


Aquellas páginas que tuve que memorizar frente a un cadáver macerado en formol. Levantar con una pinza un músculo, disecar un nervio, introducir la canaleta por las múltiples fenestras del cráneo para reproducir el viaje de las vías nerviosas. Miles de letras y dibujos de otro siglo, de cuerpos ideales e inertes, como de museo.


Onetti captura en los párrafos del cuento todo ese ambiente fantasmal de una guardia hospitalaria y los tratados de antaño. Esos minutos que se le arrebatan a la muerte y al hastío de hacer siempre lo mismo.
En la Foto: El Plexo Lumbar (léase: red de vasos y nervios lumbares)

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