Ayer
se me aparecieron los Reyes Magos. Al menos lucían igual. Los vi a través del
rabillo del ojo, quietos y silenciosos como las figuras del pesebre, vigilando
a todos los que marcábamos la asistencia al trabajo. No decían nada, solo
miraban acaso con el fin de amedrentar, de hacerte sentir que cometías una
falta grave. Pero sus miradas no eran ni pesadas ni inquisidoras, ni estaba haciendo
nada malo. No sentí culpa. Preocupado en mis tareas urgentes salí del lugar.
Luego
reparé que eran parte del comando de huelga y lo que querían decirme era que no
firmara, que me pasara su bando en esta lucha que viene a ser parte de los
reclamos salariales. Pues al fin y al cabo, la madre de todas las protestas
viene a ser un aumento de sueldo. Lo que no está mal. Todos queremos un
aumento. Pero vayamos por partes y no todos tenemos que seguir a la turba. Pero
somos parte de la estadística, los que trabajan y los que acatan, un número que
se disputa como final de campeonato.
Toda
huelga comienza así, el comando de lucha diciendo que todos acatan la huelga y
las autoridades que todos trabajan normalmente. En la vida real la lucha es en
otro campo. Durante la huelga el jefe de personal es quien más trabaja, recopilando
las cifras de asistencia cada mañana, por a eso al cierre de la hora de entrada,
corren las secretarias entregado memos. Metros más allá, en el frontis del
hospital, se inicia el espectáculo de gritos y pancartas. Los primeros días
siempre van periodistas a decir lo de siempre y los noticieros siempre refregando
a cada momento el juramento hipocrático. Pero lo que no se ve en la televisión
es aquella masa de ambulantes que venden de todo a los huelguistas: matracas,
pitos, bocinas, pañuelos, vuvuzelas, sánguches, bebidas, galletas, papita con
huevo, entre otras cosas. Una marcha es lo más parecido a la caminata de una
barra brava. Los policías acompañan y están alertas a cualquier desarreglo. Ni
mirar a los vehículos, es seguro que cuatro cuadras a la redonda el atraco es
general. Durante
toda la mañana el hospital tiene un ruido de fondo como de panaderos constantes.
Peor aún, de cuando en cuando nos engalanan con un pasacalle matutino en los pasillos
interiores. Las marchas podrían ser mejores si no se parecieran tanto a las de
construcción civil.
La
segunda etapa es la guerra verbal y ambas partes se lanzan puyas. Los días
pasan y como toda huelga tiene sus mártires se monta en escena el
encadenamiento en la puerta principal y luego la artillería pesada: las
marchas. Recientemente han aparecido las vigilias nocturnas con velas y se ha
visto la resurrección de las huelgas de hambre. Del bando enemigo hay dos
reacciones, el atrincheramiento del director del hospital, desplazando a los
vigilantes y policías en zonas estratégicas, enviando despachos al ministerio o
quedando al llamado de alguna conferencia de prensa. Desde el ministerio, los
primeros días están marcados por la mirada de desprecio, el ninguneo, el para
qué protestan si todo está bien. No hay plata. Pero del diálogo nada. Un
diálogo perfecto, uno grita el otro no escucha.
Y
los medios juegan para su molino, le sacaron al Presidente una frase fuera de
contexto y para enemistarlo con el gremio nos tildaron de “bravucones”. Y para
no quedarse atrás, el comité de lucha les dio la razón: se metieron a hacer lío
a la Catedral de Lima en plena misa y agredieron verbalmente a la Ministra al
salir de una estación de radio. Y como cuando llueve todos se mojan, quedamos
todos como “bravucones”.
Mientras
tanto los pacientes quedan al medio. Es cierto que una huelga es impopular pero
decanta las atenciones, llegan los casos graves y urgentes, los que necesitan
atención pronta. Una gran parte de los que vienen a hacer un “doctor shopping”
se quedan en casa esperando a que la huelga termine. Los que necesitan atención
inmediata entran por la emergencia. Los pasillos de la consulta externa
permanecen vacíos, pero las salas de hospitalización no. Todo lo que llega a
emergencia termina hospitalizado y hay que tratarlos pues la huelga te genera
ese terrible dilema moral de reclamar por lo que consideras justo y por no
dejar desatendida a una persona con una enfermedad seria. Al menos para mí,
cuando colisionan dos principios prefiero el que favorece al vulnerable
Atender
un enfermo no es estar a favor de la Ministra, es un acto de empatía y
misericordia. No me gusta esta bacanal de reclamos que significa el grito
destemplado y la parafernalia de una huelga, ya que en cierta medida están los “bravucones”
usuales, algunos de ellos que practican la medicina en las cafeterías y en las
salas gremiales, con quienes difícilmente me sentiría representado.
Si
no se han puesto a pensar, hasta donde yo sé, ningún médico ha sido invitado a un
programa de televisión o noticiero para exponer sus ideas. El Colegio Médico
lanza tímidos recados de prensa agazapados en las páginas interiores de un
diario. No hay líderes de opinión que se desliguen de su actividad científica
para poner las cosas en claro y los hay, pero acaso continúen absortos en sus
propias responsabilidades.
En medio de todo esto, se realizaron reuniones bajo el manto sagrado de un Monseñor, pero lo ofrecido no se aceptó. La propuesta del Ministerio es buena a largo plazo pero no llena las arcas del presente. Se ha lanzado una guerra de comunicados por ambas partes pero con medias verdades.
Una
marcha de mandiles blancos con pancartas pero sin gritos, con firmeza pero sin
insultos, una ofensiva mediática con propuestas sensatas y alcanzables pueden
ser más contundentes que todo lo actuado. Hay una dignidad que se ejerce en
silencio, con seriedad y firmeza. El Ministerio de Salud solo ha recibido “bravuconadas”
y ellos necesitan recibir un golpe certero para entender que su sistema debe
cambiar, que no es posible dirigir la salud desde un escritorio o una isla
burocrática, que un conjunto de normas impresas debe corresponder a la realidad
y no al revés como viene sucediendo. Que algunos de los que detentan cargos
deben velar por el interés de todos y no usar el cargo para sus vendettas
personales o ideológicas.
En
pocas palabras, debemos de re – humanizar la profesión médica, desde dentro, de
inmediato. Antes que algún “iluminado” decida hacerlo por nosotros.
Pues
los Reyes Magos ya no existen.
1 comentario:
Excelente. Me he reido mucho. En especial de la papita con huevo.
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