miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cueto visita a Onetti




Una taza de café luego de una noche de guardia te devuelven a la condición humana. Si viene con algo de comida se soporta mejor la cuesta arriba del día de trabajo.

Durante una de mis rotaciones del Internado, en la Maternidad de Lima, salía a las 8 am con un par de amigos a buscar un sitio donde tomar café, ya que el del hospital era insufrible. Cerca de allí encontramos uno al que llamamos el Café de los Hombres Solitarios. Era una chingana de losas labradas en el piso, cubiertas levemente por aserrín, con el mobiliario de madera. En cada una de las mesas un anciano desayunaba, masticando lentamente con la mirada al vacío. Una isla incomunicada.

Solo cuando llegaba el mozo y limpiaba con su paño sucio a limpiar nuestra mesa nos desconectábamos del entorno para pedir los desayunos. La escena de esos hombres derrotados por la vida se repetía cada mañana post guardia, con el vapor del café calentando sus arrugas. Creo que a partir de ese día comencé a pensar en el futuro como un asunto serio e individual, ya en los meses siguientes dejaría la universidad a hacerme cargo de mi vida profesional.

No sabría hasta varios años después que el vocablo inventado como personajes onettianos me harían retroceder hasta recordar el Café de los Hombres Solitarios :


"Los narradores-personajes de Onetti son seres sombríos. En ellos anida la sensación de inutilidad, y con frecuencia, la renuncia a la lucha. pero están lejos de ser personajes apáticos. La "cobarde ferocidad" con la que el narrador de Bienvenido Bob clava la tecla del piano en el silencio de la casa es un ejemplo del lenguaje indirecto y violento de los derrotados. En los protagonistas onettianos, un fuego feroz y reprimido acompaña el silencio de los que viven en la penumbra."

El texto pertenece al último libro de Alonso Cueto, El Soñador en la Penumbra una de mis sorpresas en la pasada FIL. El libro se origina a partir de la tesis doctoral de Alonso, Las leyes de la ciudad y la vejez, su reescritura es acaso el repaso del autor por gratas experiencias vitales: el agradecimiento a profesores, a los amigos y al amor de su vida. El libro comienza así:

Conocí a Juan Carlos Onetti en el acerado invierno madrileño de 1979...

El autor inicia con una experiencia cercana, la historia de la entrevista con uno de sus escritores favoritos, para descubrir al ser humano detrás de las palabra escrita, su pasión por el cine de Bogart así como sus afinidades literarias. esta primera parte configura una antesala brillante que no solo pincela la humanidad de Onetti sino que ofrece trazos que servirán para las vigas maestras de su obra.


Alonso escribe desde la trinchera de sus emociones, pero sin dejarse traicionar por ellas, repasa las obras de Onetti como utilizando una pinza y un escalpelo. Hay una sección de seis capítulos dedicada a los relatos, que "por su naturaleza cerrada y espacio limitado, el género del cuento es afín a los personajes onettianos, que no siempre respiran con comodidad en las geografías abiertas que supone una novela". Por allí son disecados: "Un Sueño realizado", "Bienvenido, Bob", "El Infierno tan temido", Jacob y el Otro" y "La Novia robada". hay capítulos sobre reflexiones acerca de la vejez, de la ciudad inventada de Santa María y las técnicas del narrador.
Los capítulos poseen citas directas de las obras de Onetti, como joyas incrustadas en una diadema, tienen un brillo propio y a la vez dan consistencia a la totalidad del texto. Son particularmente notables las reflexiones en torno a la vejez, la caracterización de los personajes onettianos, la creación de una ciudad literaria, lo que configura la enorme capacidad creativa de Onetti. Santa María puede ser cualquier ciudad latinoamericana o la condensación de todas ellas, tiene calles, diarios, sueños y millares de dramas personales.
Leer el Soñador en la Penumbra no es tarea de un día ni de una semana, es un texto de consulta y de compañía. Hay que leerlo de a pocos, con los textos originales de Onetti al lado, para conocer en profundidad a un autor poco leído y dejado de lado. Es un texto de consulta, académico y por lo tanto lleno de referencias que expanden nuestra sed de conocimiento. Su lectura nos va a enseñar, como dijo Piglia, a ser buenos lectores, y diría yo por añadidura, a ser mejores escritores


La lectura de El soñador en la penumbra nos recuerda momentos vividos o contados, como mi Café de lo Hombres Solitarios, y reconocer de que manera la vida nos sorprende con un chasquido de sus dedos o nos descubre detrás de las cortinas de nuestra propia soledad.

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