viernes, 15 de junio de 2007

Rue Morgue


Crímenes de la Calle Morgue es una lectura recurrente en mi. Publicado en 1841 en Graham's Magazine, donde Poe trabajaba como editor, es considerado el punto de partida de los cuentos de detectives. Poe recibió por esa obra una paga de $56, una cantidad usualmente alta para la época. Como dije en un post anterior, utilizo el primer párrafo del cuento como un ejemplo de análisis con mis alumnos de Introducción a la Clínica.


Las condiciones mentales que suelen considerarse como analíticas son, en sí mismas, poco susceptibles de análisis. Las consideramos tan sólo por sus efectos. De ellas sabemos, entre otras cosas, que son siempre, para el que las posee, cuando se poseen en grado extraordinario, una fuente de vivísimos goces. Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen sus músculos en acción, el analista goza con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar. Consigue satisfacción hasta de las más triviales ocupaciones que ponen en juego su talento. Se desvive por los enigmas, acertijos y jeroglíficos, y en cada una de las soluciones muestra un sentido de agudeza que parece al vulgo una penetración sobrenatural. Los resultados, obtenidos por un solo espíritu y la esencia del método, adquieren realmente la apariencia total de una intuición.


Es que el cuento trata del asesinato de Madame L'Espanaye y su hija en su casa de la Rue Morgue en Paris. es allí donde ingresa Auguste Dupin, un joven caballero, que por desdichadas circunstancias, está en la pobreza. Vive de una pequeña renta y su principal afición son los libros. Dupin, que se entera del crimen por los periódicos, se interesa por el caso, que ocurrió en una habitación cerrada por dentro. Los testigos auditivos del asesinato dan versiones contradictorias. Un presunto culpable es encarcelado y París vuelve a la calma. Dupin encuentra un pelo que no es humano en la escena del crimen y coloca un aviso en el diario preguntando si alguien ha perdido un Orangután. Y alguien responde, un marino que lo tenía como mascota, quien en una entrevista con Dupin cuenta lo sucedido realmente.

El animal un día escapó con una navaja. Perseguido por su amo, ingresa a la casa de Madame L'Espanaye por la ventana, el animal se descontrola y preso de la ira, asesina a ambas sin que el marino pueda detenerlo. Dupin cuenta lo que sabe al bureau de policía. El sospechoso es liberado y el Prefecto, no ocultando su mal humor refiere que las personas educadas no deben meterse en asuntos que no le incumben. Dupin refiere:

- Déjele que diga lo que quiera- me dijo luego Dupin, que no creía oportuno contestar- Déjele que hable. Así aligerará su conciencia por lo que a mi respecta estoy contento de haberlo vencido en su propio terreno. No obstante el no haber acertado la solución de este misterio no es tan extraño como él supone, porque, realmente, nuestro amigo el Prefecto es lo suficientemente agudo para pensar en ello con profundidad. Pero su ciencia carece de base. Todo él es cabeza, mas sin cuerpo, como las pinturas de la Diosa Laverne, o, por mejor decir, todo cabeza y espalda, como el bacalao. Sin embargo, es una buena persona. Le aprecio particularmente por un rasgo magistral de hipocresía, al cual debe su reputación de hombre de talento. Me refiero a su modo de nier ce qui est, et d’expliquer ce qui n’est pas (de negar lo que es y explicar lo que no es)

En el cuento, Dupin demostró su capacidad para la Observación y el Razonamiento Lógico, piezas fundamentales para la elaboración de Diagnósticos a partir de la evidencia que se obtiene en una Historia Clínica.

En la foto: una Morgue, que significa depósito de cadáveres.

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