miércoles, 14 de noviembre de 2012

Mi vida como impostor


 

La burocracia recrea sus propios laberintos hasta hacerse eterna. Debido a mis variadas ocupaciones me he enredado en la tarea de conseguir las certificaciones necesarias par seguir con mis trabajos de investigación. Los certificados son variados: como hacer un empaque para el correo, como llenar formularios, demostrar que hemos leído y entendido un documento hasta asegurar que sabemos colocar inyectables o conversamos con el paciente, entre otras cosas.
 
Es como vivir  una película de stop motion y debemos firmar cuadro por cuadro. El trabajo deviene en extenuante debido a que las certificaciones terminan por ocupar la mayoría de atenciones y nos alejan más de la contemplación sistemática y del análisis riguroso que obliga toda tarea científica.

Lo peor de todo esto es que si por alguna omisión involuntaria obviamos una certificación, el trabajo entero se ve empañado por la falta y nuestras acciones devienen en algo cercano a una impostura administrativa que para ser corregida deben de acometerse una serie de tareas, las que a su vez necesitan de la certificación apropiada. Kafka no lo habría hecho mejor.

Ganas no me faltan a veces de dejar todo y pasar al bando de  la actividad creativa,  fuera de los férreos grilletes de la certificación, ya sea en el ejercicio libre de la medicina. Pero siempre está latente el riesgo de convertirse en un impostor. Si uno olvida de renovar la licencia, con el mero trámite de pagar una cuota, pasará al bando de los ilegales, no importando cuan diestro y entrenado se está para desarrollar una función.

Esto me lleva a uno de los libros que reviso por partes en estos días, cuando me libero de conseguir certificados, se llama Impostores famosos, obra poco conocida de Bram Stoker, el creador de Drácula. Uno de sus capítulos trata precisamente de Paracelso,  un famoso médico de la Edad Media, época oscura donde la medicina se mezclaba con la religión, la magia, la astrología y la necromancia. Tiempos donde la presunción de pactos con el demonio eran comunes y que dieron origen a una de las leyendas más recreadas, como la de Fausto, el médico que hizo un pacto con el diablo.

Se dice en el libro que Paracelso, nacido en Suiza y que se llamaba realmente Theophrastus Bombast von Hohenheim, fue un médico que despertó muchas envidias debido a su tono contestatario e iconoclasta, así como sus métodos curativos heterodoxos.

De acuerdo a lo mencionado por Stoker, los documentos de época alegaban que  Paracelso creía que  la vida era una emanación de las estrellas, que el Sol gobernaba el corazón, la luna y las estrellas, júpiter el hígado, Saturno la vesícula, mercurio los pulmones, Marte la bilis, Venus la carne y que en cada estómago hay un demonio, y que el abdomen es un gran laboratorio donde todos los elementos se mezclan.

Pero no todo fue descabellado en Paracelso pues el mismo libro menciona que este médico errante y repudiado por sus colegas, introdujo el uso del mercurio y el opio con fines curativos, haciendo todo lo posible para desterrar el uso de infames pócimas sin sentido como medicinas. Asimismo condenaba la idea prevalente de entonces de explicar los fenómenos naturales a partir de la intervención de espíritus o fuerzas ocultas.

Al parecer no todo lo malo que se decía de él era  cierto y me lleva a pensar que la maledicencia estaba muy ligada a lo revolucionario y contestatario de sus ideas, en franca colisión con la tendencia de la época.
 
Como consecuencia de sus esfuerzos, su genio, su intrépida lucha por el bien común, y aunque tuvo pequeños episodios de prosperidad,  Paracelso sufrió penurias, calumnias y ataques sin cesar, tanto por los profesores de religión y de ciencia. Fue un investigador original y de mente abierta, de una gran habilidad y dedicación, así como absolutamente intrépido.

Entonces solo me queda seguir adelante sin importar las benditas certificaciones

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