La
lectura de esta semana pertenece a El largo adiós de Raymond Chandler, las
desventuras morales del escéptico detective Marlowe, quién en su afán de seguir
la pista de un escritor que ha desaparecido de casa y es reclamado por su
familia, decide recorrer extraños consultorios médicos dedicados a la cura del
alcoholismo y otras adicciones. Estamos en la segunda década de los años 50 en la
ciudad de Los Angeles, cuna de Hollywood.
Siendo
un detective una persona no grata en cualquier consultorio. Marlowe decide fingir
estar enfermo, para así abordar al médico y sondear un sospechoso potencial. Ha
pasado por un par de experiencias previas infructuosas. Esta vez acude donde un
otorrinolaringólogo. Así lo relata:
El Doctor
Vukanich –bata blanca y paso enérgico- entró con el espejo redondo en la
frente. En seguida se sentó delante de mí en un taburete.
-
Jaqueca
sinusal ¿no es eso? ¿Muy dolorosa? -Examinó una carpeta que le había pasado su
enfermera.
Dije que
terrible. Cegadora. Sobre todo cuando me levantaba por la mañana. El doctor
asintió con gesto de experto.
-
Característico –
opinó mientras procedía a encajar un capuchón de cristal sobre un objeto que
parecía una pluma estilográfica y que acto seguido me introdujo en la boca-.
Cierre los labios pero no los dientes,
por favor. – Mientras hablaba extendió el brazo y apagó la luz. La
habitación carecía de ventanas. En algún sitio zumbaba un ventilador.
El doctor
Vukanich retiró el tubo de cristal, volvió a encender la luz y me miró con
atención.
-
No existe
congestión señor Marlowe. Si tiene jaquecas no proceden de un trastorno de los
senos. Me atrevería a decir que no ha padecido sinusitis en toda su vida. Hace
ya tiempo le operaron del tabique nasal, según veo.
-
Si doctor, una
patada jugando al fútbol
El
imaginario doctor Vukanich cumplió el milenario sistema de confrontar los datos
que da el paciente con los hallazgos del examen físico. En este caso, Vukanich
utiliza la transiluminación de los senos paranasales, un método que aplicaban los
otorrinolaringólogos ante la sospecha de una sinusitis. El fundamento es
simple, en un consultorio a oscuras la luz atravesará sin problemas los
espacios vacíos de los senos paranasales si no hay líquido en su interior -al introducir
una linterna por la boca o sobre los párpados-, evaluando los senos maxilares o
frontales. Si bien es cierto, los fanáticos de la medicina basada en evidencias
han encontrado que esta técnica no es certera ni permite descartar congestión
en los senos etmoidales o esfenoidales, ofrece una buena probabilidad
diagnóstica si no hay otro medio más preciso, como una tomografía axial-que en
aquella época era inexistente. En todo caso, sirvió muy bien a la ficción
literaria y revela que un escritor, como lo es Roger Wade –uno de los
personajes de la novela- se supone que
entiende lo que hace funcionar a las personas. Y por ende, podría yo
agregar está muy interesado en investigar para conservar la verosimilitud de la
ficción.
Marlowe
no pudo engañar a un médico muy consciente de los principios diagnósticos, ni
tampoco pudo hacerle quebrar sus principios éticos. Y es que en algo Dr. House
tenía razón: los pacientes mienten. Es nuestra labor de médicos el confrontar
la verdad. El cuerpo no miente, sus signos están allí para decirnos la verdad.
Mientras
tanto, Marlowe salió del consultorio a recorrer las calles a continuar con sus
recetas de ironía y sarcasmo en busca de nuevas pistas…
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